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08/05/2025

“Anuncio vobis gaudium magnum”: qué significa el rito en latín que marca el inicio de un nuevo papado

Fuente: telam

No fue un tuit, ni un parte oficial, ni una foto filtrada: el mundo supo que hubo nuevo Papa cuando una voz solemne, en la lengua inmóvil del poder eclesiástico, proclamó desde lo alto el inicio de una nueva era para la Iglesia

>Luego de que el humo blanco se elevara sobre la chimenea de la Capilla Sixtina y las campanas del Vaticano rompieran el silencio, un hombre salió al balcón central de la Basílica de San Pedro y pronunció una fórmula que, desde el siglo XV, anuncia al mundo la llegada de un nuevo pontífice. No fue un tuit, ni un parte oficial, ni una foto filtrada: fue una frase en latín que lleva siglos intacta, como un relicario verbal.

La escena ocurre siempre igual. Una multitud expectante en la plaza, rostros alzados hacia un cielo que parece contener la respiración, manos apretadas en oración o en el frío. Entonces, con voz firme, el Cardenal Protodiácono —la autoridad encargada del anuncio— pronuncia las palabras que cruzan generaciones, dictaduras, concilios y cismas. Palabras que no se actualizan, que no se adaptan al italiano moderno, ni al inglés global. Palabras en latín, la lengua oficial de la Iglesia católica.

¿Por qué en latín? Porque es la lengua que no cambia.

En un mundo donde las palabras se desgastan con la velocidad del scroll, el latín permanece inalterado. No hay lugar para interpretaciones ambiguas ni traducciones forzadas. Es la lengua del dogma, del derecho canónico, de los concilios y las bulas. En latín se escribieron los exorcismos y los tratados teológicos, las condenas de herejía y las canonizaciones. Y sobre todo: en latín, la Iglesia se habla a sí misma.

Después de esa primera frase —el anuncio del júbilo— viene el resto de la fórmula, también en latín: “Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum [nombre], Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem [apellido], qui sibi nomen imposuit [nombre papal]”.

En esa secuencia se revelan tres cosas: el nombre de pila del cardenal elegido, su apellido como miembro del Colegio, y finalmente, el nuevo nombre que ha escogido como Papa. Un nombre que ya no le pertenece solo a él, sino al tiempo que le tocará gobernar.

Así ocurrió con Joseph Ratzinger, anunciado como Benedicto XVI, y con Jorge Mario Bergoglio, que eligió el inédito nombre de Francisco. Y así ocurrió con su sucesor. La plaza estalló en aplausos, el nuevo Papa salió al balcón, bendijo a los fieles, y el mundo —aún sin entender latín— entendió que algo inmenso ha ocurrido.

Fuente: telam

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