06/11/2025
Una exposición revela secretos de “Caaporá”, el mítico ballet de Güiraldes de 1917
Fuente: telam
La muestra del Museo Larreta presenta piezas del pintor Alfredo González Garaño, recuperadas tras daños sufridos en 2009, junto a materiales que documentan la influencia de los Ballets Rusos y la leyenda guaraní en la obra
>La publicación, en 2010, de Caaporá. Un ballet indígena en la modernidad, con un cuidado estudio crítico de María Elena Babino, puso en valor un proyecto originalísimo, único en nuestro medio: un ballet de vanguardia, que debió haberse concretado en fecha tan temprana como 1917, pero que, por desdichadas circunstancias, no pudo ser.
La muestra que hoy puede verse en las salas del Museo Enrique Larreta, en el barrio de Belgrano, curada por la propia Babino, representa una oportunidad imperdible de acercarse a contemplar esas deliciosas pinturas, acompañadas de un elenco de documentos que testimonian ese momento privilegiado.
Para quien esté familiarizado con la historia del arte argentino resultará curioso un proyecto de vanguardia como éste, habida cuenta de que, durante décadas, se afirmó que los impulsos vanguardistas no se registrarían aquí hasta la confluencia de la aparición de la revista Martín Fierro y de la vuelta al país de Emilio Pettoruti y Xul Solar, en 1924; para gran parte del público será sorprendente registrar en la figura de Ricardo Güiraldes no solo al escritor vinculado a la figura mítica de don Segundo Sombra y al campo argentino, sino también al pintor que buscó fuentes de inspiración en el viaje latinoamericano y en una leyenda guaraní. Más allá de la importancia que tiene para nuestra historia cultural retrotraer fechas específicas, o registrar la existencia de paradigmas diferentes a los habitualmente trabajados, la muestra en el Larreta suma el doble atractivo de la recuperación de historia y del disfrute estético. En cualquiera de los casos, se trata de la riqueza que adquiere un evento de esta naturaleza, cuando es el resultado de años de investigación rigurosa.Para 1915, dos jóvenes de alta cultura y con vínculos con el arte y la literatura europeos, la están escuchando de boca de Juan Ambrosetti en el Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ambos han estado en París en 1912, donde con toda probabilidad han visto a Nijinsky bailar el Preludio para la siesta de un fauno de Debussy, con la compañía de Ballets Russes de Serguei Diaghilev. De todos modos, al año siguiente la compañía se presenta en Buenos Aires, lo que motiva una encendida página de estética de Güiraldes, expresada en términos de “religión del arte”.
Mientras ese proyecto se estaba pergeñando, el viaje vuelve a incidir. Los jóvenes Güiraldes y González Garaño, acompañados por sus esposas, emprenden un recorrido aventurero a fines de 1916, y que se prolonga por algunos meses de 1917: atraviesan la cordillera y parten desde Chile por barco hacia Perú, luego a Panámá y, tras el cruce del canal, Jamaica, en el Caribe.
Para Güiraldes será la ocasión de escribir su novela Xaimaca; para todos ellos, una experiencia de descubrimiento que vuelcan en dibujos y notas. La libreta de Güiraldes sobre el viaje está expuesta actualmente; algunas de sus imágenes pueden verse en el interesante video sobre esta travesía que acompaña la exposición. A la vuelta, dos nuevos hitos se suman: la exposición de los dibujos preparatorios del ballet, en el Tercer Salón Anual de Acuarelistas, Pastelistas y Aguafuertistas, y una nueva presentación de los Ballets Rusos en Buenos Aires. Esta es ocasión para tomar contacto con Nijinsky, quien se interesa en el proyecto e inclusive propone a Stravinsky para la composición de la música; proyecto que no fue, debido a la enfermedad mental que aquejó al bailarín y lo alejó de los escenarios.Las pinturas volvieron a exponerse una única vez en Madrid en 1920. Desde entonces, no se han vuelto a mostrar; de ahí la especial relevancia de esta exposición, donde pueden verse todas las que han llegado hasta nosotros.
Entre tanto, las pequeñas, bellas pinturas, vuelven a ser mostradas también después de más de cien años. Es curioso que en su exposición anterior hayan sido presentadas como si fueran solo de mano de González Garaño, cuando varias están firmadas por Güiraldes, quien pintaba asiduamente –y siendo que ambos amigos asistieron juntos a los talleres de Hermenegildo Anglada Camarasa, tanto en Mallorca como en París-.
La suposición de la curadora es que, por esos años, ambos jóvenes estaban tratando de ser aceptados profesionalmente, Alfredo como pintor y Ricardo como escritor, y que esto habría llevado a Güiraldes a querer mostrarse en una única faceta.Pero, más allá de atribuciones, lo importante es detenerse en estos pequeños papeles, impecablemente restaurados tras los daños que sufrieran en 2009, en la inundación de San Antonio de Areco, a cuyo Museo Ricardo Güiraldes pertenecen. Es que se trata de obras de una síntesis formal y una audacia de color que, para 1917, eran desconocidos en el arte local. La sugestión de un paisaje selvático que cae en cascadas de formas, de los personajes emplumados y coloridos, o de los que se esconden dentro de las figuras planas de una vasija, tal vez sea, en su delicadeza, el mayor atractivo de esta exposición.
Fuente: telam
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