26/07/2025
El honor de diplomáticos argentinos ante el horror nazi: órdenes desafiadas, actos clandestinos y vidas salvadas en la sombra

Fuente: telam
Durante la Segunda Guerra Mundial, hubo quienes prefirieron actuaron por iniciativa propia para proteger a los perseguidos por el régimen nazi interpretando los lineamientos con flexibilidad. La neutralidad asumida por Argentina permitió mantener embajadas y consulados abiertos. Las conductas de ocho argentinos que representan un capítulo luminoso en una época sombría
>Hubo actos heroicos en la Segunda Guerra Mundial. Hubo quienes demostraron que, en medio de la más grande crueldad, la vida y la humanidad se abren camino a pesar del horror. Los casos de Argentina, bajo los gobiernos de Roberto Ortiz, Ramón Castillo y, más tarde, los militares del golpe de 1943, optó por la neutralidad durante la mayor parte de la guerra, rompiendo relaciones con el Eje recién en enero de 1944 y declarando la guerra en marzo de 1945, cuando el desenlace era evidente. Esta postura, motivada por intereses económicos y un fuerte sentimiento anticomunista en sectores de la elite, contrastaba con la presión aliada para sumarse a su causa. Sin embargo, la neutralidad permitió a Argentina mantener embajadas y consulados abiertos en Europa, incluso en territorios ocupados por los nazis, lo que dio a sus diplomáticos una posición única para presenciar y, en algunos casos, actuar frente al genocidio.
La Cancillería emitió instrucciones que dificultaban la inmigración judía, reflejando una corriente antisemita en ciertos círculos gubernamentales y diplomáticos. No obstante, la autonomía de los funcionarios en el terreno, agravada por comunicaciones interrumpidas y la urgencia de la guerra, permitió que algunos tomaran decisiones humanitarias al margen de las políticas oficiales. Estos actos, a menudo no registrados formalmente por temor a represalias, han sido reconstruidos a través de testimonios, archivos y estudios históricos posteriores.Uno de los casos más destacados es el de Luis Santiago Luti, quien sirvió en la embajada argentina en Berlín entre 1940 y 1944. Luti no solo fue un observador del horror nazi, sino que también intervino para proteger a judíos argentinos y otros bajo su jurisdicción. Desde su llegada, documentó las atrocidades en informes enviados a la Cancillería, como el de 1940 en el que describió las restricciones impuestas a los judíos en Berlín —toques de queda, carteles limitando sus compras a horarios específicos y reducción de raciones de carbón y ropa— y la masiva deportación de judíos polacos a campos de concentración. En 1943, Luti informó sobre la persecución acelerada que buscaba “la eliminación de los judíos por medio de la violencia”, mencionando el gueto de Varsovia como una “estación de tránsito” hacia destinos desconocidos —probablemente campos de exterminio como Treblinka, que él mismo citó por sus cámaras de gas—. Sus despachos, algunos interceptados por los nazis, muestran su rechazo al régimen, lo que lo puso en una posición delicada tanto con los alemanes como con sus superiores en Buenos Aires, quienes preferían mantener una neutralidad pragmática. Más allá de su rol como testigo, Luti logró un avance concreto en septiembre de 1943, cuando negoció con el gobierno alemán para que los ciudadanos argentinos de “raza israelita” en el Reich y el Protectorado de Bohemia y Moravia recibieran tarjetas de aprovisionamiento completas de alimentos y ropa, un privilegio que equivalía a salvarles la vida en un contexto de hambruna y persecución. Estas “laboriosas gestiones”, como él las llamó, beneficiaron a un número indeterminado pero significativo de judíos argentinos, aunque las limitaciones burocráticas y la vigilancia nazi restringieron su alcance. Luti regresó a Argentina en 1944 como parte de un canje de diplomáticos tras la ruptura con el Eje, dejando un legado de valentía y humanidad.Ricardo Olivera, embajador en Berlín hasta 1942 y luego en Vichy