02/08/2025
La historia del pianista que tenía hipoacusia y volvió a escuchar durante un concierto de Daniel Barenboim

Fuente: telam
Federico Mazzini relata cómo fue ese momento en que su vida cambió para siempre. “Sentí una especie de explosión”, explica el musico
>Durante sus primeros años, Federico Mazzini vivió rodeado de sonidos que no podía percibir. Había nacido con una sordera profunda y su mundo se moldeaba a través de gestos, miradas, tacto y sensaciones. Mientras la medicina hacía lo suyo para tratar su afección, en su casa se respiraba música. Esa contradicción, el silencio dentro de sí y la armonía que lo rodeaba, fue tal vez la semilla de un destino inesperado.
Aún sin entender por completo lo que significaban esos movimientos ni qué provocaban en los demás, el niño se sentía atraído. Imitaba con los brazos los gestos de su padre. Se quedaba hipnotizado frente a las vibraciones que sentía cuando tocaba las paredes o el suelo, intentando, desde su silencio, conectarse con ese lenguaje misterioso que conmovía tanto a su familia.
Todo cambió una tarde de invierno de 1997, cuando tenía ocho años. Sus papás lo llevaron al Teatro Colón, en Buenos Aires, para presenciar un concierto del maestro Daniel Barenboim, quien por entonces regresaba al país para una serie de funciones. Lo que empezó como un gesto simbólico, un acto de amor y fe de sus padres, casi una ceremonia de iniciación, terminó siendo un punto de quiebre absoluto. En medio del segundo movimiento de una sonata, mientras Barenboim tocaba con intensidad y delicadeza, Federico comenzó a escuchar.“Sentí una especie de explosión. Como si algo que siempre estuvo dormido dentro de mí se activara de golpe”, recuerda hoy con emoción. No fue paulatino ni leve, fue un cambio brutal. Un instante que redefinió su existencia. El sonido del piano, la vibración del teatro, la tensión acumulada, la emoción colectiva y la mirada atenta de sus padres. Todo confluyó en un solo instante. Volvió la cabeza hacia su madre y susurró: “Lo escucho”.Los médicos no encontraron explicación inmediata. Pero con el tiempo, algunos especialistas aportaron una hipótesis. El oído humano es, en sí mismo, una caja de resonancia. Y si bien en ciertos casos hay daños irreversibles, también existen situaciones extraordinarias donde un estímulo sensorial o emocional muy poderoso puede reactivar una vía neurológica dormida. Una especie de “reencendido” de los circuitos auditivos. Barenboim, sin saberlo, había sido el catalizador. La vibración del piano, la sensibilidad del niño, la atmósfera sagrada del teatro: una conjunción milagrosa.“Fue como si algo dentro mío hiciera clic”, confiesa. “Y una vez que ese clic sonó, ya no pude parar de escuchar ni de buscar más música”. Días después, ya con la audición restablecida, pidió un órgano. Empezó a tocar sin saber leer partituras, guiado por el impulso de repetir lo que escuchaba. Adivinaba notas, copiaba melodías. Su oído, apenas estrenado, parecía trabajar con una avidez inusual. En poco tiempo, se había transformado en un pequeño autodidacta.Luego vinieron los estudios formales. Comenzó clases de piano con una profesora del barrio, y más tarde ingresó al Centro de Altos Estudios Musicales (CAEMSA), donde afiló su técnica y se enfrentó al rigor académico. Le costaba, al principio, adaptarse a ciertas reglas. Tenía una cabeza demasiado libre, demasiado eléctrica. Pero pronto encontró su cauce en la composición.Su primer EP, Maestro, lanzado en 2024, es un trabajo orquestal que refleja ese viaje interior. El título tiene doble homenaje: a su padre, que desde la cocina fue su primer director simbólico; y a Barenboim, el verdadero despertador de su sentido auditivo. Las piezas “Presto” y “Allegretto” combinan clasicismo y modernidad, emoción y precisión. “Este EP es una sinfonía escrita para orquesta que simboliza mi crecimiento, mis dolores, mi deseo de explorar y controlar cada aspecto de la música que creo”, explica Mazzini.
Su estilo es ecléctico por naturaleza. Influencias como Freddy Mercury, Ludovico Einaudi, Mahler o Piazzolla se funden en su obra sin rigidez. No se ata a géneros, y eso lo ha convertido en un compositor atípico, inclasificable, pero profundamente sincero.No conoce personalmente a Barenboim, más allá de la foto que le tomaron junto a él de niño, pero sueña con hacerlo. “Sería un honor inmenso. Me gustaría que escuchara alguna de mis obras. Si pudiera, con mi música, aliviar en algo sus dolencias —él anunció que padece Parkinson—, sería una forma de agradecerle por lo que provocó en mí”. En su estudio cuelga una foto del maestro en blanco y negro, tocando con los ojos cerrados. Es su talismán.
Sobre aquel episodio fundacional, Mazzini reflexiona con más claridad que nostalgia: “Recuperar la audición fue un momento en el que de repente todo era nuevo. Las voces, los ruidos… todo llegaba con una velocidad que no podía absorber. Pero el momento en el que llegaron las melodías fue único. Quedé impresionado por la diversidad de sonidos, colores, formas. Fue como una gran explosión. Allí se dio el comienzo de toda una elección de vida que fue la música”.“No me gusta la palabra milagro. Creo en los cuerpos, en los vínculos, en la emoción profunda. Lo que pasó en el Teatro Colón fue un encuentro. Y ese encuentro me cambió la vida”, explica.
Agradecido a la vida y fundamentalmente a su mentor involuntario, el maestro Barenboim, confiesa sus sentimientos: “La música es el lenguaje del alma, un reflejo de mis emociones y pensamientos más profundos. A través de las notas y los silencios, puedo expresar lo inexpresable, compartir mi visión del mundo con los demás. ¿Sabés? Tengo un anhelo, o mejor dicho un sueño que recorre mi mente en todo momento. Tocar en el Teatro Colón colmado de gente. Sería como volver al lugar donde, una tarde, comenzó todo”.Fuente: telam
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