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25/10/2025

Calabazas macabras, disfraces, dulces y cuentos de terror: ¿de dónde provienen estos rituales y la tradición de celebrar Halloween?

Fuente: telam

Aunque se ha convertido en un fenómeno global, y en una de las festividades más comerciales del mundo, esta fecha tiene raíces profundas, tanto religiosas como paganas. De antiguos ritos celtas vinculados con la agricultura, a la fiesta de los fantasmas y las golosinas, pasando por su adopción en la liturgia cristiana: el verdadero significado del 31 de octubre

>La noche del 31 de octubre tiene algo especial. Luces tenues, figuras extrañas en los balcones, niños disfrazados, calabazas iluminadas, casas decoradas con telarañas artificiales, esqueletos y brujas. Para muchos, es simplemente Halloween, una celebración alegre, divertida y sin demasiada reflexión. Sin embargo, esta fiesta tiene raíces profundas, tanto religiosas como paganas, que han sido moldeadas por el tiempo, la historia y la cultura.

Hoy, en el contexto de una sociedad globalizada, Halloween ha perdido casi todo rastro de su contenido espiritual original. Se ha transformado en una fiesta comercial, impulsada por el consumo y promovida por la industria del entretenimiento. Sin embargo, vale la pena preguntarse: ¿de dónde viene realmente esta festividad?, ¿qué celebramos cuando la festejamos?, ¿por qué genera tanto rechazo en algunos sectores religiosos?, ¿es una fiesta pagana, cristiana o simplemente una excusa para disfrazarse?

Para recibirlos, los celtas dejaban comida fuera de sus casas, encendían hogueras y colocaban luces en las ventanas para guiarlos. También se disfrazaban con pieles de animales y máscaras para ahuyentar a los espíritus malignos. Estos rituales tenían un carácter apotropaico: buscaban proteger a la comunidad frente a los peligros del invierno y alejar las fuerzas negativas. En cierto modo, los disfraces y las máscaras eran una forma de engañar al mal. Y si lo pensamos bien, hoy seguimos haciendo lo mismo. Cruzamos los dedos, tocamos madera, usamos amuletos, tiramos monedas en fuentes. Incluso en Año Nuevo realizamos pequeños rituales: comer 12 uvas, vestirnos de ciertos colores o encender fuegos artificiales para espantar las malas energías. Nada nuevo bajo el sol.

Pero no es solo en Europa donde estas prácticas se mantuvieron. En Mesoamérica, culturas como la mexica, maya, zapoteca, mixteca y otras, también celebraban el regreso de los muertos durante esta época del año. Hoy, el Día de los Muertos en México es un ejemplo vibrante de cómo estas tradiciones se fusionaron con el cristianismo tras la llegada de los conquistadores. Altares con fotos, comida, bebidas, flores de cempasúchil y velas honran a los difuntos en una de las fiestas más significativas de esa región. Un auténtico puente entre los vivos y los muertos. Cuando el Imperio romano conquistó los territorios celtas, intentó suprimir muchas de sus prácticas religiosas. El emperador Claudio prohibió a los druidas, aunque la festividad del Samhain sobrevivió. Los romanos incluso añadieron sus propias deidades a las celebraciones: en especial a Pomona, diosa de los frutos y de la cosecha.

Con la llegada del cristianismo, la Iglesia Católica decidió incorporar muchas de las festividades paganas al calendario litúrgico, resignificándolas desde una perspectiva cristiana. Esta estrategia, conocida como inculturación, no intentaba erradicar las costumbres locales, sino reinterpretarlas dentro del marco de la nueva fe. Así, Samhain fue transformado en la “Víspera del Día de Todos los Santos”, o “All Hallows’ Eve”, como se decía en inglés antiguo.

