29/03/2025
Kurt Cobain: un James Dean para MTV

Fuente: telam
En su libro “Santos y pecadores. Retratos discontinuos de leyendas de la música”, Fernando García analiza con sensibilidad y agudeza a figuras que nos marcaron. Es una edición digital que se puede bajar gratis y leer en cualquier computadora, tablet o teléfono
>Los nombres impactan: Amy Winehouse, Syd Barrett, Kurt Cobain, Nina Simone, Luca Prodan, Tanguito, Ian Curtis, Chet Baker, Nico y Brian Jones. Estos artistas no solo vivieron de forma intensa, sino que también murieron jóvenes, marcando el corazón de una época según Fernando García, autor de Santos y pecadores, un libro digital en el que traza los retratos de leyendas que marcaron la música contemporánea.
“Este libro no es una galería de héroes ni un museo de cadáveres ilustres”, se lee en el prólogo. “Son retratos”, explicó el autor recientemente a Infobae.A continuación, varios fragmentos de uno de los capítulos más conmovedores, el que Santos y pecadores -un libro que se puede descargar gratuitamente- dedica a Kurt Cobain. Conviene leerlo con auriculares.Los turistas argentinos viajan en el asiento trasero de un New York Cab por la fría noche de Manhattan. La identificación del taximetrista sugiere un origen árabe, acaso iranio. En la radio suena música francesa de los años 60, aquella escena conocida como ye ye. En un momento el tráfico se atasca. En la radio se interrumpe la música para un breve boletín de noticias. Los turistas argentinos escuchan pero no están seguros de escuchar que Kurt Cobain, el guitarrista y cantante de la banda de punk rock más grande del mundo, acaba de ser encontrado muerto de un escopetazo en su casa de fin de semana en las afueras de la ciudad de Seattle, devuelta al mapa por el efecto dominó de Nirvana (que provocó algo vagamente conocido como “movida de Seattle”).La voz de las noticias sale de foco y vuelve la música ye ye. Los turistas argentinos se miran incrédulos y esperan ansiosos volver al departamento de alquiler a pocas cuadras del Central Park. Cuando llegan encienden el televisor y en la pantalla de MTV otro Kurt, Kurt Loder, el hombre de las noticias en el canal musical, confirma lo que creían haber entendido en el asiento trasero: Kurt Cobain ha muerto de un disparo de escopeta en lo que aparenta ser un suicidio. Uno de los turistas cuelga del balcón su t-shirt negra de Nirvana que reproduce la imagen de la contratapa del disco Bleach. Al día siguiente, el administrador del edificio le pedirá que la guarde. Le dice que esto no es Nápoles, que esto es Manhattan, donde nadie jamás cuelga ropa de los balcones. Es el día 9 de abril de 1994.IINunca más escuchamos de un cantante de rock que fuera “la voz de su generación”. Se había dicho en su tiempo de Bob Dylan, señalado como la conciencia lúcida de la contracultura; de John Lennon, como la autoridad de una nueva ética; de Johnny Rotten, como el alarido rabioso y desesperante de la distopía punk. Kurt Cobain no tenía intenciones de liderar un movimiento contestatario ni ningún otro plan que no fuera el de entregar una música de pureza mineral, y fue su apatía a todos los lugares comunes del rockismo y a la forma de vida standard norteamericana lo que lo terminó de entronizar como una voz líder. Capitalizó su belleza trágica anticipando discusiones de una agenda posterior, como el feminismo, la tolerancia a la diversidad sexual o la extendida psicopatía del bulling, que no eran tematizadas de ningún modo por el rock duro, al menos en el mainstream.En términos políticos, se diría que llevó a la izquierda del rock al poder por muy poco tiempo (el que medió entre el sorprendente éxito de Nevermind y el escopetazo), descolgando de la galería de pósters el hedonismo fálico de unos Guns N’ Roses demasiado ocupados en interpretar el libro de las desventuras dionisíacas del rock and roll y a un Michael Jackson ya convertido en parodia de su propio mito. Nevermind (No importa) se hacía eco del disco más influyente del punk rock: Nevermind the bollocks (cuya mejor traducción es “Me chupa un huevo”), de los Sex Pistols. Pero al sustraerle el “bollocks” (cojones) invertía la agresividad masculina del punk rock o el heavy metal: descojonado, el pogo o el headbanging se resignificaban como implosión.Está claro que es un videoclip (con estatus de videoarte); está claro que eso está actuado, filmado y editado. Y, sin embargo, lo seguimos viendo en YouTube (imaginen lo que era verlo en MTV en los 90, cuando la mediación era menos remota) como la inminencia violenta y sublime de una liberación. Cobain sabía que eso era imposible, que su ética punk estaba en función del circo, y esa lucidez torturada es la que aflora en el grano su voz quebrada (“Denme el más allá de Leonard Cohen, así podré suspirar eternamente”, lo oímos cantar en “Penny royal tea”). De todas, la que mejor merece ser descripta como lennoniana.
