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04/10/2025

El payaso que llevó el circo a los 62 puntos de rating en televisión: Pepe Biondi, el hombre que le puso su apellido al humor

Fuente: telam

Nació en Barracas y se crio en Lanús. En su adolescencia, un payaso brasileño del circo Anselmi le enseñó, a los golpes, el arte de la acrobacia y los secretos para seducir al público. Formó dúos, se casó, fue padre, se hizo popular en Cuba, donde hasta fue secuestrado, y regresó al país en la década del sesenta para cautivar a una generación. Sus hitos, sus personajes, su legado y su final hace medio siglo: obra de un artista inolvidable

>Tenía alma de payaso, corazón de payaso, ternura y astucia de payaso; llevaba el circo en la sangre porque la arena de las pistas se le había metido en la piel desde que era un chico de siete años y empezó a vagabundear entre carromatos y lonas desteñidas. Los años lo hicieron un actor cómico de primera línea, con impronta de payaso y sustancia de circo; en sus breves y contundentes sketches televisivos, porque fue una gran estrella de la televisión de los años 60 y 70, volaban cachetadas de payaso; los que las recibían eran unos acróbatas de circo que surcaban el aire del set y terminaban por quebrar sillas y mesas de falsa solidez, decorados de cartón pintado: todo era un enorme disparate bajo la batuta siempre sabia de aquel primer actor, de peluquín enmarañado, ojos alertas, mueca de circunstancias y ocurrencias infantiles, sin más pretensiones que la picardía, la inocencia, la travesura.

Entre los inolvidables Pepes de Biondi todavía dictan cátedra Pepe Curdeles, abogado, jurisconsulto y manyapapeles; un borrachín que lidiaba en falsos tribunales con argumentos desopilantes y sellaba a porrazos, paf, paf, unos papeles que siempre se perdían por el camino; Pepe Galleta, el único guapo en camiseta, un malevo borgeano de haber hecho un culto del cuchillo y del coraje, pero el tipo hacía justicia elemental mientras repartía mamporros a villanos y sinvergüenzas; Pepe Papanatas y Pepe Miseria, que eximen de toda interpretación; Pepe Estropajo, Pepe Canario, El Gitano Pepe Luí, así, sin la ese al final, andalú hasta las narices, no veas tú, que gritaba su razón de vida: “Me gusta la guasa, la chunga y el pitorreo”. Y el gran Narciso Bello, uno de las pocas creaciones de Biondi que no incluía un “Pepe” en porque Narciso era eso: un tipo que presumía de belleza, que unía la punta de los cinco dedos de una mano, los besaba y repartía ese influjo en su cara, mientras murmuraba cuán hermoso era, cuán irresistible, tal como hacía aquel legendario mono enamorado de sí mismo.

Cada personaje biondesco, que no solo el Dante tiene su infierno, tenía una frase de entrada, de remate, de transición; si algo le era extraño, de difícil comprensión, inalcanzable a la lógica sencilla, el personaje de Biondi soltaba un “Qué fenómeno, m’ijo”. Si por el contrario, el personaje era castigado por el destino y su mala estrella le recordaba que existía y estaba allí para zarandearlo, el tipo reflexionaba con resignado fatalismo: “Qué suerte tengo pa’la desgracia”. Si, en cambio, la fortuna le sonreía y, por azar, por capricho del destino o porque su mala estrella estaba dormida, si había una rara ocasión en la que uno de sus personajes llevaba las de ganar, Biondi miraba a la cámara, entrecerraba los ojos con picardía y se relamía: “Lechuga para el canario…”. Y si cuadraba lo abstracto, la descomposición del análisis y hasta el olvidado ultraísmo de la metáfora desbocada, el personaje soltaba: “¡Qué tragedia! ¡Cómo me duele la media…!”