La práctica de celebrar las “primeras vísperas” ya estaba arraigada en la tradición cristiana. Al igual que la Navidad comienza con la Nochebuena (Christmas Eve), la Fiesta de Todos los Santos comenzaba el 31 de octubre, como vigilia. Tan significativa fue esta fecha que, siglos después, el papa Julio II eligió el 31 de octubre de 1512 para inaugurar los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. No era un día cualquiera.

Pero, ¿cómo pasó esta festividad cristianizada a convertirse en una fiesta masiva de disfraces y dulces? La clave está en la diáspora irlandesa. Entre 1845 y 1849, Irlanda sufrió una terrible hambruna que obligó a millones de personas a emigrar, principalmente a los Estados Unidos. Con ellos viajaron sus tradiciones, su idioma y, por supuesto, su forma particular de celebrar el All Hallows’ Eve. Ya en suelo norteamericano, esta festividad fue tomando nuevos matices. Se secularizó, perdió su carácter religioso y se convirtió en una celebración social y comunitaria. En 1921, se organizó el primer desfile de Halloween en Minnesota, lo que marcó el inicio de su expansión por todo el país. En las décadas siguientes, se volvió una festividad popular, especialmente entre los niños.

A esta nueva versión se le sumaron elementos simbólicos como la famosa jack-o’-lantern, la calabaza iluminada. Su origen se remonta a una leyenda irlandesa sobre “Jack el Tacaño”, un personaje que logró engañar al diablo en varias ocasiones, lo que le valió no ser admitido ni en el cielo ni en el infierno. Condenado a vagar por la eternidad, Jack se alumbraba con un nabo hueco con una brasa dentro. En Estados Unidos, el nabo fue reemplazado por la más abundante calabaza, dando origen a una de las imágenes más representativas de Halloween.

Hoy en día, Halloween es una de las festividades más comerciales del mundo, especialmente en los Estados Unidos, donde mueve miles de millones de dólares cada año en disfraces, dulces, decoración, películas, eventos y parques temáticos. Se ha convertido en un fenómeno global impulsado por la cultura pop, las redes sociales y la industria del entretenimiento. En muchos países, especialmente en América Latina, Halloween fue adoptado sin sus raíces históricas, como una moda importada. En ciudades como Buenos Aires o Montevideo, cada vez más niños y adolescentes participan en la celebración, mientras algunos adultos la critican por considerarla ajena o superficial. Sin embargo, conocer su historia puede darle nuevo sentido: como un reflejo de nuestras creencias, miedos, y deseos más profundos.

Detrás de los disfraces y las fiestas, Halloween es una expresión colectiva de nuestra relación con la muerte, el misterio y lo desconocido. En un mundo cada vez más racional y tecnificado, donde se busca dar explicaciones lógicas a todo, esta festividad nos conecta con una parte más instintiva y ancestral de la experiencia humana: el temor a lo que no se puede ver, a lo que no se puede controlar.

Además, Halloween es una de las pocas festividades modernas que nos permite hablar de la muerte sin solemnidad ni tabúes. En muchas culturas occidentales, la muerte ha sido marginada del discurso cotidiano, confinada a lo médico, lo jurídico o lo religioso. Halloween, al igual que el Día de los Muertos en México, nos recuerda que la muerte forma parte de la vida y que también puede ser pensada desde lo lúdico, lo simbólico y lo artístico.

La pregunta, entonces, no debería ser si Halloween es bueno o malo, sino cómo lo celebramos y qué sentido le damos. Puede ser solo una excusa para reunirnos, divertirnos y dejar volar la imaginación. Pero también puede ser una oportunidad para reconectarnos con nuestras raíces culturales, para enseñar a los más jóvenes sobre historia, mitología, simbolismo y espiritualidad.

Como toda festividad viva, Halloween seguirá cambiando con el tiempo. Lo que hoy vemos en las tiendas o en las redes sociales es apenas una versión moderna, y probablemente muy superficial, de un ritual milenario. Pero eso no lo hace menos válido: cada generación transforma las tradiciones según sus necesidades, sus miedos y sus sueños.

Fuente: telam

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