Jueves 6 de Noviembre de 2025

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06/11/2025

El oasis donde solo viven cuatro personas que resiste colgado de las montañas de San Juan y puede hospedar apenas a 14 turistas

Fuente: telam

Iván Solar vive en El Chiringuillo, junto a su esposa y sus dos hijos. Detalles de la vida silenciosa de la familia y la educación de los hijos

>El silencio en Aquí viven apenas cuatro personas: Iván Solar, su esposa Lorena y los hijos de ambos, Jesús, de 10 años, y Reinaldo, de ocho. Los Solar son los últimos custodios del norte de San Juan, en el departamento de Iglesia. No hay vecinos ni ruidos de autos. Solo la memoria de una familia que se niega al éxodo.

“Tenemos árboles frutales, una huerta con hortalizas, chivos, pollos, gallinas y ovejas”, detalla Iván, que atiende el teléfono desde una tierra donde la señal es a veces un milagro. Hay en su voz la seguridad de quien ha elegido el aislamiento: “Además, tenemos producción de vino de varias cepas. Eso hace que casi no necesitemos comprar alimentos. Somos autosustentables en casi todo”.

El campo que trabajan es herencia de los ancestros. El abuelo de Iván pastoreaba las mismas pendientes. El padre le confió la tierra, pero de los once hermanos, solo él optó por quedarse. El desarraigo, para los Solar, no es una opción. La rutina empieza antes del sol. Se recorren huertas, se revisan cercos. Bajo el cielo abierto, los días adquieren otra densidad.

—Bajaba a caballo con la guitarra y un cordero para asar —recuerda Iván sobre sus viajes de juventud a Rodeo—. Ahí la conocí a Lorena, en una de las fiestas del pueblo.

El aula de Jesús y Reinaldo es una pantalla. “Estudian a distancia tres semanas al mes,” explica Iván. Solo la cuarta semana viajan a Rodeo para asistir a clases presenciales. En ese entonces, Lorena los acompaña, mientras que Iván permanece en la finca, vigilando cultivos y animales.

La rutina de los niños oscila entre el campo y la computadora, regalando una infancia híbrida, tejida entre la naturaleza y la tecnología, entre raíces profundas y ventanas que se abren al mundo exterior.

La comunidad vive en una frontera física y simbólica. La energía solar abastece lo esencial y un generador sirve de respaldo en emergencias. Pero la luz es escasa: “Lo ideal sería que se extienda el cableado que está a unos 30 kilómetros del pueblo. No es tanta distancia. Ya se lo pedimos al Gobierno de San Juan. Por ahora no tenemos respuesta”.

El rumor del boca a boca traza una curva improbable desde Buenos Aires o Chile hasta este rincón remoto. La familia Solar encontró en el turismo una fuente adicional de subsistencia. Hay en el pueblo capacidad para alojar catorce personas, aunque el lujo y la velocidad aquí no existen. “Es una propuesta para pasar un par de días en un clima de paz que no van a encontrar en ningún otro lado del mundo,” afirma Iván.

Los huéspedes llegan en 4x4 y son recibidos con hospitalidad intacta. La rutina se detiene: paseos por calles polvorientas, contacto con animales y comidas preparadas con productos de la huerta. El menú puede ir desde una cazuela criolla hasta verduras recién cortadas o un chivo a la parrilla. Cuando la noche cae y las nubes envuelven los techos bajos, el silencio cobra textura y los visitantes descubren la intensidad de la soledad.

Gracias al apoyo de empresas locales y a la apuesta que algunas han hecho por la capacitación remota, la familia Solar accede a cursos a distancia. Lorena decidió sumarse al desafío: empezó un curso de gastronomía en línea, organizado por GL Support Sitios Remotos, marca de Grupo L, que brinda servicios integrales de alimentación y limpieza.

Otra de las actividades de los Solar es el alojamiento y servicio de comidas para los trabajadores de la explotación minera Vicuña, empresa responsable de la futura extracción de cobre en la zona. Para los mineros, El Chinguillo representa la urbanización más cercana, un oasis práctico al pie de la montaña.

—Somos la urbanización más cercana, así que tratamos de ayudar a los trabajadores en lo que podamos —cuenta Iván—. Les ofrecemos alimento y también un lugar para vivir si es que lo necesitan.

El valle, con sus árboles, huertas y parras, se sostiene como un epicentro diminuto donde el tiempo es otro.

Los visitantes se marchan con la certeza de haber transitado un escenario ajeno al vértigo del siglo XXI. El pueblo queda en su colina, bajo una luna intensa y el trabajo paciente de quienes decidieron escribir su historia al margen de casi todo.

Fuente: telam

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