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12/10/2025

Tragedia de los Andes: dos pilotos experimentados, un frente de tormenta y un avión demasiado cargado que no debió volar

Fuente: telam

La tarde del 12 de octubre de 1972 despegó desde Montevideo el avión de la Fuerza Aérea Uruguaya que debía llevar al equipo de rugby Old Christians a Chile para jugar un partido. Detenido en Mendoza por el clima, al día siguiente debió postergar su despegue y después se estrelló en pleno vuelo. De los 45 viajeros y tripulantes solo sobrevivieron 16. Los diferentes caminos que tomaron, sus libros, sus palabras y sus silencios

>Con los hechos consumados, con el diario del lunes, como se suele decir, el avión de “la tragedia de los Andes” no estaba destinado a cruzar la cordillera. Pese a los 53 años transcurridos, el caso de los rugbiers uruguayos que sobrevivieron durante 72 días en las condiciones extremas de la alta montaña se sigue recordando como una hazaña en la que el compañerismo y la determinación permitieron que 16 jóvenes le ganaran la batalla a una muerte que el mundo entero había dado por hecha.

En octubre de 1972, los clubes de rugby Old Christians de Montevideo y Old Boys de Santiago de Chile acordaron realizar un encuentro amistoso en la capital chilena. Para trasladar al equipo, el presidente del club uruguayo, Daniel Juan, contrató un bimotor turbohélice de la Fuerza Aérea. Era un vuelo charter y, con el fin de solventar su costo, una vez ocupados todos los asientos para la delegación del club, se ofrecieron los diez pasajes restantes a familiares y amigos.

Cuando el Fairchild FH-227D partió de Montevideo estaba previsto que llegara esa misma tarde a Chile, pero un frente de tormenta sobre la cordillera de los Andes lo obligó a descender en Mendoza hasta que mejoraran las condiciones climáticas. Aunque existía – y existe – una ruta directa de 200 kilómetros entre Mendoza y Santiago, la altura de las montañas exige que el avión vuele por encima de los 7600 metros. El techo de vuelo del bimotor era de 8500 metros, pero al estar completamente cargado, su peso hacía imposible alcanzar la altura necesaria. En el caso específico del FH-227D se planteaba una dificultad adicional, aunque era un avión relativamente nuevo, con poco más de cuatro años de antigüedad, los pilotos consideraban que le faltaba potencia y lo apodaban “el trineo de plomo”.

La tarde del jueves 12 el cruce de los Andes era imposible por el frente de tormenta y la mañana del viernes 13 se debió postergar de nuevo el vuelo porque las condiciones meteorológicas seguían siendo adversas, aunque se esperaba que mejoraran por la tarde. Finalmente, el Fairchild pudo despegar a las 14.10 para emprender la ruta en U hacia la capital chilena. Era el tercer intento.

El avión hacía la ruta a 5.500 metros de altura y, debido a las condiciones meteorológicas, los pilotos volaban con instrumentos, ya que no tenían contacto visual con tierra. En los comandos estaba el teniente coronel Lagurara, que todavía se entrenaba en ese tipo de vuelos con la supervisión del coronel Ferradas, que ya había sobrevolado los Andes otras 29 veces. A las 15.21, Lagurara se comunicó con Santiago y notificó a los controladores aéreos que esperaba llegar a Curicó dentro de un minuto. Era falso, la lectura de los instrumentos lo había engañado: todavía se encontraba sobrevolando los Andes, pero las condiciones meteorológicas le impidieron verlo. Poco después sonó la alarma de colisión y el piloto intentó desesperadamente volver a elevar el avión que ya estaba descendiendo para evitar el impacto.

El fuselaje quedó detenido sobre el glaciar Valle de las Lágrimas, a 4.280 metros, entre el cerro El Sosneado y el volcán Tinguirica, en territorio argentino, muy cerca de la frontera con Chile.

Como resultado de la caída, 11 personas murieron por el impacto y 18 más perdieron la vida con el correr de los días, algunos por sus heridas y otros aplastados por una avalancha de nieve. Los 16 sobrevivientes tuvieron que soportar temperaturas de entre 25 y 42 grados bajo cero, a 3.500 metros sobre el nivel del mar, sin ropa adecuada ni experiencia para enfrentar las condiciones climáticas extremas de la zona andina conocida como el Valle de las Lágrimas.

El 12 de diciembre, dos meses exactos después de la caída, los 16 sobrevivientes se convencieron de que ya no los buscaban más, que las operaciones de rescate ya estarían suspendidas porque los creían a todos muertos. Entonces, Fernando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintín, los que estaban en mejores condiciones físicas, iniciaron una caminata hacia el oeste, para buscar ayuda. Poco después, Vizintín no pudo continuar y regresó, haciendo un esfuerzo extremo, al lugar donde estaba el fuselaje del avión mientras sus dos compañeros seguían adelante.

