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24/08/2025

La historia olvidada de la culta y valiente Catalina de Aragón, primera víctima del perverso Enrique VIII

Fuente: telam

La historia -o el morbo del público- han retenido más el nombre de Ana Bolena, la mujer por la cual el Rey repudió a su esposa. Pero las verdaderas razones de la invisibilización de la “reina española” fueron su nacionalidad y religión

>Las feministas sostienen que las mujeres fueron invisibilizadas a lo largo de la historia. Es una afirmación que demasiadas excepciones desmienten. Es también un reduccionismo, porque mucha gente fue invisibilizada por razones ajenas al género. Sin embargo hubo en los vínculos entre España e Inglaterra una mujer culta y valiente, amada y respetada por sus contemporáneos, que sí fue opacada y olvidada por la historia.

En contraste, es mucho más conocido el nombre de Ana Bolena, la joven con la cual se encaprichó el rey inglés Enrique VIII, al punto de repudiar a Catalina, su esposa legítima, enemistarse con el Papa y fundar una nueva Iglesia -la anglicana- separada de Roma.

Hay casos en los que el mito o la fama de ciertos personajes históricos no guarda relación con la realidad. No es el caso de Enrique VIII. El esposo de Catalina merece pasar a la historia como uno de los reyes más perversos, malvados y maltratadores. Se cree que el cuento de terror infantil Barba Azul -sobre un poderoso señor que asesinaba a sus sucesivas esposa para casarse con la siguiente- está inspirado en su historia. A los 17 años subió al trono por la muerte de su hermano mayor y se casó con su viuda, Catalina de Aragón. Más de dos décadas después, se encaprichó con una de las doncellas de su esposa, Ana Bolena. Pero ésta, inteligente y ambiciosa, no aceptó convertirse en amante del Rey y lo presionó para que repudiara a su esposa. Como el papa Clemente VII no lo autorizó a divorciarse, Enrique VIII rompió relaciones con el Vaticano y creó una nueva iglesia -la anglicana.

El personaje de Ana Bolena ha atraído más la atención que el de Catalina de Aragón, la reina que con gran dignidad y coraje soportó la humillación pública y el repudio de Enrique VIII y que, pese a sus méritos, es casi ignorada. Por ejemplo, entre las cosas poco sabidas o poco presentes está el hecho de que esa esposa repudiada por el rey inglés William Shakespeare hizo justicia con esta Reina en una de sus tragedias, titulada justamente “Enrique VIII”, donde refleja el coraje con el que enfrentó el maltrato al que la sometió su esposo.

Inteligente, valiente y decidida, era un verdadero cuadro político, como lo había sido su madre, Isabel de Castilla, más conocida como Isabel la Católica.

Catalina fue muy respetada y amada por los ingleses que en cambio nunca aceptaron a Ana Bolena. En el año 1613, cuando aún no se había cumplido un siglo de la muerte de Catalina de Aragón (1536), William Shakespeare escribió —o coescribió dicen algunos— una pieza teatral sobre el rey Enrique VIII, donde recrea los debates que se dieron en Inglaterra cuando Enrique quiso repudiar a Catalina; momentos dramáticos en la vida de ese reino.

Pero tal vez por esa atracción del público hacia lo retorcido, son las figuras de Enrique y Ana Bolena las que más han concentrado la atención del cine y las series, un interés recientemente renovado, a veces con poco apego a la historia.

Sin embargo, la vida de Catalina, su destino trágico y el modo en que lo enfrentó no carecen de atractivo ni de aspectos novelescos.

Había un elemento más a favor de esa unión: Isabel la Católica era nieta de Catalina de Lancaster, es decir estaba emparentada con la casa real inglesa. Por eso había bautizado Catalina a su última hija. Posiblemente ello explica la tez blanca y el cabello claro de Isabel y de Catalina quien, según los testigos de la época era la que más se parecía físicamente a su madre. En concreto, Catalina tenía casi más derecho legítimo al trono inglés que su futuro marido.

A través del matrimonio de sus hijos, los reyes Católicos estaban desarrollando una red de alianzas para aislar a Francia: Juan (prematuramente fallecido) y Juana se unieron con los Habsburgo; Isabel y María, con Portugal y por último Catalina, con Inglaterra.

Además de tener una sólida instrucción religiosa y una fe tan inquebrantable como la de su madre, Catalina aprendió oratoria, gramática, aritmética, literatura, historia, derecho, filosofía, religión y teología. Hablaba varios idiomas (latín, griego, francés…) aunque no inglés, que no era entonces un idioma internacionalmente relevante. Su erudición era excepcional para la época.

