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17/08/2025

Un recorrido vertiginoso y desesperado hacia la redención, en la senda de Osvaldo Soriano

Fuente: telam

La novela “Las horas marcadas” (Híbrida Editora) narra el viaje un hombre que lo pierde todo y se enfrenta a sus límites, según cuenta su autor en este texto

>Más que un disparo de un pistolero solitario fue un grupo comando distribuido a lo largo de los años que francotiraba desde diferentes azoteas y esparció sus huellas para que, a partir de esas ruinas que iba dejando, se pudiera empezar a edificar una novela: Las horas marcadas.

Enumero esas detonaciones inspiradoras: las charlas con uno de mis sobrinos, Vicente, sobre su trabajo en Tribunales; una visita a un secretario del Ministerio Público Fiscal, Elías Collado, que me contó cómo resolvían casos archivados; las teorías para apostar online de un ex compañero de redacción; los recuerdos de mi abuelo Jack; un día con Pupi y Ricky en una chacra cerca de Zárate; y la puesta en valor -o tal vez la romantización- de la amistad entre varones a través de historias o construcciones que tienen como pilar los partidos de pádel de los sábados con mi hermano Diego y mis otros hermanos, Leandro Legaspi y Mariano Thieberger. Todas esas cicatrices en la memoria, adheridas entre sí, fueron los cimientos, algo endebles, de Las horas marcadas, la novela que Híbrida Editora publicó y que, más allá de todo pudor, me animo a decir sintetiza las otras que escribí: las escritas y también las no escritas; las olvidadas y las frustradas; las imaginadas y las desechadas.

A Ariel, el protagonista de Las horas marcadas, lo echan del trabajo y, unas horas después, su mujer también lo echa de la casa. Ese es el punto de partida de un recorrido vertiginoso hacia la redención. Si es que es posible esa redención. La narración fluye dentro de una estructura episódica, atravesada por un monólogo interior fragmentado, inclemente y emocional y verdadero.

La superposición del narrador y del escritor, en este caso, es inevitable porque los mundos que se apilan en el relato son los que conozco como varón nacido a fines de los sesentas, criado bajo muchos de los paradigmas que hoy son necesarios revisar o destruir, pero que todavía me definen.

Ariel, su amigo Hernán y los personajes que los orbitan arman un entretejido entre la ternura que despierta el fracaso y la bronca que surge de la inacción y las decisiones incorrectas. Al final de ese túnel en el que ingresan por desesperación, como diría Víctor Sueiro, apenas es iluminado por un ramalazo de esperanza que se intuye al fondo, en la oscuridad.

Esa esperanza de la banda de perdedores, primero, es el juego, las apuestas deportivas online, todo un tema de estos tiempos. Adrenalina pura, atajo peligroso al éxito, celada kasparoviana al conocimiento intangible de partidos de cualquier índole. Atrás de estos juegos, como la ruleta, el póker o las maquinitas tragaperras, se esconde el azar para emboscar los sueños y las creencias de que podemos dominarlo.

La ilusión, después, se convierte en otra cosa, diferente, ilegal, impúdica, amoral. Ariel cruza una frontera inédita para un hombre de clase media, que todavía está dentro del sistema, pero que apuesta a creer que ese acto deshonesto es uno y solo uno. Piensa ese hecho como un chico que roba caramelos de un kiosco o un adolescente que le cambia el precio a un producto en un supermercado.

Las horas marcadas podría representar un sincretismo de mis otras novelas que vieron la luz porque retumba durante todo el texto una primera persona que se tensa al máximo, pero en esta ocasión entremezclada con una trama que se organiza imitando algunos de los atributos del policial negro. En la contratapa, el editor Sergio Criscolo exacerba la idea de que se trata de una novela de género y se anima a encolumnar este texto en el surco narrativo que abrió Osvaldo Soriano.

La novela se escribe desde sus limitaciones. Un lenguaje directo, llano, dentro de una austeridad que busca mandar al frente la emocionalidad de los personajes y darle vértigo a la trama. Las restricciones se observan también en estructuras sencillas que pretenden darle ritmo a la lectura, que por momentos vuele y que por momentos planeé.

Cuando vuelvo a leer Las horas marcadas -lo hice varias veces durante el proceso de edición-, encuentro un texto que se fue construyendo capa sobre capa, con aportes que me fueron dando escritores como Macarena Moraña o Mauricio Koch, con miradas muy honestas e inteligentes; Paula Lussi, con una corrección filosa y certera, y el editor, Sergio Criscolo, con un cuidado de la novela tan cariñoso como profesional.

Fuente: telam

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