06/07/2025
Multitudinaria despedida de los restos de Hipólito Yrigoyen: emoción, ninguneo oficial y la negativa a velarlo en un lugar público

Fuente: telam
Hace 92 años las calles de Buenos Aires estuvieron colmadas de gente que salió a despedir al anciano ex presidente, que había fallecido el 3. Hubo intentos de velarlo en un ámbito acorde a su investidura, pero el gobierno se negó. La reacción de la gente, la posición de la familia y un cortejo en el que se confundían hombres, mujeres, niños y ancianos
>Ese lunes Hipólito Yrigoyen, el primer presidente depuesto por un golpe militar, entró en un sopor del que no saldría. Agonizaba en una modesta habitación de la casa de Sarmiento 944, en la que la única decoración era una imagen de la Virgen colgada arriba del respaldo de la cama, y en la mesa de luz se destacaba un crucifijo de plata.
La gente que esperaba noticias en la calle no necesitó de un anuncio especial: cuando se abrieron las puertas del balcón y el médico Juan Tamborini, diputado durante la primera presidencia de Yrigoyen, invitó a los presentes a descubrirse, las palabras sobraron. Algunos lloraban, otros se arrodillaron, muchos vivaron el apellido del expresidente y todos cantaron el Himno.
Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen fue dos veces presidente, el primero en ser elegido por la ley Sáenz Peña, víctima del golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 y referente de la Unión Cívica Radical desde el suicidio de su tío, Leandro N. Alem.Los militares golpistas no tuvieron reparo en encarcelarlo en la isla Martín García cuando lo desalojaron del poder, lo que perjudicó aún más su salud ya deteriorada. A comienzos de 1933, los médicos Roque Izzo, Pedro Escudero, José Tobías y Armando Meabe no lograban determinar un diagnóstico certero. Yrigoyen arrastraba problemas respiratorios y digestivos y tenían temor de un posible cáncer de garganta por su acentuada ronquera.En marzo se sintió mejor y le recomendaron otros aires para su recuperación. Había pensado en ir a Brasil pero se negó porque en el pasaporte querían poner “expresidente” y él insistía en que seguía siéndolo. Por eso eligió Uruguay.
Se embarcó hacia Montevideo el 5 de abril junto a Elena, su hija inseparable, la que había tenido a los 20 años con Antonia Pavón, y a la que nunca reconoció como a sus otros hijos, si bien siempre se ocupó de ellos. También viajaron Isabel Menéndez, su secretaria; el doctor Landó y el excomisario Fernando Betancour, un conservador que cambió de ideas políticas en cuanto lo conoció. En la capital uruguaya tuvo entrevistas con políticos y tiempo para paseos y tres semanas después debió regresar de urgencia por el fallecimiento de su hermana Marcelina Yrigoyen de Rodríguez.El 1 de julio le diagnosticaron bronquitis aguda que a la noche se transformó en una bronconeumonía. Al día siguiente, se confesó con su amigo Fray Alvaro Alvarez y Sánchez. Luego se rezó una misa e Yrigoyen comulgó, y monseñor Miguel de Andrea le dio la bendición papal.
Primero fueron grupos aislados pero pronto fue una multitud la que se congregó ese día frente a su domicilio, ávidos de novedades. La demolición de muchas casas entre Sarmiento y Diagonal Norte abrió un gran espacio que enseguida fue copado por la gente, a la que no le importó ni el frío ni la llovizna.Esa noche, frente a la casa de Yrigoyen, hubo una impresionante marcha de antorchas.
A pesar de que su hija Elena rechazó por carta los honores oficiales, el Gobierno decretó honras fúnebres. Costó convencer a la juventud radical, que pretendió velarlo en una plaza, y hasta propusieron que fuera la de Mayo.
En el interín el ministro del Interior, el entrerriano Leopoldo Melo, referente de la corriente antipersonalista enfrentado a Yrigoyen, se acercó a la casa. Entre insultos y abucheos, no pudo ingresar y se retiró. Alvear salió a calmar a la multitud.Al mediodía partió el cortejo a la Recoleta, con el ataúd de ébano platinado, con manijas de plata, cubierto por la bandera argentina. Lo esperaban multitudes sobre Diagonal Sáenz Peña, y sobre avenida de Mayo los comercios permanecieron cerrados. De ahí se dirigieron hacia el Congreso para tomar avenida Callao.
La voluntad de Yrigoyen fue la de ser sepultado en el Panteón de los caídos en la Revolución del Parque. Debieron descartar la carroza fúnebre. La gente —muchos habían viajado desde el interior— lo llevó a pulso. Fueron inútiles los esfuerzos del Escuadrón de Seguridad para mantener el orden. Las personas pinchaban a los caballos y tiraban fósforos encendidos a los policías.Era una marea humana de hombres, mujeres, niños, ancianos, que rezaban, agitaban pañuelos, de pronto entonaban el Himno. De lo alto de los edificios colgaban retratos del muerto y hubo quienes se treparon a los techos de los tranvías para ver pasar el cortejo, que era encabezado por Alvear. Viajaron periodistas de países limítrofes, cuyos informes difundieron por los diarios y las radios.
Los organizadores decidieron invertir el orden de la ceremonia. Primero depositaron el ataúd en el panteón y luego fue el turno de los discursos de Alvear, Honorio Pueyrredón, Horacio Oyhanarte, Amadeo Sabattini y Ricardo Rojas, entre otros.
La contracara la brindó el Gobierno que no decretó asueto y amenazó con el despido a los empleados públicos que faltasen al trabajo para ir a las exequias. Los Gobiernos provinciales decretaron honores oficiales, la bandera permaneció a media asta y dieron asueto a sus empleados el día de la inhumación.
Ante semejante manifestación popular, la comparación resultó inevitable: el 29 de abril del año anterior había muerto de un cáncer de estómago en Francia el general José F. Uriburu, quien lo había derrocado. En esa ocasión, el cortejo fúnebre había sido planificado, con la participación de las Fuerzas Armadas y funcionarios, que acompañaron, desde el puerto a la Recoleta, a aquel que despreció la democracia e inauguró una triste y decadente etapa para el país.Fuente: telam
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