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08/07/2025

Las lágrimas de Diego, el penal debatido por siempre y el subcampeonato festejado como título: a 35 años de la final de Italia 90

Fuente: telam

Se cumple un nuevo aniversario de la polémica definición, que terminó con triunfo de Alemania por 1 a 0. El recuerdo de los protagonistas

>“La Copa del Mundo me la van a tener que arrancar”. Esa frase le pertenece a Diego Maradona. La fue repitiendo muchas veces en la recta final hacia el torneo y durante el desarrollo de Italia ’90. Parecía que no la iba a tener más en su poder después del debut infortunado con Camerún, en el descolorido empate con Rumania o tras el primer tiempo con Brasil, cuando estuvimos para el papelón. Pero ese equipo se fue sobreponiendo a todas las vallas que le sembraba el destino: lesiones, rendimientos por debajo de lo esperado y las bajas por las tarjetas amarillas y rojas. Maradona sentía a ese trofeo como una parte de su ser. Por eso las lágrimas. Ese cuadro desconsolado, con la medalla plateada colgando de su cuello, y él sufriendo, ante el lacerante regocijo del estadio al verlo así en la pantalla gigante. Argentina era un noble subcampeón. Así lo reconoció la gente que salió a las calles a festejar como si la copa siguiese en las manos del capitán.

Es difícil recordar otra final en Copas del Mundo con tantas diferencias, en la previa, entre los adversarios. Alemania llegaba con el paso firme, sumando cuatro victorias y dos empates, con 14 goles a favor y 5 en contra. Sin bajas entre sus titulares y con la sed de revancha, no solo del ’86, ya que también había caído en el partido decisivo de España ’82. El equipo de Bilardo sumaba dos triunfos, tres empates y una derrota, con 5 tantos convertidos y 3 recibidos. Pero el principal problema eran los ausentes…

Aquel desaliento inicial, justo un mes antes, el 8 de junio frente a Camerún, se había transformado a partir de la increíble victoria ante Brasil. Fueron dos semanas en las que no se hablaba de otra cosa en cualquier esquina, bar, oficina o colegio. Todos sentíamos que era posible volver a ser campeones y que Dios, definitivamente, había demostrado que era argentino. Por cualquier calle que uno caminase, era envuelto por la canción, la más icónica (en mi opinión) de la historia de los Mundiales. La misma que sigue siendo símbolo, 35 años después, y que nos emociona de solo escuchar sus primeros acordes.

El Doctor Bilardo no tenía muchos futbolistas disponibles para afrontar el máximo desafío y así lo recordó: “El verdadero inconveniente residía en que las lesiones, expulsiones y amonestaciones nos habían aniquilado. Sin Giusti, Batista y Olarticoechea no pudimos armar un buen mediocampo, y sin Caniggia, perdíamos potencia arriba. Además, Ruggeri, Burruchaga y Maradona seguían lastimados. Con esa dolorosa realidad, planteamos el partido que más nos convenía, formando un equipo donde abundaban los defensores, porque no me quedaban más mediocampistas”.

El Narigón no iba a cambiar jamás su esquema 3-5-2, aunque tuviera que adaptar a algunos futbolistas a funciones no usuales. Goycochea fue el arquero, Simón el líbero con Ruggeri y Serrizuela como stoppers. Lorenzo actuó de lateral volante por la derecha y Sensini del otro lado, con el Pepe Basualdo como mediocampista central. Más adelantados Troglio y Burruchaga, unos metros delante de ellos, Maradona y el Galgo Dezotti.

En el momento de los himnos, con Argentina luciendo la camiseta alternativa azul, se volvieron a escuchar los silbidos para el nuestro. Diego no dudó en insultarlos cuando lo tomaba la cámara, en este caso acompañado por Goycochea, que también le dedicó unas palabras al público romano.

Como era previsible, Alemania fue el dominador de las acciones, pero sin generar grandes riesgos en el área nacional. Apenas un disparo de Littbarski que se fue por arriba del travesaño y un par de remates desde afuera, sin potencia, que controló Goyco con facilidad. Diego tuvo una, sobre el final de la etapa, con un tiro libre ideal para su zurda. Ahí nos acomodamos en el sillón, sintiendo que podía ser. Pero ese Maradona distaba mucho de ser Maradona, y su disparo se perdió lejos y sin dirección.

