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03/09/2025

El niño que dibujaba en la fiambrería y el artista que denuncia la indiferencia con obras hechas de cartones encontrados en la calle

Fuente: telam

Gustavo Reinoso pasó de vender sus dibujos por un par de monedas en el negocio de sus padres a convertirse en un arquitecto y un artista visual. Su última exposición se llama “Invisibles, historias sin sombra” se nutre de materiales de descarte “pensados como residuo, refugio y recurso para denunciar la naturalización del hambre y la indigencia en Argentina”. La historia de su creador y de su voz narrativa: El Braian

>Gustavo Reinoso retiene un recuerdo. De chico salía de la escuela y se iba directo al Mercado Urquiza, donde sus padres tenían la fiambrería familiar. Subido a un cajón de coca cola, apenas elevado, pasaba horas dibujando en el papel de almacén que usaban para envolver la mercadería. Cada tanto, como parte del juego, con los fibrones remarcaba los precios. Cuando iba terminando los dibujos, los colgaba con chinches en las estanterías de madera donde guardaban las conservas. Y ocurría algo extra: algunas clientas los miraban y en ocasiones le compraban un dibujo por un par de monedas.

Con cartones de descarte que juntó de distintos barrios, e historias de carne y hueso que conoció de personas en situación de calle, Reinoso diseñó la leyenda “FRÁGIL” en diferentes formatos y momentos del relato: dice que, a través del arte, busca romper con la indiferencia del ciudadano de a pie, entre los cuales se incluye. La serie, en rigor, nació en 2018, cuando el artista tenía su taller en Almagro. Todos los días observaba cómo crecían las familias viviendo en la calle. Hasta que cierta mañana decidió acercarse, escuchar, compartir cafés e historias. De ese vínculo, forjado en el tiempo, surgieron los retratos que conforman la muestra. Gustavo Reinoso no le teme a la palabra denuncia, y piensa que la creación, como ocurre con tantos cultores del arte callejero, puede ocasionar pequeñas transformaciones cotidianas: “Invisibles es denunciar, interpelar, es hacerle un fondo blanco a la realidad violenta y cruda que no queremos ver. Es la invisibilidad como ideología y no como percepción sensible. Porque el hambre nunca es una elección, y la invisibilidad es siempre una forma de violencia. El arte como denuncia. La belleza como trampa. La precariedad como lenguaje”.

Dibujando, siempre dibujando. Fue entonces que le dieron de baja en el Ejército y entró a trabajar de maletero en un Apart Hotel cercano a Retiro. Un australiano que estaba de paso vio uno de sus cuadernos de dibujo y le encargó tres pinturas enormes: una carrera de galgos, una imagen de un satélite argentino de los´90 y, por último, una representación de su pequeño hijo en un escritorio. “Me contó que había tenido a Claudia Schiffer como secretaria, ¡una locura!”, recuerda Reinoso, entre risas. Después se anotó en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU). Había conocido a un recepcionista del hotel que estudiaba arquitectura y que, al ver sus trabajos, lo convenció para que estudiara. “La FADU fue una experiencia maravillosa, en realidad quería ser diseñador gráfico, pero después del primer cuatrimestre ya estaba trabajando en el estudio de arquitectura de mis primeros docentes. Eso terminó de marcar el camino. En ese estudio trabajé casi 20 años, aprendí de la profesión y de la vida, hasta que decidí independizarme. Con un gran amigo montamos una productora de contenidos animados para chicos, hicimos nuestra obra prima que terminó en Disney. Fue una gran experiencia, con cosas buenas y no tanto, pero espectacular”, cuenta. Lo de Disney no prosperó comercialmente. Se había tratado de una serie animada de 52 episodios, llamada “Bondiband”.

Poco tiempo después los perdió de vista: desaparecieron de la esquina. “A partir de ese momento decidí contar la vida de estas personas que sin quererla ni beberla quedaban más que vulnerables -agrega el artista plástico-. Los personajes de la serie están inspirados en muchas de estas historias, algunas son reales y otras ficcionadas, así nace mi personaje llamado El Braian. Es una voz, una presencia, necesitaba un punto de anclaje, alguien que nos tome de la mano y nos lleve a mirar eso que evitamos. A través de él, la obra deja de ser sólo contemplativa para volverse una experiencia emocional, incluso política. Porque cuando una figura como El Braian se vuelve protagonista, lo invisible se vuelve visible. Y ese, para mí, es el primer paso”.

Lo que arrancó como una serie de dibujos de gran formato, pensados como afiches callejeros y hechos con crayón sobre papel, se convirtió con diversas pruebas en una obra más compleja y tridimensional, ensambles y collages de fuerte carga matérica, realizados con cartones, latas, telas y objetos encontrados en la calle. Así lo explica: “Este cambio de soporte no fue meramente técnico, sino conceptual. La intención fue proponer un nuevo lenguaje para contar las mismas historias, donde cada material tiene una memoria propia donde lo precario ya no es sólo el contenido, también es el continente. Invisibles busca transformar el dolor en obra y obligarnos a mirar de frente”.

Reinoso siente que, tanto ciudadanos argentinos como extranjeros, se atrapan con su obra al ver el cartón como puente entre distintas realidades. “Al mismo tiempo que lo manipulamos, el cartonero o yo, dejamos de ver el cartón como residuo, para convertirlo en refugio o simplemente en un recurso”, reflexiona, y recientemente fue entrevistado por la revista GEO de Alemania, una de las más prestigiosas del mundo en temas sociales, culturales y humanos. Como muralista, Reinoso realizó gran variedad de obras en el espacio público, como la estación Pueyrredón de la Línea D del subterráneo porteño. Sus trabajos, además, forman parte de colecciones en Buenos Aires, Miami y Barcelona, y ha colaborado con organizaciones como TECHO, Médicos sin Fronteras y Vamos a Zoomar.

Los que, como eternos caminantes, revuelven la basura y empujan carros de madera, de fierros viejos o de chapa por la ciudad; los que son discriminados y corren riesgo de vida frente al vértigo del tránsito; los que improvisan camas de cartón en las esquinas, a la intemperie; los que hacen changas para conseguir alguna comida en el día, como limpiar vidrios, repartir estampitas en el subte o hacer malabares en los semáforos; los que recurren a comedores, merenderos y ollas populares; los que, con suerte, consiguen un colchón ajado y algún nylon para no mojarse; los que piden para comer, tienen hambre y pasan frío. Hay abuelas y abuelos, pibas y pibes, tienen nombre, “son vulnerables, están ahí, pero parecen invisibles”, como se dice en la muestra. Entre ellos emerge una figura central: El Braian, una especie de Juanito Laguna contemporáneo que encarna, según las palabras de Reinoso, a la infancia “estigmatizada y excluida”. Pero en la muestra no está callado. El Braian grita desde cada chapa pintada, desde cada rincón de basura convertida en arte.

Fuente: telam

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