15/10/2025
La aventura del pionero que combinó música e imagen en la década del noventa y en la cuarentena ideó el streaming del Teatro Colón
Fuente: telam
Jorge Codicimo cruzó arte y tecnología. Así, creó el primer CD ROM de una banda de rock de América Latina. Veinticinco años después, volvió a innovar desde otro escenario
>En 1995, Argentina era otra. No solo por la convertibilidad o la pizza con champagne, sino porque lo digital todavía era una promesa. La palabra “interactivo” sonaba más a ciencia ficción que a algo cercano. Navegar por internet significaba ocupar la línea de teléfono, y lo más avanzado en formato digital eran los CD-ROM: aunque la Enciclopedia Interactiva Encarta (bisabuela de Google) ofrecía todas las respuestas, nadie imaginaba que pudiera usarse con la música, y mucho menos con el rock.
Inspirado —y en parte legitimado— por el atrevimiento de David Bowie, que ya había lanzado un CD-ROM interactivo en el hemisferio norte, pensó: ¿Por qué no intentarlo acá? Y se lo propuso a Richard Coleman, quien le había encargado el arte de tapa del nuevo disco. “Podemos hacer que, además del disco, haya una tecnología que te permita mezclar datos y audio”, le dijo al músico. A los pocos días, ya estaban imaginando cómo convertir Desierto en el primer álbum de rock de América Latina en ese formato. Veinticinco años después, el mismo espíritu terminaría moldeando la estrategia digital del Teatro Colón durante la pandemia.
A mediados de los 90, Jorge y Nicolás trabajaban con Los 7 Delfines y les habían encargado idear el arte de tapa. En ese momento, su camino se cruzó con la innovación de Bowie, y presentaron la idea a los músicos en los estudios de Del Cielito Récords, un lugar donde había algo más que humo de cigarrillos y el ruido de cintas adhesivas sujetando posters de bandas en las paredes. Allí se respiraba curiosidad, pero también algo de miedo ante cada avance tecnológico.“Gustavo Gauvry, el dueño del sello, le tenía terror a mezclar un track de datos con el audio del CD... temía que se rompieran los equipos”, recuerda Codicimo sobre la primera reacción al plantear la idea de un material inédito. No era paranoia: “¡Imaginate lo que era la tecnología en ese entonces! La gente pensaba que si metías un CD-ROM en una compactera, se podía romper”, compara con aquellos años.Así, Los 7 Delfines y su equipo gráfico lograron fusionar tecnología y música, transformando el disco Desierto en una experiencia casi mitológica por descubrir. Inspirados por el título, crearon una pirámide digital en la que los usuarios podían explorar videos ocultos de la banda, interactuar con elementos como instrumentos que sonaban al tocarlos, escuchar a los músicos contar detalles del disco, o incluso encender una radio para que sonara música. En una parte del recorrido, se encontraban unas radios donde al clickear se escuchaba a algunos conductores presentar los temas del disco, entre ellos Mario Pergolini, Juan Di Natale, Conrado Geiger. No fue todo: los fans podían leer las letras de canciones como Cábalas, Secreto y Flores negras.
Pero no todo fue entusiasmo. “Hasta ese momento, la tecnología y lo nerd no se llevaba bien con el rock”, recuerda Codicimo sobre las primeras impresiones tanto del público como de algunos músicos. El mismo líder de la banda no estuvo de acuerdo cuando le contaron la idea: “¿Es como un jueguito? ¿Y yo qué voy hacer?... ¿Voy a estar, así, moviendo una banderita?”, indagó desconcertado. Pero cuando supo que su ídolo David Bowie ya había experimentado en ese formato, se animó y entre resistencias y risas, el proyecto avanzó.Una vez logrado, el CD-ROM fue presentado en ferias de tecnología, donde se cruzaban diseñadores, melómanos y visionarios. También viajó con la banda a Colombia, cuando Los 7 Delfines tocaron en Rock al Parque, un festival masivo aún vigente. Pero esta vez no solo llevaban guitarras, también contaban la experiencia de haber lanzado un disco que se exploraba mientras se escuchaba. “Nosotros viajamos también para contar nuestra experiencia de llevar la música a un nuevo soporte”, recuerda Codicimo.
Aunque nunca fueron una banda que convocara a millones de fanáticos, sí tenían un público fiel. “Siempre fueron una banda de culto, como Coleman, que es músico super respetado en el mundo del rock, el público le tiene respeto, pero nunca fue mainstream”, explica Jorge. Tal vez eso les dio libertad para animarse a algo impensado en la industria.Lo que parecía una rareza de laboratorio terminó dejando una huella más profunda de lo que nadie imaginaba. Ese cruce entre lo técnico y lo emocional, lo digital y lo artístico, marcaría para siempre la carrera de Codicimo. Aunque entonces no lo sabía, la lógica de conectar mundos que parecían inconexos volvería a emerger muchos años después, en un escenario tan inesperado como simbólico: el Teatro Colón, en plena pandemia.
Para Jorge, la pandemia no fue solo una pausa en lo laboral: fue un déjà vu. El mismo vértigo que había sentido décadas atrás, al meter un disco de rock dentro de una computadora, volvió en 2020 con otros nombres, otras urgencias, pero el mismo motor: hacer que la tecnología y el arte dejen de ser mundos separados.“Me tocó ‘mudar’ el escenario del Colón al ámbito digital durante la pandemia”, dice, con una mezcla de vértigo y orgullo. El salto tecnológico fue radical: conciertos en streaming, recorridos interactivos por el edificio, contenidos pensados para redes sociales y YouTube. Pero más allá de la plataforma, lo que guiaba todo era esa misma convicción de los 90: contar historias, no solo mostrar archivos. “Lo que nosotros aprendimos en el mundo del rock era que no alcanza con poner una cámara y transmitir. Hay que emocionar, hay que generar experiencia”, explica. Y así como antes una pirámide digital escondía canciones, ahora era el propio Teatro el que se abría como un laberinto virtual para ser explorado desde las casas que se llamó La experiencia fue tan potente que fue presentada por Codicimo en el Beijing Forum for Performing Arts de China, y luego reconocida como caso de buenas prácticas por Ópera Europa, la organización que nuclea a los teatros de ópera europeos, y también por OLA, su par latinoamericano. Lo que parecía una rareza de laboratorio noventoso se había transformado, con los años, en un modelo de referencia global.
“Si te fijás, fue lo mismo. Hacer que lo digital no sea solo una réplica de lo físico, sino otra cosa, con su propia narrativa”, dice. Y ahí está, quizás, el verdadero legado de aquel delirio noventoso: haber sembrado una forma distinta de pensar la tecnología, no como herramienta, sino como aliada para contar, emocionar y crear.
Fuente: telam
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