hasta 1944, también desempeñó un papel clave. En Berlín, trabajó junto a Luti y apoyó sus esfuerzos para proteger a judíos argentinos. Uno de sus logros más notables fue la liberación de judíos griegos internados en el campo de concentración de Compiègne, en Francia, bajo la jurisdicción de Vichy. Olivera intentó extender la protección consular a estos judíos griegos argumentando su vínculo con Argentina, aunque esta iniciativa fue rechazada por la cancillería argentina. A pesar de ello, continuó brindando apoyo discreto y logró su liberación, un acto que salvó decenas de vidas. En Vichy, tras el traslado de la embajada, Olivera mantuvo su compromiso con los judíos argentinos atrapados en la Francia ocupada. Gestionó pasaportes y documentos que permitieron a algunos escapar de la deportación, aprovechando la relativa autonomía que le daba la distancia con Buenos Aires. Aunque sus acciones fueron limitadas por las políticas restrictivas de la Cancillería y la vigilancia nazi, su disposición a actuar lo distingue como un diplomático que priorizó la vida humana sobre las órdenes oficiales.Alberto Saubidet, funcionario consular en París desde 1938, es otro ejemplo de resistencia silenciosa. Antes del estallido de la guerra, Saubidet otorgó visados a judíos que huían del nazismo tras los León Schapiera, cónsul en Bremen en 1938, también se destacó por su ayuda a judíos perseguidos. Durante los meses previos a la guerra, emitió visados a judíos alemanes que buscaban escapar tras la intensificación de las políticas antisemitas. Bremen, un puerto importante, era una vía de salida para quienes intentaban llegar a América, y Schapiera aprovechó esta posición para facilitar su huida. Al igual que Saubidet, sus acciones desafiaron las directivas de la Cancillería, lo que lo expuso a posibles sanciones internas, aunque no hay evidencia de que fuera castigado formalmente. La labor de Schapiera fue particularmente significativa en 1938, cuando la anexión de Austria y los eventos de la Noche de los Cristales Rotos dispararon la emigración judía. Sus visados, aunque limitados en número por las cuotas impuestas, salvaron vidas al permitir el éxodo hacia Argentina o destinos intermedios antes de que las fronteras se cerraran aún más con el inicio del conflicto.En Rumania, José Carelos Ponti, diplomático en Bucarest, se opuso abiertamente a las leyes antisemitas del régimen pro-nazi. En sus informes, describió estas medidas como una “esclavitud adornada con humillación física y moral”. Más allá de sus palabras, Ponti actuó directamente: libró a una menor judía de un campo de exterminio presentándola como su hija adoptiva, un gesto que combinó valentía y astucia legal. Aunque este caso específico es el más documentado, es probable que haya ayudado a otros judíos rumanos o argentinos bajo su protección consular, aprovechando la confusión administrativa de la guerra.Roberto Levillier, embajador en Montevideo y luego en París, también contribuyó al rescate de judíos. En Montevideo, otorgó un permiso a una pareja italiana de origen judío, lo que provocó una denuncia del cónsul argentino fiel reflejo de las tensiones internas entre diplomáticos humanitarios y los alineados con las políticas restrictivas. En París, Levillier continuó esta labor, concediendo permisos a refugiados judíos, a menudo en colaboración con colegas como Saubidet. Sus acciones, aunque menos conocidas, muestran una coherencia en su rechazo a la persecución nazi.La neutralidad argentina, aunque criticada por los Aliados, creó un espacio ambiguo donde estos diplomáticos pudieron operar. Sin el respaldo oficial del gobierno, sus acciones dependieron de su iniciativa, coraje y, en ocasiones, del silencio cómplice de sus superiores inmediatos. No eran una “red” organizada como la de Raoul Wallenberg en Suecia, sino agentes aislados que, en conjunto, salvaron cientos, posiblemente miles, de vidas.
Fuente: telam
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