Sábado 5 de Julio de 2025

Hoy es Sábado 5 de Julio de 2025 y son las 11:34 ULTIMOS TITULOS:

05/07/2025

David Lynch, entre la memoria personal y la ficción, en una obra que desafía categorías tradicionales

Fuente: telam

El libro “Espacio para soñar”, firmado por el cineasta y la crítica de arte Kristine McKenna, explora la compleja dualidad entre vida y arte que tuvo el creador de “Twin Peaks” a lo largo de su vida

>No es una autobiografía, ni tampoco una biografía. Es las dos cosas y a la vez no. Entre lo biográfico y lo autobiográfico nace este libro híbrido, con dejo de memoria personal y mucho -pero mucho- de ensayo sobre la vida y el arte. David Lynch hace poesía, no importa en qué formato; si es una película o un corto, un cuadro y una pieza musical. Todo él destila poesía, y este libro no es la excepción. Los capítulos que él escribe lo muestran tal cual uno podía escucharlo en las entrevistas, en las que transmitía su amor por el arte como una fuerza poderosa. Ya lo habíamos leído en Atrapa el pez dorado. En este libro vuelve recargado.

En el corazón de Espacio para soñar se encuentra su estructura híbrida y maravillosa: en capítulos que se interponen (o más bien se interpelan) Lynch y McKenna se enfrentan a las dualidades propias del artista y, sin querer, asistimos una vez más a esa incomodidad que nos hace entrar en una punta de la silla cuando vemos sus películas y que pregunta a gritos ¿qué es real? Porque incluso en sus ficciones más surrealistas, la pregunta sobre qué es real dentro de la ficción es tal vez una de las características que más define su obra. Esa magia: estamos viendo una película y dentro de la película aparece la duda ya no sobre la veracidad, sobre la verosimilitud, sobre el artilugio de la ficción, sino más a fondo: la ficción de la ficción de la ficción y ahí aparece la verdad.

Y Lynch le responde a cada capítulo que ella le entrega en un tono confesional, declaraciones sintéticas, oníricas, extraños fragmentos que pueden sonar inconexos, pero que llevan un hilo conductor a través de cada respuesta y que se van hilando entre capítulo y capítulo que McKenna le entrega.

Al narrar su infancia en Tacoma, Lynch recuerda cómo transformó una caja de zapatos en un diorama y montó un tren eléctrico para hacer circular un coche de juguete por paisajes en miniatura: sus primeras incursiones en el stop-motion. “Ese tren de juguete me enseñó que el movimiento en sí mismo podía hablar”.

McKenna traza la expansión de Tacoma después de la guerra y describe los años de Lynch en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania. Las entrevistas con sus compañeros de clase y su tutor, Ray Parker, revelan su impaciencia con su famosa premisa de “el arte por el arte mismo” y su anhelo de fusionar la quietud de la pintura con el flujo del cine.

Lynch relata la sorpresa de Mel Brooks al darle el papel y la elegancia de John Hurt al encarnar a John Merrick. Defiende la cinematografía monocromática y rememora dualidades: el cuerpo frente al alma, el horror frente a la compasión: “Mantuvimos su reflejo en los espejos hasta que las lágrimas de Hurt se reflejaron en los nuestros”. Y en los nuestros también, Lynch

Lynch narra su encuentro con Mark Frost en una cafetería y cómo imaginó una serie de televisión que parecía “un sueño que no se podía terminar”. Recuerda el rodaje en los bosques nevados de Washington, el uso de distorsiones de video analógico en las secuencias oníricas de Laura Palmer y la incorporación de la lluvia ambiental al tapiz sonoro de la serie: “La lluvia era otro personaje más”. Cuando él relata estas secuencias, las manías, las inquietudes y la clara necesidad de que fuera una historia que no se podía terminar, uno vuelve a ese espectador que fue de Twin Peaks. La angustia, la desolación de las historias sin terminar. No puede terminar, porque el horror no tiene fin.

Lynch nos cuenta acerca de su refugio en Hollywood Hills —con puertas de madera oscura, eucaliptos alineados y un observatorio con bañera hundida— y sus rituales diarios: el té de la mañana, escribir en fichas y abstenerse de enviar correos electrónicos. Comparte un recuerdo de cuando rescató a un coyote herido durante un paseo por el cañón: “Su corazón salvaje me recordó al mío”.

McKenna intercala fotografías familiares con entrevistas en las que explora el equilibrio entre la soledad creativa y la paternidad. Destaca su dedicación a la educación artística y la importancia de prestar atención real a las enfermedades mentales. Repasa el recibimiento de la obra de Lynch en distintos festivales, en la academia, y en las lecturas modernas y posmodernas que basan en su obra experimentos de realidad virtual. Todo refuerza el hecho de que Lynch fue un adelantado, un hombre del futuro, de otro planeta, de algún otro lugar. Y todo recuerda y refuerza la frase implacable de Lynch sobre la IA: “Quizás algún día una máquina cartografíe los sueños humanos, pero ¿nos enseñará a sentir?”.

Espacio para soñar es a la vez un tótem y una invitación: se cuenta en este libro medio siglo de una incansable mente artística, desde la mirada de los otros (parientes, amigos, exesposas, colegas, etc.) y desde la reflexión que le provoca a Lynch leer a los otros. Un ejercicio de grandeza, humildad y valentía enormes. Sus triunfos, sus fracasos, su devoción espiritual, y, sobre todo, su incansable práctica visionaria.

[Fotos: archivo AP/ Chris Weeks; Chris Pizzello; Domenico Stinellis; Julien’s Auctions; Infobae - Jesús Aviles]

Fuente: telam

Compartir

Comentarios

Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!