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19/04/2025

Soy sonámbulo desde chico, a veces me río; otras, el despertar es con pavor

Fuente: telam

Siempre le dijeron que tenía que escribir sobre lo que le pasaba y en un momento de crisis resultó un alivio hacerlo. Aquí, cuenta cómo se hizo “La parte del sonambulismo”, un libro entre la experiencia y la ficción

>En 2003 empecé a escribir un diario, que se parece en estructura y forma a cualquier otro. Ahí fui contando qué hice, qué quiero hacer, con quién me vi, a dónde fui, qué leí, qué escribí, qué pensé, qué dije, qué me dijeron, qué soñé, qué pasó a la noche mientras dormía o creía que dormía. En 2018 el diario se desdobló. Uno incluye todo lo primero; el otro, la parte del sonambulismo.

Soy sonámbulo desde chico. Diría “desde que tengo memoria”, pero va todavía más hacia atrás, porque antes de mis recuerdos están las anécdotas familiares, en las que mis papás me fueron encontrando en situaciones a veces muy divertidas. Es algo con lo que crecí y que por lo general no me generó demasiados conflictos, y sí historias de color y cierto halo de rareza, para los que me veían a la noche, o escuchaban los relatos después. Pero el sonambulismo fue creciendo, se desarrolló, se volvió más complejo, más intenso, y muchas veces se transformó en alucinaciones nocturnas, en las que me despierto, en las que creo ser consciente de estar despierto, y voy y hago cosas, hasta que me despierto de verdad. Entonces descubro que durante un tiempo, que pueden haber sido pocos segundos o un rato largo, anduve por ahí, comportándome de un modo que no es precisamente lógico. Ese sonambulismo es extraño, porque no estoy ni despierto ni dormido, sino en un entre, una especie de multiverso en el que puedo actuar de un modo completamente diferente a como lo haría durante el día. Hay veces en las me descubro sonámbulo y me río, y luego se lo cuento a mis hijos, mi compañera o mis amigos, y nos reímos mucho; otras, el despertar es con pavor, con una angustia feroz, y unas pocas me doy cuenta de que eso que estuve haciendo es preocupante (como andar desnudo por la calle) o directamente peligroso (como querer abrir la puerta de un micro de larga distancia en movimiento).

Sobre esto fui escribiendo en mi diario. A veces eran entradas de un renglón, donde anotaba simplemente cosas como “Sonámbulo otra vez”. En otras ocasiones recordaba o me recordaban la historia, y lo anotaba como tal. A veces eso devenía en reflexiones, en charlas, en sesiones con mi analista, y sobre eso fui escribiendo también.

Los últimos años fueron particularmente difíciles para mí. A la situación política, ideológica, social y económica del país y el mundo le sumé una separación, una mudanza precipitada, la caída de varios proyectos y trabajos, varias operaciones de mi papá, la muerte de mi mamá y algo que aparentemente fue un infarto. En ese contexto, escribir fue, más que nunca, un refugio para mí. Y, por primera vez, pude transitar el proceso de escritura como algo placentero, sin toda la neurosis y los malestares que me acompañan desde que decidí, a los once años, que me quería dedicar a esto.

Por lo general escribo a la mañana, muy temprano, cuando todavía no salió el sol. Es el horario en el que estoy más lúcido, cuando no hay ruidos y todos duermen. Me preparo el mate, abro la computadora, a veces pongo música y arranco, siempre de a ratitos, porque me impongo la política de no escribir más de una página por vez, para que las ganas sigan ahí cuando retome.

En esas semanas se repitió una escena varias veces: Ana se despertaba, yo le llevaba el desayuno a la cama, ella me contaba qué había soñado (admiro mucho a los que recuerdan sus sueños, cosa que a mí no me ocurre casi nunca) y me preguntaba qué había estado haciendo yo. Y mi respuesta, varias veces, fue la misma: “Estuve escribiendo la nove…”, y me frenaba en seco, porque claro: no era una novela, sino un ensayo.

El inconsciente habla.

Para esa época le mandé el manuscrito a Gastón Levín, el director de Fondo de Cultura Económica, que lo leyó en tiempo récord y me dijo que lo querían publicar. Poco después me junté a tomar un café con la editora, Yanina Gómez Cernadas, para hablar sobre los detalles, sobre la edición. Conversamos sobre un montón de cosas y fui tomando notas, porque cada una de sus observaciones me parecían atinadas y me proponía soluciones mejores que las que yo había ido encontrando. Al final hizo un silencio, tomó aire, tomó coraje y me dijo: “Lo que sí, no quiero publicarlo como ensayo, sino como novela, porque me parece que eso es lo que es”. No se lo dije nunca, pero el alivio que me dio escuchar eso fue inconmensurable.

Pasé las semanas siguientes trabajando el texto otra vez, ya sin el corset imaginario que tienen los ensayos, permitiéndome ficcionalizar hechos o secuencias o personajes que, me parecía, podían ganar en potencia si los narraba desde otro lugar, alejándome un poco de ese espejo al que llamamos realidad.

Nicolás Hochman (Buenos Aires, 1982) es escritor, editor y gestor cultural, además de fundador y director del festival de literatura latinoamericana Desmadres, el Congreso Gombrowicz y la productora UnaBrecha.

♦ Desde 2010 coordina un taller literario por el que han pasado decenas de autores, combinando el trabajo de escritura con la reflexión crítica sobre la narrativa contemporánea.

♦ Es autor de las novelas Los Casquivanos (2014) y Toda la felicidad de la que somos capaces (2023), así como del ensayo Incomodar con estilo. El exilio de Gombrowicz en Argentina (2018).

♦ En 2025, el mismo sello editorial publicó su libro más reciente, La parte del sonambulismo, que profundiza en los vínculos entre literatura, memoria y representación.

Fuente: telam

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