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11/09/2025

Los últimos días de Sarmiento: el refugio en Paraguay, la procesión por el río Paraná y la última foto

Fuente: telam

Pasaron 137 años de la muerte del prócer. Su tiempo en Asunción, la necesidad de ver a Aurelia Vélez y sus ganas de seguir trabajando hasta el final

>Sarmiento no estaba bien de salud. Por sus problemas cardíacos, si caminaba demasiado se agitaba, sus riñones lo tenían a maltraer, sufría de los pulmones y solía tener las piernas hinchadas. Muy a regañadientes, había aceptado dejar el cigarro. Además, ya antes de cumplir los 40 años había empezado a perder la audición y estaba prácticamente sordo. Solía usar una corneta que acercaba al oído.

Aconsejado por los médicos para que pasase una temporada en un lugar más cálido, primero había elegido las termas de Rosario de la Frontera, en Salta, donde estuvo en plan de descanso algunos meses de 1886. Se hospedó en el hotel del balneario termal, inaugurado en abril de 1880, se maravilló de esas aguas ricas en minerales, tanto frías como calientes al punto, decía, que se podía cocer un huevo. Allí celebró el 9 de julio y las autoridades comunales le prohibieron hacer uso de la pirotecnia que había llevado.

Luego decidió establecerse en Asunción del Paraguay. Se alojó en el Hotel Hispano Americano y hasta su regreso a Buenos Aires, en octubre de ese mismo año, recorrió ese país. Hizo amigos y aconsejó a las autoridades en cuestiones educativas. Aun cuando tenía pensado descansar, no perdía el tiempo.

Volvió a Buenos Aires en el flamante vapor a ruedas San Martín y se sorprendió cuando vio, ese 25 de julio, que en el puerto lo esperaban cerca de tres mil personas. Todo el país sabía de su llegada, si le había escrito al presidente paraguayo, el general Patricio Escobar, sobre su voluntad de pasar un tiempo allí “por un problema de salud que no se sabe si es en los bronquios o en los pulmones, para morir da lo mismo”. Escobar, quien era presidente desde 1886, era un joven alférez cuando combatió en la batalla de Curupaytí, en la Guerra de la Triple Alianza, en la que había muerto su hijo Dominguito.

Sabía que le quedaba poco, al punto tal que cuando le donaron una parcela en el cementerio de la Recoleta, cultivó una hiedra para su tumba y dejó establecido el epitafio con una frase suya: “Una América toda asilo de los dioses todos con lengua, tierra y ríos y libres para todos”. Para el busto que está al frente del mausoleo, Sarmiento modeló en su casa y pudo verlo terminado. También supervisó su escultura que se levantaría en la ciudad de San Juan. El mismo indicó el lugar donde debía ubicarse en la Plaza 25 de Mayo, y se inauguró en 1901.

En el puerto paraguayo lo recibió Martín García Merou, un joven diplomático argentino de 25 años que se desempeñaba como ministro residente. Lo acompañó a alojarse en el Hotel Cancha Sociedad, propiedad de Silvio Andreuzzi Passudetti, un médico oculista italiano.

En Paraguay se mantuvo activo y se mostró servicial y agradecido: colaboró con las autoridades en el diseño de la ley de Educación Común de ese país, pensó cómo reorganizar la biblioteca nacional y el museo, elaboró un proyecto para la jubilación de maestros y diseñó reglamentos escolares y planes de estudio. Hasta fue el responsable de que Paraguay contratase a maestras norteamericanas, como había hecho en Argentina. Y como no podía con su genio, fue el que introdujo el eucaliptus y el mimbre en ese país. No paró.

Le escribió a Aurelia Vélez, su gran amor, con quien mantenía una relación de más de 25 años. Era una de las hijas del segundo matrimonio de Dalmacio Vélez Sarsfield, amigo suyo, y le pidió que fuera a visitarlo, que estaba organizando una gran fiesta para inaugurar su casa. “Venga al Paraguay y juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida”. Aurelia, de 51 años, no se hizo rogar y llegó en agosto a bordo del vapor Olimpo. El expresidente armó la fiesta en cuestión. Se había ocupado de todos los detalles que incluyeron fuegos artificiales y luces de bengalas. Además, hizo decorar el lugar con cáscaras de naranja que, ahuecadas, se las rellenaba con sebo y se las encendía.

Su estado se agravó. Ese mismo día el cónsul argentino Sinforiano Alcorta lo puso al tanto a García Merou. Lo asistían los médicos Silvio Andreuzzi, Alejandro Candelón y el suizo Emil Hassler. Diagnosticaron caquexia cardíaca, que es una considerable pérdida de peso debido a la desnutrición en pacientes que sufren de una marcada insuficiencia cardíaca.

Aurelia también fue mantenida al tanto. Entre el 8 y 9 recibió telegramas en los que, en breves palabras, describían el declive inevitable. El 10, García Merou telegrafió al presidente argentino Miguel Juárez Celman, informándole que Sarmiento estaba realmente grave.

Cuando entró, a la madrugada de ese martes 11 de septiembre, ya era tarde. Había fallecido a las dos y cuarto de la mañana. Su nieta María Luisa le sostenía su mano. Estaba acostado en una sencilla cama de bronce de una plaza. Al pie, su hija Faustina lloraba y muy cerca permanecía otro de sus nietos, Julio Belín.

Se convocó al fotógrafo Manuel San Martín para que le tomase una fotografía al ilustre muerto. La primera toma fue con el cuerpo en la cama, pero como había poca iluminación, se decidió una segunda en otro lugar. Se necesitaron a cuatro personas para sentarlo en el sillón que había sido un regalo de Ambrosio Olmos, gobernador de Córdoba, y en el que Sarmiento pasaba gran tiempo del día, junto a una ventana.

Andreuzzi se ocupó de embalsamarlo, y fue velado en su casa. Paraguay decretó tres días de duelo nacional. Aurelia se enteraría del fallecimiento el 13 al mediodía, ya que un violento temporal había interrumpido las comunicaciones. Ella fue la que avisó a los diarios, los que publicaron las necrológicas el día 14.

Los diarios se pusieron de acuerdo y todos titularon: “La Prensa Argentina: homenaje a la memoria de Domingo F. Sarmiento”.

El 21 por la mañana llegó a destino. Recién pudieron desembarcar el ataúd -cubierto por las banderas argentina, chilena, paraguaya y uruguaya- al mediodía por el intenso oleaje del río.

En 1908 un estudiante de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Salvador Lorenzo Debenedetti propuso celebrar el día del estudiante el día en que sus restos llegaron al país. Y desde 1943, los 11 de septiembre se conmemora el día del maestro y así se recuerda a quien, cuando recibió los datos del primer censo, en el que más del setenta por ciento de la población era analfabeta, exclamó que la solución era “escuelas, escuelas y más escuelas”.

Fuente: telam

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