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01/11/2025

Le pronosticaron seis meses de vida y dolores insoportables y eligió el suicidio asistido: la joven que provocó un debate ético y moral en el mundo

Fuente: telam

Brittany Maynard tenía 29 años y proyectaba convertirse en madre, pero un tumor cerebral terminal cambió todo. Luchó por el acceso a una muerte digna y su caso provocó una fuerte conmoción

>La primera señal fueron unos dolores de cabeza inhabilitantes y sostenidos. Brittany Lauren Maynard, una joven estadounidense de 29 años, supo que esos dolores de cabeza no iban a aliviarse con un simple analgésico. Así que fue al médico.

Pero los dolores de cabeza insoportables la llevaron al médico y el diagnóstico les dio vuelta el mundo. Brittany tenía un tumor cerebral de máxima agresividad y de muy rápido avance.

En abril de 2014 sus médicos le hicieron saber que, en promedio, los pacientes con ese diagnóstico podían vivir seis meses más y que, como máximo, podría aspirar a catorce meses de sobrevida.

Además de darle ese pronóstico, le contaron cómo serían esos meses que, en principio, no serían más de seis. Los dolores de cabeza empeorarían, y no sólo le dolería la cabeza, sino todo el cuerpo. Brittany iba a perder la memoria y a sufrir convulsiones cotidianamente. Los médicos no podían descartar que, además, perdiera la vista y el habla.

Brittany Maynard escuchó todo lo que los médicos tenían para decirle, pensó y tomó una decisión. No quería ningún tratamiento que alargara una vida que, igual, enfrentaba un cáncer terminal. Un cáncer que iba a matarla y que, hasta matarla, la haría perder sentidos y recuerdos, y le haría sentir dolores insoportables.

Maynard decidió que quería morir en sus condiciones y no en las que el cáncer cerebral le fuera dictando. Y sus condiciones eran las de un suicidio asistido, un camino que puso su caso en el centro de la opinión pública de Estados Unidos y el mundo, y por el que tuvo que luchar.

El proyecto de tener hijos se detuvo por completo. “No puedo traer un niño al mundo sabiendo que no va a tener madre”, dijo Brittany en una entrevista, cuando su caso cobraba relevancia nacional. Aseguró que la suya era “una decisión bien pensada e informada” y se concentró en todo lo que implicaba instalarse en Portland, una ciudad en Oregón.

La Ley de Muerte con Dignidad de ese estado le permitía llevar a cabo su deseo. Los requisitos para acceder al suicidio asistido eran ser un paciente terminal en pleno uso de sus facultades mentales y con un pronóstico de menos de seis meses de vida. En esas condiciones, una persona podía solicitar que un médico le recetara un cóctel farmacológico para morir.

“La gran mayoría de las familias no tienen la flexibilidad necesaria ni los recursos y el tiempo que implican estos cambios del lugar en el que se vive”, sostuvo Brittany en una de sus declaraciones públicas. Su caso sería una bisagra en el acceso al suicidio asistido y a la eutanasia en Estados Unidos, pero para eso faltaba. Aún era un derecho muy restringido en un país enorme.

Con la enorme burocracia resuelta, Brittany dedicó tiempo a viajar, su máxima pasión. Visitó Alaska, el Parque Nacional de Yellowstone y, no sólo junto a Dan sino también acompañada de sus padres, conoció el Gran Cañón de Colorado, en Arizona. Según ella misma definía, sus viajes eran “sus grandes maestros”.

Mientras tanto, el debate alrededor de su caso crecía. En su blog, donde relataba esos viajes y también su cotidianidad a la espera del final de su vida, agradecía el apoyo que recibía de parte de tantos lectores.

“Liberarse del dolor y del sufrimiento prolongado es un derecho básico del ser humano”, repetía Maynard cada vez que tenía un micrófono delante. La moral y la ética se volvieron ejes de la conversación pública, y Brittany tuvo defensores y también detractores.

Kara Tippetts, una escritora con pronóstico terminal de cáncer de mama, escribió una carta abierta en la que instaba a Brittany a reconsiderar su decisión. En su texto aseguró que “la verdadera belleza puede encontrarse incluso en el sufrimiento” y le advirtió a Maynard que su muerte “no sería linda” y que le habían contado “una horrible mentira”.

Los médicos que se ocuparon del caso de Brittany, especialmente quienes prescribieron el cóctel destinado al suicidio asistido, fueron denunciados por “alejarse del juramento hipocrático, que les ordena, ante todo, no hacer daño”.

Así como la organización Compassion & Choices acompañó a Brittany, otras como National Right to Life (NRL) se opusieron públicamente e hicieron campaña para que no se le permitiera acceder al derecho que, desde 1997, era legal en Oregón. “La vida es un valor inviolable”, sostenía la NRL: su preocupación era que el debate por el suicidio asistido y la eutanasia creciera en Estados Unidos.

“Adiós a todos mis queridos amigos y familiares que amo. Hoy es el día que he elegido para irme con dignidad en vista de mi enfermedad terminal, este horrible tumor cerebral que tanto me ha quitado... pero que me habría quitado mucho más”, escribió Brittany Maynard el 1º de noviembre de 2014, hace exactamente once años.

Habia llevado esa medicación en la cartera durante un tiempo, como un recordatorio constante de la decisión que había tomado. El día de su muerte faltaban apenas unos días para que cumpliera 30 años, y habían pasado diez meses desde esos primeros dolores de cabeza que harían sonar todas las alarmas.

En noviembre de 2014, el suicidio asistido sólo era legal en Oregón, Washington, Montana y Vermont. Pero el caso impulsó el debate legislativo y, hacia 2022 se habían incorporado Colorado, Hawaii, Nueva Jersey, Maine, Nuevo México, el Distrito de Columbia e incluso California, el lugar en el que Brittany había nacido. Además, cinco estados promulgaron la legalización de la eutanasia, que supone la asistencia médica directa para morir y se da cuando el paciente no puede accionar el suicidio asistido por sus propios medios.

Fuente: telam

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