03/06/2025
“Ni una mujer menos ni una muerta más”: el legado de la poeta que fue asesinada antes de que su frase se convirtiera en un grito

Fuente: telam
Esta activista mexicana alzó su voz en una ciudad atravesada por el horror. Su frase nació como un grito de denuncia y se convirtió en la consigna que cruzó fronteras. El 6 de enero de 2011 fue violada y asesinada
>Desde 2015, cada 3 de junio, en las calles de toda América Latina se escuchan gritos nacidos del hartazgo y de años de silencio. Una ola violeta y verde con pancartas con frases que duelen y proclaman “justicia”, con los cientos de nombres de las que ya no están, marchan en brazos de las que siguen de pie. “Ni una menos” dejó de ser un lema: es un clamor continental contra la violencia machista.
Vivió y militó en una de las regiones más violentas del continente, marcada por el avance del narcotráfico, el crimen organizado y la desidia estatal. Lo hizo a través de su poesía y participando activamente en movimientos feministas y junto a familiares de víctimas, denunció la desaparición sistemática y el asesinato impune de mujeres. Entre 1993 y 2011, más de 700 femicidios quedaron sin resolución en esa la ciudad fronteriza. En 2009, su lucha ayudó a que la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenara al Estado mexicano por su responsabilidad en esos crímenes.
En una ciudad atravesada por la muerte, Susana eligió escribir. Nació el 5 de noviembre de 1974 en Ciudad Juárez, donde la poesía parecía imposible frente al avance del crimen organizado, el narcotráfico y los cuerpos de mujeres arrojados como objetos de descarte, pero de los que casi nadie hablaba. Se sabía que las mujeres desaparecían y eran encontradas ultrajadas. Por esa sensación de opresión en el pecho, a los 11 años comenzó a escribir poemas: la violencia aún no dominaba del todo las calles, pero ya se sentía su sombra. Desde entonces, la palabra fue la manera que encontró de habitar el mundo, resistirlo y, más tarde, denunciarlo. Para ella, la poesía se convirtió en un refugio, una forma de intervención social y una herramienta para señalar lo que dolía: los femicidios, la impunidad, el abandono institucional y el miedo.
Desde ese año y hasta 2011 —cuando Susana fue asesinada—, se contabilizaron más de 700 femicidios, aunque diversas organizaciones de Derechos Humanos estiman que la cifra real supera los 3 mil casos, la mayoría sin resolución ni justicia. La respuesta del Estado siempre fue insuficiente o, directamente, no existió: las autoridades minimizaron los hechos, estigmatizaron a las víctimas y no garantizaron justicia.
En ese contexto de horror sistemático y de silencio institucional, Susana pronunció la frase que se volvería histórica: “Ni una mujer menos, ni una muerta más”. No fue una consigna planificada sino su forma de resistencia desde el lenguaje. Fue un gesto, poético y político a la vez, que marcó el comienzo de su activismo público. Comenzó a sumarse a las distintas manifestaciones, actos culturales, encuentros feministas y campañas de visibilización de la violencia contra las mujeres.Desde sus poemas se ponía en la piel de las víctimas y escribía desde la rabia contenida de una generación cercada por la violencia. Con versos como “Sangre mía de Alba. De Luna. Partida del silencio de roca muerta”, puso en palabras el dolor colectivo. Por eso, su frase emblemática —“Ni una mujer menos, ni una muerta más”—, escrita en 1995, no fue una cáscara vacía, sino la síntesis del reclamo urgente de miles de mujeres que, como ella, no aceptaban el silencio como respuesta. Con el paso de los años, esa sentida frase derivó en la consigna “Ni una menos”, bandera continental en la lucha contra los femicidios.
Con su prosa, Susana acompañó a las víctimas, amplificó las voces de las que ya no estaban, y advirtió a la sociedad que la violencia de género no era un hecho aislado sino parte de una estructura de poder. Sus textos comenzaron a ser leídos en las marchas, en encuentros feministas, en escuelas y foros populares. Además, ella misma realizaba lecturas públicas de su obra y participaba activamente en el movimiento por los derechos humanos en Juárez. También realizaba cortos documentales y actividades comunitarias.Susana salió de su casa para visitar a una amiga, pero nunca llegó. El 6 de enero de 2011, su cuerpo fue encontrado mutilado en la calle. Había sido victima de tres jóvenes de 17 años que la violaron, le arrancaron una mano para simular un crimen narco, la asfixiaron y arrojaron su cuerpo como basura. No tenía ningún tipo de identificación. Recién el 10 de enero, su familia la reconoció en la morgue del Servicio Médico Forense.
Durante una entrevista televisiva, el 12 de enero (un día después de que se informara de su crimen), el fiscal general del estado de Chihuahua, Carlos Manuel Salas, dijo que su femicidio se trató de un “encuentro desafortunado” y descartó cualquier relación entre su asesinato y su condición de mujer, de activista o de escritora, sino que fue resultado de un “incidente con tres jóvenes bajo los efectos del alcohol y las drogas”. La responsabilizaron por haber salido sola, por haberse cruzado con sus agresores y nunca reconocieron el femicidio.Los femicidas provenían de sectores marginales con los que Susana solía trabajar y eran miembros de la pandilla Los Aztecas, conocida por su violencia y vínculos con el narcotráfico. Según confesaron, la discusión con Susana comenzó cuando ellos le dijeron que eran parte de ese grupo y ella los amenazó con denunciarlos: tomaron una bolsa de basura y la asfixiaron, luego le amputaron la mano izquierda con un serrucho.
En 2013, los tres fueron condenados a 15 años de prisión, la pena máxima para menores de edad en México. Sin embargo, en 2016 fueron liberados tras la entrada en vigencia de la Ley Nacional del Sistema Integral de Justicia Penal para Adolescentes, que redujo sus condenas.
Fuente: telam
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