Sábado 6 de Diciembre de 2025

Hoy es Sábado 6 de Diciembre de 2025 y son las 13:23 ULTIMOS TITULOS:

06/12/2025

Los seis pasos del barista que prepara el capuchino más espumoso de Buenos Aires: “Podrán imitarme, pero igualarme jamás”

Fuente: telam

Le Caravelle es un café fundado por italianos en el Microcentro hace más de sesenta años. Ángel trabaja allí desde 1990 y su especialidad llegó a las redes y a la televisión

>Ángel Soria llegó en 1990 a este pedacito de Microcentro al que vuelve todos los días, excepto los domingos, que le toca descansar. Llegó porque lo trajo su hermano, que había venido de Tucumán antes que él, y que lo introdujo en el mundo al que los dos todavía pertenecen: el de la gastronomía.

Empezó a trabajar ese mismo año, hace treinta y cinco, en Le Caravelle, uno de los bares notables que tiene la ciudad de Buenos Aires, y el que sirve un capuchino alla italiana con una espuma que puede durar hasta veinte minutos cremosa y radiante, elevada unos tres o cuatro centímetros por sobre el borde de la taza. Aunque casi todos en el café saben cómo se prepara la especialidad de la casa, Ángel es el que ostenta el título de rey en su comarca de Lavalle y Maipú.

Le Caravelle se llama así porque la familia italiana que fundó el local en 1962 había llegado a la Argentina en barco. El logo del café tiene, como la historia de la colonización de América, tres carabelas. Están impresas en las tazas y en las servilletas de este rinconcito por el que pasa muchísima menos gente que cuando el Microcentro porteño era otra cosa. Una cosa más viva y más pudiente.

Como Le Caravelle es un “Caffe alla italiana”, el capuchino con canela y cacao es la propuesta más emblemática de una casa en la que las medialunas de jamón y queso y los tostados, además del café negro chiquito, están entre lo más pedido. El local tiene dos barras, una para la cafetería en sí misma y otra para la sandwichería.

“Yo agarré algo de lo mejor de Buenos Aires”, dice Ángel sobre sus primeros años detrás de estos mostradores de madera y rodeado de fotos de calles y plazas emblemáticas de Roma. Cuando empezó a trabajar en el café, había 22 cines sobre Lavalle, la primera calle peatonal del Microcentro. “Ahora queda sólo el Monumental, antes de llegar a Esmeralda. En esa época, cuando había trasnoche de viernes era directamente imposible entrar acá. Llegamos a vender 5.000 cafés por día. Hoy andamos entre los 200 y 300”, ilustra Ángel. Esa curva cuenta qué pasó con el centro porteño y con la economía a lo largo de los años.

Cuando Ángel llegó de Tucumán a Lavalle y Maipú, el capuchino ya era un clásico en Le Caravelle. Pero algo pasó la primera vez que alguien subió un video de Soria en plena preparación de su clásico y lo subió a redes sociales, hace algo más de dos años. “Antes de que se viera en redes, tal vez preparábamos uno o dos capuchinos por día. Ahora podemos llegar a los treinta en una jornada”, cuenta.

Fueron a pedirle su capuchino turistas mexicanos, españoles, brasileros, franceses e italianos. “Los que más me sorprendieron fueron una pareja que había viajado desde la India para conocer Buenos Aires y no se querían perder el café”, recuerda Soria, que está atento a la conversación con Infobae, a lo que pasa en la cocina, en la caja, en las charlas entre sus clientes y en el vaivén de peatones que surcan Lavalle.

“Hay gente que viene y no deja nada. Les hacés el show del capuchino y ni con eso lográs que dejen. Bajó mucho la propina y en un momento en el que los sueldos, además, están muy estancados. Claro, hay gente que se nota que puede el café y nada más, que es la gente que venía y se pedía también algo para comer y ahora sólo el cafecito. Pero hay gente que podría y no deja. En cambio el habitué deja siempre. Aunque sea poquito. Hay clientes que toman cuatro cafés por día y dejan las cuatro veces”, cuenta Ángel.

Esos habitués son, también, los que celebraron cuando, en medio de un cambio de dueños, el local casi se convierte en un negocio de venta de zapatos y finalmente sobrevivió tal como lo conocieron hace décadas. “Acá ya nos conocemos. Hablamos del trabajo, de fútbol, de nuestras cosas, nos saludamos para los cumpleaños. Es parte de mi día venir acá. Yo si no tomo mi café de las once de la mañana y el de después de almorzar no puedo trabajar”, le dice a Infobae uno de los abogados que cada día pasa por el local.

Preparar “el capuchino italiano más espumoso de Buenos Aires” no es para cualquiera. Además de la sucursal original de Lavalle y Maipú, Le Caravelle tiene otras dos sedes: una en Puerto Madero y otra más en Microcentro. “Se puede tomar en todos los locales, y acá somos varios los que lo preparamos”, dice Ángel, y enseguida se agranda un poco: “Pero nadie lo hace como yo; podrán imitarme pero igualarme jamás”, dice, y se ríe. Replica esa famosa afirmación de la hinchada de Boca, el club de sus amores.

—Yo te hago el show… te digo “este capuchino es especial para vos” o cosas como “con todo mi amor, para ti”.

—Un poquito, sí. Pero es para hacerlo más atractivo. Enseguida quieren filmar para mostrar a los amigos, a la familia. Y yo les digo que muestren, así después esos amigos y familia vienen a tomar nuestro café. Y vienen.

Lo primero que chequea Ángel para que su especialidad no falle es la temperatura de la leche. “Tiene que estar a sesenta grados, no más que eso. Porque si se pasa de eso, y sobre todo si se llega a hervir la leche, la espuma no aguanta en altura. Se desarma enseguida. Hace globos grandes y en dos minutos está desarmada”, cuenta.

El siguiente paso es que esa leche que calentó se sirva en la taza que viene con las tres carabelas estampadas. La taza queda casi al ras sólo con la leche. Después viene el espolvoreo de canela y el de cacao. Y lo que sigue, el cuarto paso, es otro truco artesanal: con la punta de una cucharita, Ángel hace un agujerito justo en la mitad de la espuma.

El sexto y último paso está más a cargo del cliente que de Ángel, y es ver la espuma de leche elevarse por encima del ras de la taza. Ver que ni un granito de cacao ni de canela se derraman de esa montaña caliente y efímera. Ver cómo, de a poquito, el café amarrona un poco la infusión. Ver la firmeza de la espuma, sacarle alguna foto de esas que, en la era que vivimos, terminan de corroborar que uno estuvo allí. Que vio ese café que va a compartir en redes tal vez incluso antes de probarlo.

Del lado de la barra que les pertenece a los que todos los días abren y cierran este bar notable está Ángel, ya acostumbrado a mostrar cada uno de sus pasos a cámara. No importa si es un canal de televisión o el celular de un turista que viajó desde la India y que quiere llevar ese recuerdo a las orillas del océano Índico.

—Porque mi capuchino es el mejor.

Fuente: telam

Compartir

Comentarios

Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!