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08/09/2025

La belleza de la semana: “Amor de madre”, de Antonio Muñoz Degrain

Fuente: telam

El pintor español, quien fue maestro de Pablo Picasso, hizo del paisaje una manera de ver el mundo, con herramientas del romanticismo y el simbolismo

>Una madre levanta a su hijo en un intento desesperado. Es un gesto de entrega que contiene el dramatismo de la escencia humana: la esperanza que, con un último aliento, las nuevas generaciones sobrevivirán a la destrucción.

La relación madre-hijo se encuentra representada a través de toda la historia humana, aún antes de que el arte sea entendido como tal. Y con el tiempo, fue ampliando su significado hacia toda una gama de valores y sentimientos: es el cuidado, el amor, y también el sueño de un mejor porvenir, por nombrar algunos.

Así, Amor de madre es una reflexión de una actualidad asombrosa. Es, sí, una representación de una situación particular en la Valencia de aquellos tiempos, pero también una traslación hacia un fenónemo, que por la naturaleza o la falta de previsión o abandono por parte del Estado, se sigue produciendo en muchísimos lugares del mundo.

Más allá de esa contemporaneidad, la obra también puede mirarse desde un contructo más amplio, donde la inundación nos remita a una cuestión más abarcativa, como lo social y, ahí sí, la figura femenina sea la que mantiene a flote la creencia de que un futuro mejor es posible.

Volviendo a Degrain, durante su carrera desarrolló una gran cantidad de paisajes, marcando líneas muy finas entre lo bello y lo catastrófico, género que durante el siglo XIX europeo tuvo bastante popularidad tomando sus bases del romanticismo.

En sus cuadros, la presencia humana introduce un contrapunto de esperanza y dignidad, incluso en medio de la devastación, convirtiendo las representaciones en un testimonio de la capacidad del arte para encontrar sentido y belleza en los momentos más oscuros de la experiencia colectiva.

Aunque hoy Muñoz Degrain permanece en gran medida relegado al olvido, fue una figura destacada en su época y llegó a ejercer como profesor de Pablo Picasso.

Durante un segundo viaje a Roma, realizado gracias a una beca obtenida en 1881, su manera de abordar la realidad pictórica tuvo un punto de inflexión orientándose hacia el simbolismo.

Un ejemplo es Ecos de Roncesvalles, donde la perspectiva invita al espectador a mirar desde la base del lienzo hacia arriba, generando una sensación de monumentalidad. En estas obras, el paisaje deja de ser una mera reproducción naturalista para convertirse en un vehículo de significados simbólicos.

La pieza no narra la batalla, sino que representa los ecos y el silencio que sobrevienen tras la retirada de las tropas de Carlomagno, evocando el vacío y la muerte descritos en la Chanson de Roland.

El reconocimiento le llegó de forma tardía, alcanzando la dirección de la Academia de San Fernando entre 1901 y 1912. Al final de su vida, regresó a Málaga, donde falleció rodeado de amigos y familiares.

A lo largo de su vida, Muñoz de Graín viajó por Italia, donde quedó fascinado por la laguna de Venecia, así como por el norte de África, Grecia y el Próximo Oriente. Sus paisajes, aunque reconocibles, adquieren una escenografía dramática, impregnada de épica, espiritualidad y reminiscencias mitológicas propias de la cultura mediterránea. En estos viajes, estuvo acompañado por su esposa y discípula, Flora López Castrillo, quien también dejó su huella artística. La exposición incluye una de las escasas obras firmadas por Flora, una imagen de Marina, también conocida como Galatea, que representa el Mediterráneo como un mar cultural del pasado.

Con el paso del tiempo, Muñoz de Graín fue dejando atrás las formas realistas y la pintura de historia, consolidando un estilo maduro basado en el simbolismo y en lo que él denominaba fantasías literarias. La serie que preparó entre 1912 y 1920 para la Biblioteca Nacional sobre la historia del Quijote es un ejemplo paradigmático. En escenas como La Dulcinea real, Cervantes escribiendo o El señor velando mientras el criado duerme, el pintor se aleja de la narración literal para centrarse en momentos estáticos de emoción y sentimiento, ausentes en el texto de Cervantes pero imaginados por el artista.

En el contexto del simbolismo finisecular, Muñoz de Graín destaca por su uso del color, a veces alejado del naturalismo, y por su inclinación hacia lo onírico. Sus paisajes nocturnos exploran la luz de manera innovadora, ya sea mediante proyecciones lunares plateadas o el fuego que ilumina escenas costumbristas en la playa de la caleta de Málaga o en la laguna de Venecia. La textura de la luz adquiere una dimensión casi escultórica, proyectándose desde el lienzo hacia el espectador, y constituye uno de los aspectos más notables de su constante experimentación artística.

Fuente: telam

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