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26/07/2025

Un pacto entre una madre y una partera, y una adolescente obligada a renunciar a su hija: “Perdón por haber sido cobarde”

Fuente: telam

Alejandra Arreguez ocultó su embarazo durante siete meses. Tenía 17 años cuando su mamá la descubrió y la llevó a vivir con una partera que vendía bebés. El 11 de abril de 1983 dio a luz a una nena a la que nunca volvió a ver. Cuarenta años después, la sigue buscando

>Cuando su madre se enteró de que estaba embarazada, primero la golpeó. Después la llevó con la abortera del barrio. Fue en febrero de 1983. Alejandra Arreguez tenía 17 años y hacía siete meses que ocultaba su panza. “La escondí como pude. Pesaba, creo, 40 kilos. No se notaba absolutamente nada. Mi mamá empezó a sospechar porque notó que yo no menstruaba. Lo terminó de confirmar cuando entró a revisarme mientras me estaba bañando”, cuenta hoy, a los 60 años, con la voz firme y la memoria intacta.

Alejandra describe a su madre como una mujer violenta y autoritaria. Justamente, fue ella quien decidió lo que había que hacer con ese bebé “no deseado”. Como el aborto no fue posible, su madre puso en marcha otro plan: la mandó a vivir a la casa de una partera llamada Pura Clarilda Rojas. Allí, Alejandra transitó el último mes y medio de gestación, sin saber que esa mujer se dedicaba a vender bebés.

Las últimas seis semanas de su embarazo, Alejandra vivió en la casa de Pura, ubicada en la esquina de Tornquist y Carlos Encina, en Isidro Casanova. Su madre la había dejado allí con un bolso y, según cuenta, la visitaba una vez por semana para dejarle algunos productos de higiene personal. De aquellos días, hay un recuerdo que todavía no se le borra: el olor del jabón Nivea. “Siempre me traía uno. Hasta el día de hoy no soporto ese aroma. Me resulta desagradable”, dice.

Con el tiempo, Alejandra descubriría que esa supuesta contención tuvo un precio: su madre le había pagado a Pura para que se hiciera cargo “del asunto”. “Después supe que se dedicaba a vender chicos. No sé cuánto le pagó mi madre, pero fue el equivalente al festejo de 15 de mi hermana: ‘Por culpa de tu picardía se va a quedar sin cumpleaños’, me dijo”.

El día del parto, Pura la llevó al fondo de la casa, donde tenía montada una sala improvisada con una camilla. Intentó asistir el nacimiento allí, pero al final cambió de decisión: “Me cerró las piernas y me dijo: ‘Aguantá, porque vamos a ir al hospital’. Cuando bajé de la ambulancia, ya estaba pariendo. Lo primero que le pregunté a la enfermera fue qué color de ojos tenía, porque los del papá eran claros. Me respondió que era muy pronto para saber eso, que se definía más adelante”.

Verónica nació el 11 de abril de 1983 a las 21.15 horas y pesó 2,550 kilos. Dora, la mamá de Alejandra, jamás entró a la habitación. “Cada vez que se abría la puerta, la veía caminando por el pasillo. En el fondo, yo esperaba que viera al bebé y cambiara de opinión. Creía que iba a enternecerla o ablandarla. Esa era mi esperanza. Pero cuando vi que ni se acercó, me imaginé que algo iba a pasar”, cuenta.

Después, llegó el momento más doloroso. Cuando salió del hospital regresó a la casa de Pura con su hija en brazos. Al llegar, la mujer la hizo bajar del auto, le pidió que dejara a la beba sobre una cama y le ordenó que se fuera: “Tu mamá te está esperando en el auto”. Alejandra obedeció. Besó y abrazó a Verónica, se subió al coche y lloró todo el camino de regreso. “Lo último que me acuerdo es haber llegado a lo de mi mamá y que estuvieran haciendo un asado. Me vestí y oscurecí en mi dormitorio”, dice.

Dos años después de que la separaran de su hija, Alejandra se fue a vivir con su padre, Juan Carlos. Fue entonces cuando se reencontró con Jorge. Él le dijo que la había buscado y quiso saber qué había pasado. Ella no se animó a contarle la verdad. “Me daba vergüenza. Le dije que me habían hecho un aborto”, recuerda. Pero Jorge no le creyó. “¿Cómo un aborto si estabas de siete meses? Tu vieja es una asesina”, le dijo. Finalmente, Alejandra confesó todo. Jorge volvió a insistir con algo que ya le había propuesto tiempo atrás: casarse y buscar a su hija.

