25/10/2025
Estaba a punto de morir en una cámara de gas, Mengele la vio bailar y cambió su destino: Edith Eger es “la bailarina de Auschwitz”
Fuente: telam
Después de sobrevivir al infierno nazi emigró a Estados Unidos, se doctoró en Psicología y se volvió especialista en estrés postraumático. Desde entonces —y aún hoy, a sus 97 años— dedica su vida a ayudar a otros a superar hechos atroces. Su primer libro, en el que vuelca sus memorias, lleva vendidos millones de ejemplares y este año lo relanzó en una versión para jóvenes
>Arte entre las artes, la danza. Libertad, la danza.
Para Edith Eger sería más que una imagen retórica. Cuando de pequeña bailaba ballet y soñaba con ser gimnasta olímpica jamás lo imaginó: la danza sería su sentencia de vida.
Edith era una adolescnete cuando, en 1942, el Gobierno húngaro anunció nuevas leyes antijudías y fue expulsada del equipo de gimnasia. El 19 de marzo de 1944 las fuerzas alemanas tomaron su país. Los judíos que vivían allí fueron hacinados en guetos. Ella se trasladó con sus padres y su hermana Magda al gueto de Košice, como se llamaba entonces su ciudad natal. Klara se escondió con su profesor de música.
El destino que tenía frente a ella era una cámara de gas. Fue el mismo “Ángel de la muerte”, Josef Mengele, el que la apartó. La arrancó de su madre, que fue asesinada allí. Y la noche de ese día, su primera noche en Auschwitz, la hizo bailar para él.
El médico que experimentaba con seres humanos era un amante del arte. Y los jerarcas nazis solían elegir a prisioneras como objetos de entretenimiento. Mengele vio a Edith y la escogió. Sus compañeras de reclusión la empujaron a danzar. Se la llevó a su cuartel. Y la música sonó. Primero, El Danubio Azul, el vals de Johann Strauss; luego, Romeo y Julieta, de Tchaikovsky.Del otro lado de la fantasía, el siniestro médico de las SS se deleitaba. Su danza lo cautivó. Y Edith vivió.
En agradecimiento, Mengele le dio un trozo de pan que ella compartió con otras niñas.En la entrevista que dio para el pódcast Tiene que haber algo más, en 2023, la conductora le preguntó por qué había decidido publicar su primer libro contando lo sucedido recién a sus 90 años. Edith respondió: “Durante muchos años la gente me pidió que escribiera un libro, que escribiera un libro, y yo automáticamente decía que no tenía nada que decir. Finalmente, Philip Zimbardo, de Stanford [N. de la R. un psicólogo e investigador del comportamiento estadounidense, quien presidió la Asociación Norteamericana de Psicología, fallecido en 2024] me llamó y me dijo que había investigado y que las personas que sobrevivieron y son famosas eran todas hombres y se necesitaba una voz femenina. Así es como La Bailarina de Auschwitz es la voz femenina de Viktor Frankl”.
Viktor Frankl —reconocido neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco, fundador de la logoterapia, un tipo de análisis existencial, fallecido en 1997—, también era un sobreviviente del nazismo. Pasó por cuatro campos de concentración —Theresienstadt, Kaufering, Turkheim y Auschwitz—, experiencia que volcó en el libro, también bestseller, El hombre en busca de sentido (1946). Y se convertiría en el mentor de Edith.En un momento Edith llegó a su límite. Estaba débil y físicamente agotada. Fue ahí cuando las niñas con las que había compartido el pan que le dio Mengele aquella noche de la danza la reconocieron y la ayudaron a llegar: “Me armaron una silla con sus brazos y me sacaron. Es hermoso que, en el lugar más oscuro, en la peor situación, la gente pueda sacar lo mejor de sí misma”, recordó en un diálogo con Infobae, en 2020.
En Gunskirchen Edith comió pasto para sobrevivir. Aún así, cuando el Ejército estadounidense liberó el campo, en mayo de 1945, la dieron por muerta entre los cadáveres. Pero un soldado vio que su mano se movía. Quizás en el sueño del agotamiento, en la entrega final del cuerpo, cuando ya no podía luchar, cuando ya no podía hacer más, su espíritu siguió bailando.“Creo que Auschwitz fue un aula maravillosa para aprender realmente a no permitir nunca ser una víctima. Fui victimizada, no es mi identidad, no es quién soy, es lo que me hicieron”, dijo en la entrevista de 2023. Y lo repitió en muchas otras ocasiones. En otras entrevistas. Lo deja claro: no es víctima, es sobreviviente. No tolera la idea de sentirse o de que la vean como una víctima. “No es lo que soy. Es lo que me hicieron”, repite, sentencia.
