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29/10/2025

El argentino que tiene todo listo para sobrevivir a una catástrofe: comida para seis meses y un refugio secreto para 150 personas

Fuente: telam

Leandro Azzolin es uno de los primeros preppers del país. Sus inicios en esta actividad. Cómo prepara a sus hijos para una emergencia

>La mochila descansa en el placard. Siempre lista. Ni el polvo, ni el tiempo, ni el escepticismo de los ajenos alteran su propósito. Ese equipaje es el corazón de su actividad. La certeza de que, en cualquier momento, la normalidad puede ser solo un espejismo. Nadie lo sabe mejor que Leandro Azzolin, pionero argentino del Por años, quienes advertían sobre el colapso del mundo eran vistos como excéntricos. El personaje marginal de películas distópicas. Los preppers obsesivos, esperando la guerra nuclear, el meteorito fatal. Hasta que el planeta se apagó de golpe en 2020: el mundo entero encerrado, ojos a la televisión, respirando miedo y lejía. La pandemia de coronavirus cambió la lógica de lo posible: transformó a los preppers de locos anónimos en oráculos involuntarios. Después vinieron más señales: la guerra en Ucrania con el espectro nuclear, inundaciones que devastaron Bahía Blanca, apagones generales, terremotos que partieron ciudades en dos. La línea entre desastre improbable y amenaza cotidiana se disolvió al ritmo de los noticieros.

El origen de la transformación de Leandro Azzolin es una escena trivial, de esas que se pueden perder en el ruido de un día común. Aula universitaria, año 2006. Un profesor menciona las profecías mayas, con ese tono a medio camino entre la ironía y el temor. “¿Y si es verdad?” suelta el docente. Y esa frase —desprendida como una broma— obra en Azzolin el efecto de un rayo. No hacía falta la destrucción visionaria de Nostradamus: bastaba con aceptar la fragilidad.

Lo primero fue literal: armó una mochila de supervivencia. “La tengo preparada siempre en mi placard. Y luego también se sumaron a esto mi pareja y mis hijos. Cada uno tiene la suya,” revela Leandro en diálogo telefónico con Infobae.

Cada artículo de esa mochila ligera cumple una función precisa: elementos para encender fuego, purificadores capaces de limpiar tres litros de agua, raciones compactas que alcanzan para cinco días, un botiquín de primeros auxilios. “También una carpa chica o una lona para hacer un refugio —explica Azzolin—. Además, una bolsa de dormir, puede ser una opción o una manta polar. En el caso de mis hijos, es una mochila mucho más liviana con juguetes de apego y algunas golosinas, por ejemplo.”

“No encontraba grupos en Argentina”, dice Azzolin, recordando esos días de soledad. Así, decide fundar el primer grupo prepper del país en Facebook: “Fue la primera página de América Latina. Ahí, desde esa red intercambiamos ideas y propuestas de capacitaciones.” El foro sirve para contarse historias, los preparativos, los miedos y las soluciones.

En ese espacio digital, los vínculos se refuerzan al calor del apremio. Cuando Leandro conoce a su actual pareja, teme la inevitable confesión: la comida acumulada, la obsesión por lo que acecha. Pero la respuesta llega simple: “Ella me dijo que también tenía latas guardadas. Lo tomó con naturalidad y enseguida se sumó.”

Azzolin ve una era marcada por el “facilismo tecnológico”, donde el confort digital adormece la conciencia del riesgo. Para él, preparar a sus hijos implica alejarlos —aunque sea unos minutos cada día— de las pantallas que prometen seguridad artificial.

“Tienen que tener un momento para la lectura o para divertirse con juguetes tradicionales. Así te das cuenta que si se corta la luz no se aburren”, sostiene Azzolin. La vida prepper se construye a base de pequeños gestos cotidianos: enseñar a un niño a no temerle a la oscuridad, volver significativo el silencio tras un apagón.

El vivir como prepper es un arte de la planificación al extremo. “Tengo un plan B y C para evacuar mi casa, en caso de problemas. La primera opción siempre es quedarse aislado en el hogar”, explica Azzolin. Cada decisión obedece a esa lógica: reducir el margen de lo inesperado.

La familia hace simulacros. Se diseñan rutas de escape y puntos de encuentro. Leandro no revela su barrio del conurbano bonaerense: proteger la información es un primer escalón de la supervivencia. “Con mi familia hacemos simulacros para que todos sepan lo que tienen que hacer en caso de una emergencia. A los chicos les avisamos que es una prueba para que no se asusten”.

Pero el verdadero golpe de ficción dura lo dan el plan C y el refugio: un enclave ultrasecreto en algún punto remoto del país. “Está en un lugar más alejado que no voy a revelar. Y tiene capacidad para unas 150 personas —revela Azzolin—. En esos espacios, cada grupo tiene su sector en el que almacena todo lo necesario para sobrevivir aislados por varios meses si es necesario”. La imagen es casi literaria: varias familias, cada una con su zona, sus reservas, sus saberes, esperando el paso de algún desastre.

Azzolin vio la serie de El Eternauta y quedó marcado por una máxima: “lo viejo funciona”. Esa frase de Favalli que resuena como mantra prepper. El protagonista, sin buscarlo, revela el secreto: acumular objetos y saberes útiles, sobrevivir sin la ayuda de la tecnología más moderna. “Este personaje es un prepper sin saberlo quizás. Acumula objetos y tiene conocimientos que les permitió usarlos en momentos de emergencia”, sintetiza Azzolin.

Ser prepper no implica talento sobrehumano. “Es mucho más simple. A algunas personas les puede alcanzar con aprender a pescar o a hacer alimentos en conserva para que duren más tiempo en buen estado, por ejemplo”, explica Leandro. El secreto está en lo pequeño, el detalle prudente y casi invisible.

Marzo 2020: mientras muchos compran desesperados papel higiénico y alcohol en gel, los preppers simplemente abren sus alacenas. Para Azzolin, el coronavirus funcionó como un acelerador de la historia: “Tenía la información desde antes. Los grupos de preppers de Europa ya hablaban del virus originado en China durante 2019. Además, por otros contactos ya sabía de casos antes del primer contagio que se informó en Argentina”, recuerda el hombre.

“Teníamos todo planeado de antemano. En ese momento, se notó que sirvió la planificación”. Mientras la angustia y el encierro desbordaban a la mayoría, los Azzolin hallaron en sus costumbres el visado para una paz relativa.

Lo que antes era objeto de burla se convierte, de repente, en un bien escaso: el saber anticiparse a las emergencias. Con la autoridad de quien atravesó ese umbral, Azzolin ahora ofrece cursos y asesorías a individuos y empresas que buscan un seguro para el apocalipsis.

“Algunos son poderosos y se dieron cuenta que frente a este tipo de problemas son tan vulnerables como cualquier persona”, explica. En los talleres muestra lo básico —cómo armar una mochila, conservar comida o administrar el miedo— y también lo sutil: identificar el peligro cuando todavía es un rumor a mitad de camino entre la ficción y el alerta meteorológico.

El mantra nunca cambia. Revisar la mochila, chequear el stock de la despensa, hablar con otros preppers de Europa y Estados Unidos sobre la coyuntura. “Me contacto con colegas de Europa y Estados Unidos que me adelantan datos —explica—. Hay que estar preparado para todo.”

Fuente: telam

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