Con sólo 15 años de edad, en agosto de 1501, la joven emprendió el viaje hacia Inglaterra. Imaginemos la situación: Catalina se separaba para siempre de su familia y llegaba a un país muy diferente al suyo en todo sentido pues había pasado sus años más felices en Granada (nació en 1485), cuando sus padres completaron la Reconquista de España; el contraste no podía ser mayor.

Para colmo, cinco meses después del matrimonio con Arturo, el joven príncipe de Gales enfermó y murió. Catalina quedó viuda y en un extraño limbo jurídico y político. El rey Enrique VII no quería renunciar a la alianza con España y finalmente negoció que Catalina se casara con el nuevo heredero al trono, Enrique, pero como el príncipe tenía sólo 11 años, ella debió esperar hasta 1509 para casarse. Entretanto, el Tudor se negaba a mantenerla y Catalina debió vivir de modo extremadamente austero durante todos esos años, en los que actuó como embajadora para la Corte española ante Inglaterra, algo inédito en toda Europa para una mujer.

Cuando ocurrieron los hechos más conocidos de su historia —la traición de Enrique y su empecinamiento en divorciarse— Catalina llevaba 24 años reinando junto a su esposo, tiempo en el que se había ganado el aprecio del pueblo inglés y el respeto de su élite. Hasta su enemigo Thomas Cromwell (entusiasta promotor de la ruptura con la Iglesia Católica) dijo de ella: “Si no fuera por su sexo, podría haber desafiado a todos los héroes de la historia”.

Catalina era activa en el sostén a estudiantes y en el mecenazgo a artistas e intelectuales renacentistas. Puso en primer plano la educación de las mujeres, organizó obras de caridad para auxiliar a los pobres e intercedió varias veces ante su esposo (adicto al corte de cabezas) para obtener clemencia en favor de condenados.

Pero su influencia sobre Enrique empezó a declinar a medida que la pareja no pudo asegurarse un heredero varón. Catalina dio a luz seis hijos durante su matrimonio con Enrique pero de ellos solo una sobrevivió: la futura reina María Tudor.

Pero para ello, tuvo que romper con la Iglesia Católica porque el Papa se negó a anular su matrimonio. Además, apeló al abyecto argumento de que había violado un precepto religioso al casarse con la viuda de su hermano. Para ello, negó lo que antes había aceptado: que el matrimonio entre Catalina y Arturo no se había consumado.

No le ahorró humillaciones a la “reina española”, como la llamaban. La sometió a un juicio. El 21 de junio de 1529, Catalina se presentó ante el tribunal solo para decir lo suyo y retirarse, rechazando el derecho de esa corte a juzgarla: “Para mí, este tribunal no es imparcial. No permaneceré aquí”.

El arzobispo de Canterbury declaró nulo el matrimonio del rey con Catalina en 1533.

Enrique VIII recluyó a su esposa repudiada en castillos cada vez más alejados, le retiró todos sus títulos excepto el de “Princesa viuda de Gales”; le prohibió ver a su hija y tener todo contacto con el exterior. Al cardenal Juan Fisher, que se mantuvo fiel a Catalina y a Roma, lo condenó por traición y lo hizo decapitar.

El día de su funeral, Ana Bolena perdió un hijo varón, lo que no dejó de impresionar a su supersticioso marido.

“Dios mío, perdónalo tú a Enrique, porque yo no puedo”, había dicho Catalina en sus últimas oraciones.

Es posible que ésa sea, junto con la posterior rivalidad entre España e Inglaterra, una de las razones de la injusticia. La historia de Catalina de Aragón resalta el motivo poco espiritual del surgimiento de la Iglesia Anglicana. Enrique VIII no adhirió a los postulados de la Reforma; los utilizó para poner sus intereses particulares por encima de todo. Por otra parte, no es fácil para el orgullo inglés admitir que una de sus reinas más queridas era una española formada en el seno de esa monarquía que luego Por lo tanto, hay que decir que la hija de Fernando e Isabel no fue invisibilizada por ser mujer, sino por ser española y católica. No obstante, si se quiere hacer justicia con las mujeres protagonistas del pasado -uno de los objetivos declarados del feminismo actual-, se debería empezar por reivindicar a Catalina de Aragón e impedir que la historia la presente nada más que como una víctima pasiva de la vileza de Enrique VIII.

Fuente: telam

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