Todo en Biondi, desdicha, comedia, drama, humorada, infortunio, alegría o cataclismo, terminaba con una exclamación, precedida de un extraño gargarismo, un preanuncio de lo inexplicable, seguida del consabido y legendario “¡Patapúfete!” que ponía el punto final. Y así, patapufeteando por la vida, Biondi se metió en el corazón de miles de argentinos, iluminó la risa de un par de generaciones con su candor, su ingenuidad y sus inocentadas. Permaneció en un fantástico éxito televisivo, en 1962 midió 62.2 puntos de rating, éxito que le fue un poco esquivo en el cine, y compartió la fascinación de un público amplio y franco con otros grandes como Luis Sandrini, como José Marrone, que en la tele no era el torbellino de guarradas por el que era aplaudido en el teatro de revistas; con Alberto Olmedo que deslumbraba entonces a los chicos con su invencible Capitán Piluso: todos, acaballados entre los ilusorios años 60 y el tormentoso inicio de los no menos tormentosos años 70. Pepe Biondi, como sus pares, logró hacer reír a carcajadas a un país inocente que estaba a punto de perder su inocencia.

El chico Biondi, sus piruetas y sus gestos cómicos que desplegaba en sus juegos de vereda, despertaron el interés de uno de los acróbatas y payasos del circo Anselmi, Juan Bonamorte, un brasilero apodado “Chocolate”, que pidió permiso a los papás de Biondi para que le permitieran unirse a ese mundo trashumante. José Biondi y Ángela Cavalieri dijeron que sí, apretados por la pobreza y con la esperanza de que el chico aprendiera algo, el arte de la acrobacia por ejemplo, con que ganarse la vida.

Fue una pequeña tragedia. “Chocolate” Bonamorte era un borracho cegado también por la ignorancia que enseñaba a palos y daba unas palizas feroces a Pepe. El aprendizaje duró cinco largos años, hasta que una de las mujeres del circo lo rescató de las palizas y lo devolvió a su familia, que se había mudado a Banfield. Dice la leyenda que, muchos años después, ya en pleno éxito, Biondi sostuvo con dinero y hasta su muerte el mal destino anticipado de “Chocolate”. Ya sin circo a la vista, Biondi vendió diarios y trabajó de lo que pudo para ayudar a la familia; un payaso de la época Napoleón Seth le propuso formar un dúo que duró poco, unos dos años, en los que Biondi, que había desgranado el arte de la acrobacia, se metió en el alma de los payasos aún a su pesar.

Hasta que Pepe dio con un actor ruso, Bernardo Zalman Ver Dvorkin, mejor conocido como Dick, que devolvió el arte de Biondi al mundo del circo, que era donde quería regresar. Estuvieron juntos durante veintitrés años como “El dúo Biondi y Dick”, o “Dick y Biondi”, según la época y recorrieron el continente y parte de Europa. Biondi se había casado en 1934 con María Teresa Moraca, tuvieron una hija, Margarita, y juntos vivieron la trashumancia del circo sin carpa y sin carromatos. De hecho, María Teresa, cantante de tangos, sostuvo el hogar en los tiempos de vacas flacas. En 1941 un accidente cercó a Biondi. En Chile, en una de las acrobacias que caracterizaban al dúo con Dick, cayó mal y se lesionó la espalda: saltos, cabriolas, contorsiones y piruetas quedaron abolidas para siempre de su vida. El dúo adaptó de inmediato el espectáculo al humor y a las cachetadas: tuvieron más éxito que con el espectáculo anterior. En México debutaron en 1947 en una de las grandes salas del país, “El Patio”, donde también actuaba Josephine Baker, una prestigiosa bailarina francesa negra que había deslumbrado a Europa con su talento y su audacia: bailaba desnuda.

“Biondi y Dick” hicieron pie en un escenario que sería vital para Pepe: Cuba, la isla que bajo la dictadura de Fulgencio Batista, era un centro de diversión y de negocios para Estados Unidos, que dominaba gran parte de la economía productiva del país. Después de una primera incursión, el dúo viajó a Europa, actuaron en España y Portugal, y regresaron a México para actuar de nuevo en “El Patio y en “Teatro Liceo”. En 1952 debutaron para el nuevo mundo fascinante de la televisión, que se había convertido en furor. Se consagraron en 1953 con “El Show de Dick y Biondi” y fueron muy populares en Cuba hasta que se separaron en 1956. Biondi aceptó entonces la oferta del empresario Goar Mestre, que era entonces el dueño del canal CMQ TV, el más popular de Cuba, y se convirtió en la figura central del canal con su programa “El show de Biondi”.