IIISin embargo, hay algo que persiste y es la sensibilidad pop. Escuchar a Kurt Cobain cantar The Beatles hace entender hasta qué punto el encanto de Nirvana venía envuelto en ruido de feedback y golpe de rock duro para traficar el goce pop. Las analogías geométricas no deben hacernos perder de vista que Cobain era menos un racionalista del arte sonoro que un expresionista tardío. Su imagen en los videos que acapararon la atención de MTV es una y otra vez la de El grito de Edvard Munch (¿Munch Music?).
IVEn una preciosa entrevista de MTV Brasil (parece difícil hablar de Nirvana sin nombrar a MTV) cuyo crudo de veintiséis minutos se puede ver en YouTube, Cobain, de pelo corto y rojo, reivindica a Nirvana como una banda de new wave. Dice que en el primer disco (Bleach, 1989) eran una banda de garaje (dice “grunge” con desidia, el nombre que le pusieron otros a lo que hacía); que con Nevermind (1991, 35 millones de copias vendidas sólo en Estados Unidos) fueron contra su propio nicho haciendo una música más pop, y que para el que sigue, el que todavía no se había editado (sería In Utero), pensaban en algo más experimental, más new wave. Curiosamente (o no), fue Kurt Cobain el que repuso en los 90 la imagen aquella sobre la que García cantó en Mientras miro las nuevas olas.
Lo veíamos tomar carrera desde el borde del escenario para emprenderla contra la batería de Dave Grohl hasta astillar el mango de la guitarra para después culminar la destrucción frente a la torre de amplificadores en una de las posibles postales de los años Nirvana. Había algo performático en ese acto de romperlo todo, pero también era la búsqueda de un ruido inalcanzable por otras vías, Nirvana, como trío de música noise, avant garde para masas de adolescentes en bermudas. Cobain fue el nuevo chico que rompía las guitarras cuando nadie tenía un miserable amplificador, sí, pero esta vez Charly García no escribió una canción para denunciar que eso ya se había hecho. Esta vez Charly García, ya en fase Say No More, se tiñó el pelo de color rubio, rubio Cobain, el color de una época.VI
Kurt Donald Cobain nació el 20 de febrero de 1967 en un hospital de Hoquiam, condado de Greys Harbor, estado de Washington, cerca del límite entre Estados Unidos y Canadá. Vivió sus primeros seis meses en esa ciudad minúscula a pocos kilómetros del Pacífico que se hace llamar a sí misma “the friendliest city” (la ciudad más amigable), hasta que sus padres (Donald Leland Cobain y Wendy Elizabeth Fradenburg) volvieron a Aberdeen, homónima de la más antigua ciudad escocesa, donde tuvieron otra hija, Kimberly, en 1970. Para 1900 Aberdeen era considerada una de las ciudades más picantes del Pacífico norte, tierra de burdeles y casas de juego a la que los viajeros conocían por su mote ominoso de “Puerto de los desaparecidos”, dada su alta tasa de asesinatos. Como cuando Kurt Donald nació, la ciudad sigue dependiendo de los aserraderos y la pesca, sólo que ahora a quienes llegan por la ruta los sorprende un cartel: “Aberdeen. Come as you are”. “Come as you are” (Vení como sos) es acaso la canción de Kurt Cobain que más se pasó por la radio después de “Smells like teen spirit” .VIII
Grant cuenta que Love lo había contratado para encontrar a Cobain, que había desaparecido de su casa y que en ese trabajo descubrió asuntos inconvenientes para la diva grunge, mezcla de Marilyn Monroe y Nancy Spungen. Un contrato prenupcial que le dejaba poco margen de la fortuna Nirvana y la inminencia de un divorcio que Cobain le había anticipado en Europa. Grant pone la lupa en que la dosis de heroína que reveló la autopsia superaba en diez veces lo tolerable y que eso hacía imposible manipular ese tipo de escopeta. La misma sombra de duda se echa sobre la carta con la que Cobain se despidió de su mujer y de su hija. Grant sospecha que otras manos escribieron esas palabras. En la película de 2014 desfilan juristas que aseguran que el caso debe ser reabierto.
Como fuera, en su despedida Cobain apuntó una frase de Neil Young, su héroe ético. “Es mejor quemarse que enmohecerse”, había cantado el gigante candiense en “My my hey hey” (1977), movido por la muerte de Elvis Presley y la aparición de una figura tan iconoclasta como la de Johnny Rotten. Después de que trascendió que Cobain había recurrido a sus palabras como epitafio, a Young se le hizo un nudo en la garganta y tuvo que dejar de cantarla por un largo período. Ya no era una canción suya sino también las últimas palabras de Kurt Cobain.
No deja de ser llamativo que la primera persona en encontrar el cuerpo inerte de Kurt Cobain haya sido un electricista llamado Gary Smith. Dijo que cuando lo vio a través de la ventana parecía un maniquí. Desenchufado de todo ya, fatalmente unplugged.
Fuente: telam
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