Al finalizar la guerra, Edith huyó a la antigua Checoslovaquia desde donde migró luego, en 1949, a los Estados Unidos. Allí comenzó otra vida.Aún era una estudiante cuando conoció a Viktor Frankl, que le habló de la necesidad de superar sus traumas para alcanzar la felicidad y de que de las experiencias más trágicas podían sacarse los mayores aprendizajes.
Fueron colegas y amigos. Frankl le transmitió a Edith su mirada existencial de la vida. Le habló de propósitos y sentidos.
“Nunca lo superas, solamente llegas a aceptarlo”, le dijo la autora a Infobae en 2020. “Una parte de mí se quedó en Auschwitz, pero no la mayor parte ni la mejor. Y creo que en los lugares más oscuros se pueden hallar nuestros recursos internos, no puedes esperar a que nadie te haga feliz. Es muy importante mirar a Auschwitz como una oportunidad para descubrir qué hay dentro tuyo, porque nada viene de afuera. Incluso hoy si esperas a que alguien te haga feliz, nunca lo serás. Tendrás que amarte a ti mismo, porque el amor propio es sinónimo de autocuidado, no es narcisismo”.
Sobre La bailarina de Auschwitz, la autora dice que es un libro en el que derramó muchas lágrimas. Algo que recomienda con énfasis: “Está bien llorar. Lo que salga del cuerpo no te hará mal, lo que queda dentro sí lo hará. Mira lo que hacemos con la angustia, la sacamos. Y por eso es bueno gritarlo. Mucha gente lo está reprimiendo y yo fui una de esas personas. No quise ver ni hablar de Auschwitz durante casi 20 años. Así que es muy bueno llorar, gritar y reconocer que tengo una historia, pero no soy solo eso. Eso solo no es mi identidad”.
Sobre el surgimiento de esa obra la autora contó que luego del primer libro le pidieron algo más práctico. Las “lecciones” que brinda en su segundo texto hace las veces de manual para aplicar ante las adversidades de la vida, para permitir el cambio, “porque si no cambias, no creces. El cambio es sinónimo de crecimiento”. Allí busca guiar a las personas “de la victimización a la fortaleza, empoderarlas, de la oscuridad a la luz, de la tragedia a la maravillosa victoria”. Son “12 consejos” para enfrentar “las cárceles mentales”. Se refiere a aquellas prisiones que observa en sus pacientes, en las que se recluyen tras un episodio traumático. Es un texto con una mirada crítica sobre el victimismo, la culpa, el miedo y la vergüenza. En él habla de personas que conocieron el dolor de diferentes maneras, veteranos de guerra, mujeres víctimas de violencia de género, personas que atravesaron abusos, intentos de homicidio y femicidio, rupturas conyugales o diagnósticos de cáncer.
Nadie podría contradecirla.
Las memorias de Edith Eger ya cuentan con más de tres millones de ejemplares vendidos. Cuando en la nota del pódcast le preguntan a la autora si se imaginaba que sus libros iban a tener el éxito que cosecharon ella dice que no pero que le “resulta encantador convertir la tragedia en triunfo”.
La fortaleza más grande de Edith para sobrevivir a la fábrica de muerte y luego al peso de esa experiencia traumática fue el control sobre sus pensamientos y el estado de su espíritu. Su imaginación y su capacidad para evadirse fueron claves en los campos. En Auschwitz “desarrollé mis recursos interiores y esperanza en la desesperación. Y en lugar de decir ‘Sí, pero’, comencé a decir ‘Sí, y’: ‘Sí, no me gusta, es inconveniente, y es temporario y puedo sobrevivir’. Nunca se pierde la esperanza >Aseguró más de una vez que Auschwitz para ella fue una escuela en la que aprendió “a lidiar con lo inesperado y lo inanticipable”. También le enseñó sobre la gestión de sus emociones: luego del campo de exterminio y aún dentro de él, en las mismas fauces de la máquina de muerte que acababa de dejarla huérfana, ella, cuenta, rezaba por los nazis. Rezaba para que dejaran de odiar. Para que dejaran de matar. “Sólo siento pena por esa gente. Yo no tengo tiempo para odiar. Si odiara, seguiría siendo prisionera”, dijo en varias ocasiones.
Fuente: telam
Compartir
Comentarios
Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!