Subieron y bajaron laderas montañosas hasta que finalmente llegaron a un valle. Llevaban casi diez días de una caminata infernal cuando, el 21 de diciembre llegaron a un valle, divisaron un río y, al acercarse más, vieron a tres hombres a caballo que estaban arreando a unas ovejas.

Ese encuentro casi milagroso ocurrió en las orillas del torrentoso río Azufre, al que los lugareños llaman “El Barroso”. De un lado del río había dos jóvenes exhaustos y hambrientos después de caminar diez días en la nieve. Del otro lado había tres hombres a caballo, un padre con sus dos hijos. El padre se llamaba Pablo Sergio Catalán Martínez, un arriero chileno.

Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace diez días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”, leyó Catalán en el papel.

El arriero tomó cuatro panes amasados en su casa, los envolvió junto con la piedra, e hizo otro lanzamiento. Después, por señas, les indicó a los dos jóvenes que se quedaran ahí y pidió a sus hijos – de 12 y 14 años - que no se fueran, que encendieran un fuego y no perdieran de vista a esos jóvenes. Recién entonces volvió a montar su caballo y emprendió una larga cabalgata hasta el retén de Carabineros más cercano, en Puente Negro, a 80 kilómetros de distancia. Esa cabalgata le llevaría diez horas y cada minuto de ellas podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte para los 16 jóvenes que todavía vivían después de la caída del avión y más de dos meses en medio de la nieve, los sobrevivientes de lo que ya se conocía en el mundo como “la tragedia de Los Andes”.

El 22 de diciembre, guiados por Parrado y Canessa, los helicópteros de Carabineros llegaron hasta el lugar donde estaban los otros 14 sobrevivientes y los rescataron. “La tragedia de Los Andes” se convirtió entonces en “El milagro de Los Andes”.

Cuando se cumplen 53 años del despegue del Fairchild FH-227D desde el aeropuerto de Montevideo rumbo a la tragedia, 14 de aquellos 16 sobrevivientes que quedaron 72 días atrapados en el Valle de las Lágrimas siguen con vida.

Fernando “Nando” Parrado dejó sus estudios universitarios y empezó a trabajar en la cadena de ferreterías que era propiedad de su familia. Dejó también el rugby y se dedicó al automovilismo, primero como piloto y luego como periodista especializado. Escribió el libro “Milagro en los Andes” y recorrió el mundo dando charlas motivacionales basadas en su experiencia de vida. Se casó con Veronique Van Wassenhove, con quien tuvo dos hijas, Verónica y Cecilia.

José Pedro Algorta es uno de los sobrevivientes que no pertenecía al equipo de rugby. Después del accidente, volvió a la facultad a estudiar Economía, en la Universidad de Buenos Aires y posteriormente en la Universidad de Stanford, donde consiguió una maestría en Administración de Empresas. Se casó con Noelle Sauval en 1974, con quien tuvo tres hijos y dos nietos. En 2015, publicó el libro “Las montañas siguen allí”.

Daniel Fernández Strauch dirigió una empresa informática y tecnológica. Se casó y tuvo tres hijos. En 2012, al cumplirse 40 años del Milagro de los Andes, publicó el libro “Regreso desde la montaña”.

Roy Harley terminó sus estudios de Ingeniería. A él se deben las fotografías de los días que permanecieron aislados en la montaña ya que era el único que tenía una cámara. Está jubilado y da conferencias sobre la tragedia. Está casado y tiene tres hijos.

Ramón “Moncho” Sabella vivió un tiempo entre Montevideo y Punta del Este, y luego se mudó a Asunción, donde trabajó como empresario. Estuvo mucho tiempo en silencio, con un perfil bajo. Pensaba que, teniendo en cuenta la pérdida de la familia de los que no habían regresado, era poco ético hablar de su experiencia. Luego decidió dar conferencias y entrevistas, convencido de que su experiencia podía ser útil para la sociedad.

Eduardo Strauch terminó su carrera y se convirtió en arquitecto. Se casó siete años después y tuvo 5 hijos. Muchos años después, un montañista mexicano encontró su campera y sus documentos entre los restos del avión, en los Andes. A partir de ese momento, entabló amistad con él y juntos van, cada año, al lugar del desastre. En 2022, coincidiendo con el 50 aniversario del Milagro de los Andes, CNN los acompañó en ese viaje para grabar un documental.

Antonio “Tintín” Vizintín se recibió de abogado y trabajó en una empresa importadora de productos químicos y, más recientemente, como muchos otros sobrevivientes, se dedica a dar charlas y conferencias. Fue presidente de la Unión de Rugby del Uruguay. Se casó tres veces: Un matrimonio terminó en divorcio y su segunda esposa con la que tuvo dos hijos – falleció.

Debido al cambio climático, si el accidente del Milagro de los Andes ocurriera hoy no habría sobrevivientes porque a esta altura del año casi no hay nieve capaz de amortiguar el impacto del avión en el Valle de las Lágrimas. El glaciar ha retrocedido un 60% en los últimos cincuenta años.

Fuente: telam

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