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12/09/2025

De esperar para entrar a la cárcel al altar: la historia de amor que inspiró a Natalia Oreiro en la película “La mujer de la fila”

Fuente: telam

Durante los seis meses que estuvo preso, el hijo de Andrea Casamento contó con la ayuda de Alejo, un interno que tenía una condena por robos reiterados. Ese sentimiento de gratitud hacia él contribuyó a que en la madre germinara un profundo sentimiento de cariño. Un relato en primera persona de la mujer que encontró el amor en una cárcel

>Estaba desesperada. Mi hijo había sido detenido injustamente, sin haber tenido nada que ver con ese robo, y por ese contexto tan particular, lo llevaron a una cárcel especial y lo dejaron incomunicado.

Cuando me enteré de la situación, más allá del shock, confié en que se aclararía con rapidez. Pero no fue así. El contexto mandaba, y en un momento en donde la sociedad exigía mano dura, el juez sobreactuaba porque tenía pánico de que lo señalaran por blando, y tal vez lo lincharan mediáticamente.

No sé cómo el abogado consiguió hablar con otro preso que aparentemente era muy hábil manejándose adentro de la cárcel. Lo llamamos y nos pidió un rato para averiguar. Enseguida nos devolvió la llamada y me dijo que me quedara tranquila, que mi hijo estaba bien, que solo lo habían sancionado por una inconducta y por eso no lo habían dejado llamarme. Pero que no me preocupara. Curiosamente, ese desconocido me tranquilizó. Irradiaba una calma especial. Se ofreció para que volviera a llamarlo ante cualquier problema, y no sé por qué, le pregunté si podía ir a agradecerle personalmente. Él tenía un régimen de visitas más flexible que mi hijo y accedió.

-Y sí, si al que querés ver es a él, me dijo.

Pude estar un rato con mi hijo, calmarlo, contenerlo, y antes de irme le agradecí mucho a Alejo, ese preso que se estaba convirtiendo en mi ángel de la guarda.

Después de seis meses de calvario, mi hijo fue liberado. Lo llamé a Alejo y le dije que pasaría a saludarlo y agradecerle todo lo que había hecho por nosotros.

-Olvidate, ya está. Lo importante es tu hijo y ya está en libertad. Yo no existo, no vengas.

Alejo cumplía una condena por robos reiterados, y tenía muchos años de prisión por delante. Cuando después de hacer los trámites para acceder a verlo y mientras esperaba que apareciera, no pude evitar preguntarme qué estaba haciendo ahí. O sea, era clara la gratitud que sentía, pero había algo más. Conversamos tranquilamente, y cuando antes de irme le pedí que me llamara esa semana, pude ver su cara de sorpresa, pero de grata sorpresa.

Había dejado de ir a esa cárcel para visitar a mi hijo pero seguía yendo para ver a un preso que me movilizaba y quien tenía muchos años de condena por delante. Yo era viuda y con tres hijos adolescentes, y ni me animaba a contarle esta situación a nadie de mi familia.

-Tendríamos que casarnos, así como tu esposa tengo un acceso más rápido y con menos interrogatorios.

Yo lo dije como broma, pero Alejo se lo tomó en serio. No pasó de ahí, pero en mi siguiente visita me dijo que tenía todo arreglado: el sacerdote del penal y el juez que nos casarían. Conscientemente yo no aspiraba a tanto, pero avanzamos. Después de mi boda cuasi secreta, mi vida iba consolidando un rumbo absolutamente insospechado.

Cuando se lo planteé se emocionó mucho, y no dudó un instante. ¿Habrá pensado que estaba loca? ¿Por primera vez se habrá sentido amado en su vida? ¿Y yo?

Hoy nuestro hijo tiene 20 años. Nació mientras su padre estaba preso: pudo escuchar su primer llanto a través de una llamada de teléfono móvil que hizo la partera, porque en esos tiempos no había videollamadas.

A su vez, otra emoción profunda me atravesaba. Sentía que había desprotegido a mi hijo arrestado injustamente. Por supuesto que podía racionalizar que yo no había tenido nada que ver porque había sido una detención por error, y que la maquinaria penitenciaria judicial había hecho el resto. Sin embargo, en el fondo de mi corazón sentía culpa por no haber podido cuidar mejor a mi hijo. En ese contexto, tener otro hijo me daba la oportunidad de redimirme, una revancha con la vida, en la que podría cuidarlo bien. Era un tema conmigo misma. Emocional, por no decir irracional. El corazón tiene otras razones.

Mentiría si dijera que fue un proceso fácil, que no atravesamos grandes tensiones. Por suerte Alejo tuvo el mismo aplomo que tenía cuando estaba en la cárcel y pudo contener no solo mis temores, sino los errores que cometí al estar con tanto miedo y desconfianza.

Si miro para atrás no veo un error ni una locura sino un camino que me obligó a descubrir de qué soy capaz cuando me guía el amor. El futuro siempre es incierto, pero aprendí que lo que parece imposible a los ojos del mundo puede ser, en realidad, lo más humano y verdadero que nos ocurre. Y a veces, los amores más improbables son los que nos terminan salvando la vida.

Fuente: telam

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