Para el segundo tiempo, sorprendió el ingreso de Monzón por Ruggeri. El doctor Carlos Bilardo lo describió en su autobiografía: “Para que Oscar pidiera salir, encima en una final, estimo que el dolor de la pubialgia debió ser terrorífico, como una tortura. Recuerdo que me dijo: ‘Carlos, no es que no puedo jugar, directamente no puedo caminar’ >El delicado equilibrio que venía manteniendo Argentina se desmembró a los 65 cuando Monzón vio la tarjeta roja por una violenta infracción sobre Klinsmann. Fue la primera expulsión en una final en la historia de los Mundiales. Sin embargo, el árbitro volvió a ignorar otro penal, ahora a favor de Argentina, cuando Matthaeus lo enganchó a Gabriel Calderón, quien había ingresado por Burruchaga.

Faltaban apenas 5 minutos. Argentina parecía un náufrago que empezaba a avizorar la orilla con forma de alargue, la antesala de los penales. Allí llegó la famosa jugada que será discutida por todos los tiempos: gran pase al claro de Matthaeus para Voeller y Sensini fue abajo para interceptar; así nos recordó una maniobra que lo acompañará por siempre: “Fue una final muy particular, porque llegamos tocados, pero no fuimos superados por Alemania. Siempre digo que podés quedar en la historia por lo positivo como Burruchaga en el ’86 o en lo negativo como yo en el ’90 (risas). Fue un episodio puntual y muy discutible, donde el árbitro Edgardo Codesal hasta el día de hoy sostiene que fue penal. Creo que, si hubiese existido el VAR en ese campeonato del mundo, hasta hoy estarían revisando la jugada de lo polémica que fue”.

 

Alemania festejó ese 1-0 que sabía a la perfección, Argentina no podía remontarlo. Solo quedó tiempo para una tarjeta roja más, que recibió el Galgo Dezzoti, por agredir a Kohler. La furia de los muchachos dirigidos por Bilardo ya era total. Lo rodearon, le gritaron y dijeron de todo, hasta que amonestó a Maradona. Llegó el final, con la fiesta de ellos y la tristeza nuestra. Como una mueca del destino, el único de los campeones de México que quedaba en la cancha era Diego.

Los jugadores no esperaban el inmenso y justo recibimiento que se les tributó al día siguiente. Sergio Goycochea lo evoca: “Después del bajón de haber perdido la final, era inimaginable para nosotros tener el recibimiento que nos dio la gente. Fue una locura desde Ezeiza y en todo el trayecto hasta la casa de gobierno, en el que tardamos cinco horas y media, con el público desbordando las calles. No existía la comunicación que tenemos ahora. Recuerdo que, en ese momento, algunos móviles de las radios nos seguían y, a partir de esa información, la gente salía de sus casas para saludarnos. Fue muy emocionante. Y, sobre todo para mí, que estaba en un momento único. Creo que me desagarré el brazo de tanto saludar (risas). Fue una experiencia tener que aprender a ser popular. Aparecen muchas situaciones que no sabés como manejar, como fue el tema de las notas. No quería quedar mal con nadie, pero me sobrepasó y tuve que irme a vivir a un hotel”.

Sigue José Basualdo: “Más allá de la derrota, me siento un agradecido eterno por aquello y por el recibimiento. Es algo que perduró en la gente. Al día de hoy se sigue mirando más Italia ’90 que México ’86 y no sé por qué. Quizás por lo que pasó con el himno, por Diego que jugó lesionado, porque nos enfrentamos a toda Italia. Estuve en los siete partidos y es un orgullo latente”. Roberto Sensini continúa: “Me quedé con la tranquilidad, como el resto de mis compañeros, de que lo habíamos dado todo y eso fue lo que reconoció la gente que nos fue a recibir y acompañó para festejar en Casa de Gobierno”.

Fuente: telam

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