12/10/2025
La epidemia silenciosa: el costo de la soledad y el encierro

Fuente: telam
La OMS la declaró una amenaza global. Aumenta el riesgo de depresión, demencia y muerte prematura. En todo el mundo, millones de personas mayores pasan días sin hablar con nadie. No es un destino: es un problema de salud pública
>—Hermoso perro —dije. O sea, parece que no dije: grité. Me di cuenta por el susto que se pegó el pobre hombre. Creo que estuve varios tonos por arriba de lo necesario para un comentario casual en el parque. Es que ya es domingo por la noche, y llevo varios días sin escuchar mi propia voz. A veces pienso que ya no voy a acordarme cómo suena.
Durante muchos años deseamos la soledad como se desean los bienes escasos. Llegar a casa y estar sola, y que no me hablen. Que nadie me pida nada. Poder tirarme a leer o no hacer nada sin que me miren o me juzguen. No compartir el baño ni el control remoto.
La Organización Mundial de la Salud acaba de declarar la soledad como una “amenaza global para la salud pública”, comparable en riesgo a fumar quince cigarrillos por día. Es un problema transversal a todas las edades, pero se ha convertido en una pandemia entre los adultos mayores. Soledad y encierro, las dos caras de una enfermedad silenciosa y letal.
Las cifras son tan silenciosas como el tema que describen. La OMS estima que una de cada seis personas en el mundo se siente sola. En los adultos mayores, ese porcentaje crece. En Estados Unidos, el Surgeon General publicó un informe donde advirtió que la desconexión social aumenta el riesgo de cardiopatías en un 29%, de accidentes cerebrovasculares en un 32% y de muerte prematura en un 26 por ciento.En Japón, el término kodokushi —muerte solitaria— ya forma parte del lenguaje cotidiano. “En Tokio, ahora hay empresas de limpieza especializadas en departamentos donde el inquilino ha muerto solo; una industria sombría nacida de la desconexión” (The Times).Las pantallas nos prometieron unión. Pero la hiperconectividad digital no reemplaza la conversación, el abrazo, la mirada.
“La tecnología prometió conexión, pero lo que nos dio fue contacto: breve, superficial y, a menudo, insatisfactorio” (The New York Times).Esa paradoja —conectividad sin conexión— es una de las marcas más profundas de nuestro tiempo. Y no solo afecta a los mayores. Los jóvenes también están cada vez más solos: un estudio publicado en The Atlantic mostró que los norteamericanos pasan 35 % menos tiempo con amigos que hace veinte años. El ocio compartido se desintegra.
En los pueblos, la soledad tiene otro ritmo. Allí pesa la distancia, la falta de transporte, la ausencia de espacios públicos. En las ciudades, en cambio, la soledad convive con el ruido. Vivimos uno arriba del otro sin mirarnos. Un edificio entero puede estar lleno y vacío a la vez.Es eso. La atención. La mirada. Ese gesto mínimo que te hace existir para otro. Sin esa mirada, uno se vuelve invisible.
En Argentina, según el último censo del INDEC, uno de cada cuatro hogares es unipersonal, y el 8,7% de la población vive sola. En la Ciudad de Buenos Aires, donde la densidad debería traducirse en compañía, la soledad se multiplica entre edificios, porteros automáticos y deliveries.Hay un miedo que no se nombra, pero está ahí. No es al dolor ni a la muerte, sino a morir sin que nadie lo sepa. Lo escuché más de una vez: gente mayor que deja la puerta entreabierta “por si pasa algo”, o una taza sin lavar “para que vean que estuve hoy”.En Japón, ese miedo se volvió política pública. En el Reino Unido, también. Después de varios inviernos en los que ancianos fueron hallados sin vida semanas después de su muerte, el gobierno británico creó en 2018 el Ministerio de la Soledad.
Desde entonces, el tema se incorporó a la agenda sanitaria global. Porque la soledad no es un sentimiento: es un determinante social de la salud.
En casi todas las culturas, la familia aparece como refugio natural contra la soledad. Pero a veces ese refugio es también un espejo incómodo. Los hijos que viven lejos, los nietos que solo mandan audios, las visitas que se postergan. En los bordes del amor asoma la culpa. “Para los hijos adultos, la soledad de los padres mayores se convierte en un espejo: refleja no el aislamiento de ellos, sino la propia ausencia”, señala un artículo reciente de The New York Times Magazine.Dice la neurobiología que los patrones de soledad se refuerzan cuando solo compartimos con individuos con los que no tenemos experiencias conjuntas, perspectivas o proyectos. Perder la conversación que nos importa, que nos nutre, que nos divierte, es el núcleo de esa soledad.
“Nunca es demasiado tarde para hacer un nuevo amigo, sobre todo cuando entendés que puede salvarte la vida”, sostiene esta semana un artículo sobre la soledad no deseada de The Guardian.
La amistad no es un lujo: es una herramienta de supervivencia emocional. La conexión humana, como dice la neurociencia, activa los mismos circuitos del cerebro que el placer y el alivio del dolor. No es poesía: es biología.
En distintos lugares del mundo surgen proyectos comunitarios que intentan recuperar el hilo humano. En España, las farmacias funcionan como puntos de encuentro; en Dinamarca, los “cafés de la soledad” invitan a sentarse con desconocidos; en Canadá, los centros de día se transforman en clubes sociales.Esa es la clave: no reemplazar el vínculo, sino multiplicarlo.
La soledad no tiene síntomas ruidosos. No hay fiebre ni tos. Se manifiesta en el cuerpo de maneras sutiles: en el pulso, en la presión, en la memoria. Los científicos dicen que aumenta los niveles de cortisol, altera el sistema inmune y acelera el envejecimiento celular. Pero más allá de los estudios, lo que más duele es lo que no se mide: la ausencia de voz, de oído, de espejo.No se trata solo de evitar el sufrimiento individual. Se trata de reconstruir un tejido social que se está deshilachando. Y de entender que la compañía es un asunto colectivo, no una responsabilidad privada. La soledad no deseada está lejos de ser un tema biográfico. Es un clima de época, consecuencia de la modernidad y el aislamiento. Encontrar a alguien que se ría de nuestros chistes y nos llame solo para escuchar nuestra voz estará pronto pasando a ser una cuestión de estado.
Fuente: telam
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