Las dramáticas horas del secuestro de Biondi fueron reconstruidas con minuciosidad por el colega Hugo Martin en “El biógrafo de Biondi, Leonardo Mauricio Greco, autor de Pepe Biondi, el campeón del humor, narró a Hugo Martin qué sucedió cuando el secuestrado regresó a casa: “A Pepe lo esperaban su esposa, su hija y su yerno. Él les dijo que se tenían que marchar de allí. Su mujer le recordó que debía cumplir el contrato. Biondi acordó: ‘Lo voy a respetar, pero después, nos vamos’”.

Pepe había seguido en Cuba hasta terminar su contrato, a mediados de 1960. Le armaron un programa de despedida y él dejó un mensaje grabado para que alguien lo escuchar alguna vez. En él decía: “(…) Yo no creo que, si Dios me da unos años más de vida, pueda llegar a tener un momento tan bonito como el que tuve en La Habana durante todo el tiempo que estuve. Creo que en ningún país llegaré a hacer nada, ni la mitad de lo que fui, en este maravilloso país donde yo me acoplé a la modalidad y donde ellos me ofrecieron y me brindaron tanta hospitalidad y tanto me comprendieron. Esto es para el libro del recuerdo, el álbum de un viejo payaso; para escucharlo así, como se lee una crónica que le halaga a uno el corazón... Esto, si alguna vez lo puede escuchar un cubano, es un testimonio de gratitud a esa maravillosa isla que conozco como mi propio país o más tal vez, y donde conservo la esperanza de volver algún día a caminar por sus calles, que son las mías”.

A su regreso a la Argentina, Biondi grabó unos breves flashes de un minuto (entonces un minuto era símbolo de brevedad) que fueron emitidos a modo de avances del programa en marzo de 1961. Así que aquel chico de Barracas, criado en Remedios de Escalada, que fue entregado al circo, golpeado y humillado por quien se decía su maestro, salvado y devuelto a su familia; aquel chico que aprendió a leer por las suyas a los dieciséis y que todo lo que hizo con su pasado fue forjar un alma buena, debutó en la televisión de su país como un artista consagrado y confundido con un cubano: como la del Canal 13 era para el público “la televisión de los cubanos” porque cubanos eran los técnicos que Goar Mestre afincó en el país, Biondi pasó por uno más de los emigrados de la isla.

También integraba la troupe María Esther Coran, una mujer robusta, de voz un tanto enronquecida, de gesto adusto y buena como el pan que repartía sopapos, cachetadas, tortazos y bofetones tamaño catedral gótica, actividad que merecía la rendida reflexión del sufrido Pepe Biondi: “¡Cómo pegaba la gorda…!”. Los guiones eran del dúo Golo y Guille, de Álvaro Villa, que sí era cubano, de Luis Carbone y del propio Pepe.

A mitad de 1961 era líder de audiencia, en 1962 midió 62.2 de rating; en 1963 Aptra le dio el Martín Fierro como mejor actor humorístico; en 1964 también se llevaba el sesenta por ciento de la audiencia y estaba por encima de programas de éxito sonoro, verdaderas apuestas del canal: La familia Falcon, con un elenco que encabezaban Pedro Quartucci, Elina Colomer, Roberto Escalada, Alberto Fernández de Rosa, Silvia Merlino, Emilio Comte y José Luis Maza; Biondi estaba por encima del estelar Casino Philips y de Doctor Cándido Pérez, una comedia con Juan Carlos Thorry como protagonista y hasta por encima de algunos éxitos enlatados que llegaban del exterior, como El show de Dick van Dyke. A Pepe no había con qué darle. Hasta se dio el lujo de incluir en las presentaciones de su programa, embobado como estaba, a sus nietos Marcelo y Jorge.

Pepe Biondi murió el 4 de octubre de 1975, hace medio siglo.

Su estilo, el del circo, ya no luce en los escenarios; por extraño que parezca, ronda otros ámbitos, en el seno de los poderes públicos por ejemplo, en la privacidad expuesta como negocio, como ardid, como maña y quién sabe si como martingala también; aquella inocencia traviesa dejó paso a la acidez, a la corrosión, a cierto hastío amargo y persistente que lo desvirtúa todo.

Fuente: telam

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