02/05/2025
¿Y si el verdadero riesgo es no arriesgarse?: el día que decidí bajar la guardia y sentir

Fuente: telam
Negar emociones de vulnerabilidad no nos convierte en fuertes. Solo las estamos negando y, por lo general, agravando el problema
>Al hacer montañismo uno se prepara. Se pone distintos abrigos para enfrentar el frío, las tormentas, la adversidad. Se puede llegar a poner tres o hasta cuatro capas de protección para poder soportar un entorno muy hostil.
Claro, yo pensaba que si cada persona que tenemos enfrente es una potencial amenaza; ¿cómo vamos a conectar? Naturalmente estaremos a la defensiva, sea consciente o inconscientemente. Y algo parecido pasa con uno mismo: si lo que siento me hace sentir vulnerable, frágil, es mejor no sentir nada, así puedo seguir adelante con la tarea, como si nada. El tema es que negar esas emociones de vulnerabilidad no nos convierten en fuertes. Solo las estamos negando, y por lo general, agravando el problema.
A veces algunas personas con las que converso esto, se enojan. Fueron heridas, están decepcionadas y frustradas, y no quieren exponerse a nuevos dolores. Pero ¿es realista? ¿O será que el precio que pagamos para vivir “a salvo” es más costoso aun?
No pretendo estimular a que las personas sean abusadas. No estoy hablando de ser ingenuos. No. Estoy planteando otra cosa. Me refiero al alto precio que pagamos por pasarnos de un extremo al otro, y siguiendo la analogía del principio, por vivir con el traje de montañismo aun cuando estamos viviendo en la ciudad o en la playa. ¿Imaginan el absurdo de estar con un traje de montañismo en una playa del Caribe?Bueno, pero ¿cómo se hace?, me preguntan muchos también.Es todo un arte, que cada uno tiene que descubrir. Saber cuándo ponerse el traje -la protección-, y cuándo sacárselo. O más aún; cuándo tomar distancia o ni exponernos a situaciones que sabemos que nos harán mal, en las que podremos salir lastimados. El tema es que eso es una cosa y vivir tratando que no nos lastimen es otra cosa bien distinta. Es incómodo vivir y dormir con una armadura. Ni hablar de dar o recibir afecto: ¿por dónde se acaricia a alguien que tiene puesto ese traje de acero?Cuenta que había un gato que se sentó sobre una estufa y se quemó. Y que a partir de esa experiencia, decidió nunca más volver a sentarse…
¡El problema no era sentarse, sino hacerlo sobre una estufa!¿Y vos? ¿Hasta cuándo pensás seguir viviendo con la armadura puesta? ¿De qué historia seguís protegiéndote? ¿Y no te diste cuenta del alto precio que pagás por pretender vivir “a salvo”?
*Juan Tonelli es speaker y autor del libro “Un elefante en el living, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar”.Fuente: telam
Compartir
Comentarios
Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!