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26/12/2025

El extraño asesinato de la guardiana de los gorilas: el cráneo partido en dos y una venganza con complicidad de la política

Fuente: telam

La estadounidense Dian Fossey apareció rodeada de un charco de sangre hace exactamente cuarenta años. Aún no se sabe quién la mató

>Cuando descubrieron su cuerpo, un charco de sangre seca la rodeaba. Dian Fossey llevaba algunos días muerta en su cabaña en medio de las montañas de Virunga, en Ruanda. Todo evidenciaba que esa muerte había estado rodeada de violencia, especialmente su cráneo y su cara partidos al medio de manera casi simétrica de un machetazo limpio.

Fossey fue una de las zoólogas más importantes del siglo XX. Pero para convertirse en esa referente global, tuvo un largo recorrido. Nació en San Francisco, Estados Unidos, en 1932 y dedicó sus primeros años de la adultez a desempeñarse como terapista ocupacional. Se especializaba en rehabilitar a chicos que habían padecido poliomielitis.

Fossey se mostró cada vez más interesada en el trabajo de Leakey, y el arqueólogo la “reclutó” para su equipo de primatólogas al que empezó a conocerse en el ámbito científico como “Trimates”. Lo integraban nada menos que Jane Goodall, Biruté Galdikas y Fossey.

Fossey apostó por un acercamiento inédito a los gorilas que vivían en las montañas de Ruanda. Se instaló allí en 1967, completamente volcada a su práctica como primatóloga y decidida a parecerse cada vez más a las criaturas que estudiaba para poder involucrarse en sus vidas cotidianas.

La ya ex terapista ocupacional fundó Karisoke, el centro de investigación que instaló en medio de las montañas en la que vivían los gorilas de la zona, amenazados todo el tiempo por la caza furtiva. Fossey implementó la mímesis extrema: caminaba sobre sus nudillos, masticaba apio salvaje y hasta emitía sonidos guturales para que los animales que investigaba la aceptaran en su manada.

El 1º de enero de 1978 la vida de Dian Fossey cambió para siempre. Digit, su gorila favorito, fue asesinado por cazadores furtivos. Le dispararon en el pecho, le cortaron la cabeza y le mutilaron las manos para venderlas como ceniceros. Fossey se deprimió profundamente y empezó a tener problemas con el consumo de alcohol.

Apeló a métodos extremos. Patrulló la zona para destruir de a una las trampas que sembraban los cazadores: anuló más de mil en apenas unos meses. Además, quemó cabañas de lugareños a los que consideraba sospechosos de atacar a los gorilas, y en el libro que escribió sobre su experiencia en Ruanda llegó a contar que había secuestrado al hijo de un cazador y torturado físicamente a otro para forzarlos a alejarse de la selva. Fossey agredía incluso a turistas y guías bajo el argumento de que la zona debía permanecer lo más virgen que se pudiera.

Hace exactamente cuarenta años, un asesino que aún no fue identificado terminó con la vida de la primatóloga. Fue un asistente de su centro de investigación quien encontró el cuerpo, tendido boca abajo entre dos camas y bañado en sangre.

Los asesinos habían entrado por un boquete cavado en una de las paredes laterales de la cabaña. Con un panga, un machete habitualmente usado por los cazadores furtivos de la zona, le partieron el cráneo y el rostro en dos a la víctima. Paradójicamente, en la habitación de Fossey había un panga colgado de una de las paredes: era una especie de “botín de guerra” que le había confiscado a un cazador algunos años antes.

La posibilidad de que el ataque se hubiera producido en medio de un robo fue descartada casi inmediatamente. En la escena había vidrios rotos y muebles desparramados, pero no faltaba absolutamente nada. El dinero en efectivo, los cheques de viajero y el carísimo equipo fotográfico de la investigadora estaban intactos. Quedó claro enseguida que la intención había sido el asesinato en sí mismo, y se empezó a investigar la hipótesis de una venganza.

El Poder Judicial de Ruanda no tardó en señalar al investigador Wayne McGuire como posible homicida. Era un joven investigador que trabajaba en colaboración con la víctima, y la Justicia del país centroafricano aseguró que McGuire la había matado por “celos profesionales”, ya que no había logrado completar su tesis.

Sin embargo, el investigador norteamericano huyó a su país natal antes de que Ruanda lo condenara a muerte en ausencia. Tiempo después se demostraría que se había tratado de un “chivo expiatorio” para ocultar a los verdaderos asesinos.

A medida que el caso fue cobrando relevancia global, empezaron a crecer las pruebas de que el mismísimo gobierno de Ruanda había sido al menos cómplice del homicidio, más allá de quién hubiera sido el autor material.

Es que, además de su oposición acérrima a la caza, la guardiana de los gorilas de la montaña se manifestaba ferozmente en contra de la explotación turística de esa zona del país. Eso impactaba directamente en los ingresos del país, ya que se trataba de uno de los mayores atractivos que Ruanda podía ofrecer a sus visitantes.

El cuerpo de Dian Fossey fue enterrado en el cementerio para gorilas que ella misma había construido. El lugar elegido fue una síntesis de su vida: descansa justo al lado de Digit, el gorila que quiso vengar con métodos feroces.

El texto se trataba de una condensación casi perfecta del trabajo que había hecho durante décadas. Es que, como conservacionista y como guardiana de los gorilas de la montaña, Fossey había logrado que esas tierras ruandesas pasaran de albergar unos 250 ejemplares de la especie a casi mil. Su objetivo estaba cumplido, pero había dejado la vida en eso.

Fuente: telam

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