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17/08/2025

Un tren fantasma y una laguna sin fondo: la leyenda que persiste en el corazón de los Andes ecuatorianos

Fuente: telam

En la provincia ecuatoriana de Cotopaxi, a más de 2.600 metros de altura, la laguna de Yambo guarda historias inquietantes. Entre superstición y memoria, este lugar combina misterio, belleza y heridas abiertas

>Entre laderas áridas y cardonales, la Laguna de Yambo aparece como una cicatriz verde en la geografía andina de Ecuador. Está en el cantón Salcedo, provincia de Cotopaxi, entre Latacunga y Ambato, y a unos 110 kilómetros al sur de Quito por carretera, un trayecto que toma alrededor de hora y media en la Panamericana. Para quienes miran el mapa por primera vez: Yambo es un cuerpo de agua encajonado a 2.600 metros de altitud, con orillas empinadas y un tono verdoso que se vuelve más intenso cuando el cielo se cubre. Allí, en ese anfiteatro natural, nació y persiste una de las leyendas más queridas —y más inquietantes— de la Sierra centro: la del Tren Negro.

La leyenda se cuenta así: una noche de Viernes Santo, lluvias torrenciales desmoronaron lodo sobre los rieles a la altura de Yambo. Un convoy nocturno —viejo, de carbón, de color oscuro— pasó silbando por Salcedo antes de las once y, al tomar la curva junto a la laguna, se descarriló. La máquina y sus vagones cayeron hacia el agua con estrépito; los pasajeros, sorprendidos en su sueño, alcanzaron apenas a clamar perdón por viajar en día santo. Nadie fue rescatado. De ahí que muchos la llamen “laguna sin fondo”: no se halló rastro de la nave ni de sus ocupantes.

Desde entonces, cuentan, cada Viernes Santo a la medianoche el silbato del tren vuelve a sonar, acompañado por lamentos que suben desde el espejo verde. Es un relato de tradición oral repetido por generaciones y recogido por la prensa local.

Como toda leyenda, tiene variantes. En algunas versiones se ubica el suceso “durante la presidencia de Eloy Alfaro”, cuando las primeras locomotoras cruzaban los Andes; en otras, se añade que el tren llevaba “montoneros” liberales y que un sabotaje conservador precipitó la tragedia. No son afirmaciones históricas verificadas: son capas narrativas que el tiempo pegó al mito para darle sentido político o moral a la desgracia. La coincidencia principal, sin embargo, se mantiene: el Viernes Santo, el descarrilamiento, la caída a Yambo y el retorno espectral del silbato.

El escenario ayuda. Yambo, dicen los guías, proviene de “Yamboc”, “laguna humeante”, por la bruma que en las mañanas se posa sobre el agua. Desde la cabecera de Salcedo se llega en quince minutos; los miradores, los paseos en bote y los muelles flotantes han convertido el sitio en un respiro para viajeros que recorren la llamada “Avenida de los Volcanes”. El escenario es un valle seco y luminoso en el centro del país, con un lago verde al fondo y, bordeándolo, un trazo de rieles que hoy aparece cubierto de hierba. Allí, la frontera entre lo tangible y lo contado se vuelve porosa.

Quienes investigan la historia del ferrocarril ecuatoriano recuerdan que su construcción —acelerada bajo el liderazgo de Alfaro— fue una proeza técnica, pero también una aventura humana atravesada por lluvias, derrumbes y riesgos. En el No hay constataciones documentales de un siniestro específico con las características que narra el mito; lo que sí existe es una memoria compartida, insistente. Por eso el relato migra entre soportes: lo cuentan abuelas y taxistas; lo documenta la prensa regional cuando recoge testimonios; lo reproducen videos y blogs locales, con la misma economía de recursos de toda tradición oral: pocos datos, muchas imágenes imborrables. En uno de esos textos, por ejemplo, se menciona que “lo que cae en la laguna no vuelve a salir”, frase que resume la idea de Yambo como boca de montaña, como espejo que retiene.

Esa misma laguna guarda en sus aguas otra de las tragedias más recordadas en Ecuador: Por eso, en la noche —en particular en la noche de Viernes Santo—, toda la geografía parece dispuesta a sostener tanto el mito como la memoria. El viento que corre por la hondonada suena como bocina; el aleteo de las aves toma la forma de un coro; el eco devuelve con nitidez cualquier ruido. En Yambo, el mito del Tren Negro convive con recuerdos dolorosamente reales y juntos tiñen el silencio de un peso particular. Entre ecos fantasmales y memorias de justicia pendiente, este lugar recuerda que en los Andes ecuatorianos el pasado no se archiva: se escucha, se respira y, a veces, se sueña.

Fuente: telam

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