A pesar de sus temores, avanzaron. Hablaron con sus respectivas familias. El padre de Alejandra y los padres de Jorge estuvieron de acuerdo. Pero Dora, una vez más, se opuso. “Si vos te querés casar con mi hija, primero conseguite un trabajo, comprá una casa y muebles”, exigió. Jorge respondió que lo iban a hacer, pero juntos y de a poco. “Mientras tanto no la vas a ver”, sentenció ella.

Hasta ese momento, Alejandra todavía creía que su hija estaba con Pura. “Pensaba que se la había quedado ella. Jamás me imaginé toda esta historia que descubrí décadas después”, cuenta. Por eso volvió dos veces a la casa de la partera, con la esperanza de encontrar alguna pista. La primera fue a los 21 años. Golpeó la puerta y le dijo a Pura que quería averiguar sobre un aborto. “Ella ni se acordaba de mí. Le pedí pasar al baño para ver si había cepillitos o juguetes de nena, algo que me diera un indicio, pero no vi nada. Ni siquiera fotos. Miraba todo y no registraba nada”, recuerda.

La segunda vez fue casi una década más tarde, poco antes de tener a su segundo hijo, Mauro. Tampoco encontró ninguna señal.

Alejandra volvió a ser mamá en abril de 1997. A diferencia de lo que sucedió con Verónica, cuando nació Mauro, su madre fue a la clínica y se instaló en la habitación con ella. “En ese momento la odiaba. Pensaba: ‘No necesito esto ahora. Lo hubiera necesitado antes y no lo hiciste’. Jamás se lo dije”, cuenta.

El vínculo entre ellas seguía siendo opresivo. “Nunca me dio explicaciones de nada”, asegura Alejandra que, durante años, sintió que no tenía decisión propia. “Me da un poco de vergüenza contarlo, pero hasta hace muy poco, mi vieja me daba terror. Si en un almuerzo yo decía: ‘Me gustaron unas botas’ y ella respondía: ‘¿Por qué no te las comprás?’, me las compraba. Pero si me decía: ‘¿Más botas?’, no lo hacía”.

Lo primero que hizo fue hablar con su hermano menor, Carlos. Le dijo que no podía vivir más con su madre y él aceptó llevársela a su casa. Para ese momento, Alejandra ya había llamado a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDI) y tenía turno para dejar una muestra de sangre. Estaba convencida de que el resultado le iba a dar positivo, no sabía por qué, pero lo sentía así. Por eso, cuando en julio de 2023 le informaron que era negativo, el golpe fue fuerte.

“Mis primas me contaron que dos de mis tías estaban involucradas, que mi vieja no lo hizo todo sola. Me sorpendí. Yo pensaba que nadie en la familia lo sabía. Pero cuando empecé a abrirme, me decían: ‘Ay, nosotros decíamos: ¿cuándo irá a buscar?’”. Esa sinceridad repentina le provocó una mezcla de alivio y enojo. “Me caía bien y me caía mal. Porque pensaba: ‘¿Vos lo sabías y nunca me diste pie a hablar?’”.

Hacer pública la búsqueda de Verónica fue un quiebre. “Era angustiante ir al trabajo, completar un formulario y tener que mentir cuando preguntaban cuántos hijos tenía. O cuando Mauro me pedía algo y yo le decía que no. ‘¿Cómo le vas a decir que ‘No’ a tu primogénito?’, me decía en broma. Ahora ya soy libre de decir: ‘Tengo dos hijos. Uno vive conmigo y a la otra la estoy buscando’”.

La publicación en Facebook, en el grupo Otra pista la llevó hasta una enfermera que había trabajado con Pura. “Fui con una amiga, le conté todo y me dijo: ‘¿Cómo no me voy a acordar de lo que hacía?’. Le ofrecí dejarle mi número por si se acordaba de algo. ‘No, querida —me respondió—. ¿Sabés cuántos bebés fueron? Cientos. Qué te voy a decir’”.

—¿Qué hacés cada 11 de abril?

—¿Te imaginaste alguna vez un reencuentro con Verónica?

—Si ella estuviera leyendo esta nota, ¿qué te gustaría decirle?

*Para brindar información: [email protected]

Fuente: telam

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