13/12/2025
Visitó la isla habitada más remota del planeta y convivió con nenets en Siberia: la fotógrafa argentina que recorrió 112 países
Fuente: telam
Durante una década, Sofía Prado persiguió celebraciones únicas y compartió rituales extremos para documentar la diversidad cultural. Aquí comparte sus experiencias más extremas y confiesa qué destino la dejó “psicológicamente destruida”
>Cuando tenía 14 años, Sofía Prado hizo una lista que hoy, a sus 33, todavía relee con asombro. La tituló “You only live once” (Solo se vive una vez) y anotó, uno por uno, situaciones y destinos que parecían salidos de una película: recibir el Año Nuevo en Nueva York; dormir en una casa del árbol en Maldivas; festejar Halloween en Salem, Massachusetts; perseguir una tormenta en Kansas; cruzar la Cordillera de los Andes a caballo; ver la migración del cangrejo rojo en la Isla de Navidad en Australia; pasar una noche en el desierto; recibir el amanecer en camello en el Sahara, entre otras.
Sofía nació y se crió en Avellaneda, al sur del conurbano bonaerense. Estudió Publicidad, se especializó en dirección de arte y después viró hacia el fotoperiodismo y la fotografía documental. El objetivo —aunque entonces lejano— siempre fue el mismo: recorrer el planeta. “Una compañera siempre se acuerda de que en los primeros años de la carrera nos sentábamos al fondo y yo, en vez de prestar atención a la clase, estaba organizando un viaje a Tailandia”, recuerda entre risas.
“Pasé una Navidad en Groenlandia, volví, estuve una semana en Argentina y me fui a documentar el Up Helly AA, un festival anual del fuego que se celebra en las Islas Shetland, en Escocia. Después me fui a las Islas Malvinas, pasé por mi casa otros cuatro días, y volé a la Isla de Pascua, en el medio del Océano Pacífico, a más de 3.500 kilómetros de la costa chilena. Todo mi 2018 y 2019 fue una locura”, dice.
Sofía investiga cada destino antes de viajar. “A veces soy yo la que va a buscar historias; otras veces, las historias llegan a mí”, dice. Su viaje a Filipinas empezó porque quería conocer a Whang-Od, la tatuadora tradicional más anciana del mundo, que le dejó su firma en la piel: tres puntos. Pero al llegar al aeropuerto se cruzó con un escritor que le habló de un cementerio donde vivía gente. Ese dato le bastó para saber que tenía que ir allí también.
En el cementerio Norte de Manila, un terreno de 54 hectáreas, viven entre seis mil y diez mil personas. Sofía lo contó después en un video que superó los 11 millones de visualizaciones y que figura a continuación en esta nota. “Es una de las realidades más crudas que vi”, contó. “Literalmente, la gente montó sus casas en las tumbas: tele, cocina, comedor, todo en un mausoleo. Hay residentes que llegaron hace cuarenta años, como Dani, que limpia y protege las tumbas a cambio de unos pesos de las familias. Otros trabajan reciclando basura dentro del predio y usan las tumbas como puestos. Desde afuera puede parecer misterioso o singular, pero para quienes habitan allí es muy duro: carecen de servicios básicos adecuados y seguridad, la vida diaria combina adaptación, riesgo constante y la urgencia de sobrevivir”.
Llegar a la comunidad nenet fue una prueba de resistencia. “Tuvimos que tomar tres trenes y después hacer un viaje de 15 horas en una moto de nieve”, cuenta. El campamento estaba aislado, rodeado de tundra y a –30 °C. “Me levantaba, miraba alrededor y decía: ‘No puedo creer que estoy acá’. Me sorprendía haber llegado tan lejos, rebuscándomela y sin ser millonaria”, asegura.La convivencia fue extrema. “Ellos comían carne cruda de reno con sangre. Probé, pero no me gustó. Por suerte me había llevado chocolate”, dice. El plan era quedarse una semana, pero una tormenta de nieve los obligó a prolongar la estadía. La rutina era acompañar a una familia en sus movimientos: “Cuando empieza la primavera, se van mudando cada quince días porque los renos necesitan nieve más congelada. Una vez tuvimos que desarmar todo el campamento y buscar un nuevo lugar para refugiarnos. Pasamos horas a la intemperie”.En 2021, cuando las fronteras empezaron a abrirse después de la pandemia, Sofía y “el Cata” eligieron Estados Unidos como destino para salir a documentar. “Nos compramos un auto, sacamos los asientos de atrás para hacer una cama y vivimos seis meses ahí”, recuerda. El viaje fue austero: acampaban donde podían, cocinaban en una mesa desmontable e improvisaban duchas con tarros de agua caliente.
La escena más tensa llegó en Nevada, frente a la famosa Conocer a la tribu mundari era su sueño adolescente. “Visualmente, siempre me llamó la atención. Son muy altos y tienen una relación superprofunda y vital con sus vacas que, además, tienen unos cuernos larguísimos”, dice. Irónicamente, Sudán del Sur, terminó siendo el último país que recorrió, antes de asentarse en España, donde vive desde hace unos meses.
Los mundari viven en campamentos donde humanos y ganado conviven sin distancia. “De día, las mujeres y los niños amontonan los excrementos de vaca en pilas. Cuando el estiércol se seca, lo queman y de esa combustión sale una ceniza, que se aplican en la piel y en la de los animales para protegerse del calor. El humo funciona como una cortina para mantener alejados a los insectos durante la noche”, explica Sofía.Y sigue: “Fueron amables y muy curiosos. Cuando llegamos, no podían entender cómo mi marido no me había comprado”, dice. Las mujeres mundari son peladas y la presencia de Sofía generó curiosidad inmediata. “Tengo un video donde varias de ellas están tocándome el pelo. Les parecía increíble que lo tuviera tan largo y suave”.
La travesía que Sofía hizo a bordo del Bark Europa —una fragata holandesa de 114 años— fue, para ella, la coronación de su vida nómade. “Siempre había querido ir a la Antártida. Era el continente que me faltaba, pero quería ir fiel a mi estilo”, cuenta. Y aunque viene de una familia de pescadores y “estuvo en barcos millones de veces”, este viaje fue distinto: “Un barco a vela, que se movía todo el tiempo”.También hubo momentos irrepetibles. “Llegamos hasta donde el mar se congela y ya no se puede avanzar. Bajamos del barco y caminamos por el mar congelado, en la zona donde se hundió el Después de la Antártida y las Georgias del Sur, la fragata siguió hacia Tristán de Acuña, la isla habitada más remota del mundo: 240 personas cuya única conexión con el resto del planeta son los barcos de carga que llegan cada dos o tres meses, más algún velero o barco turístico ocasional. “Hay un bar, un hospital, un supermercado y un café. Todos trabajan para el Estado o en la empaquetadora de langostas. Y todos cultivan papas”, describe Sofía. Allí conoció a familias, jóvenes y una comunidad orgullosa de su aislamiento. “Nos contaron que hacía poco habían tenido el primer nacimiento oficial en la isla”, dice.
—¿Cómo es realmente la vida nómada?—Recorriste 112 países. ¿Cuál fue el que menos te gustó y por qué?
—¿Cuáles te faltan recorrer?
—¿Qué fue lo que más te gustó de nuestro país?
—Dejaste la vida nómade, pero no las aventuras, ¿cuál es tu próximo viaje?
Fuente: telam
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