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22/12/2025

Una brillante actuación que amargó nada menos que a River Plate: a 35 años del último partido oficial del Pato Fillol

Fuente: telam

Vistiendo los colores de Vélez, el arquero campeón del mundo tuvo una última función destacada en el Monumental, dejando a los “millonarios” sin chances de alcanzar el título

>El marco no le resultaba ajeno. Por el contrario, era una de las geografías que más habían recorrido sus ojos a lo largo de tantos años de fútbol. El estadio Monumental repleto coreando su nombre. ¿Cuántas veces Pato? Imposible saberlo. Tus atajadas ya eran parte de ese paisaje, durante los 10 años que defendiste como nadie ese arco o en la histórica gesta del Mundial ‘78, con un par de tapadas donde nos hiciste dudar si eras humano de verdad. Pero la historia tenía un cariz distinto en aquel atardecer del sábado 22 de diciembre del ‘90. Porque ocupabas la valla rival. Sin embargo, el afecto se descolgó de los cuatro costados con el pitazo final del árbitro. Tus compañeros de Vélez te levantaron en andas, mientras te dejabas bañar por la ovación de propios y propios. Porque Fillol jamás será un extraño en el Monumental. Mucho menos, el día de la función de despedida.

El tiempo fue pasando. Luego de River, lo disfrutaron Flamengo, Atlético Madrid, Racing y Vélez, la estación final. Su presencia, altiva y segura, permanecía con la estampa de siempre. Había tenido algunas fallas, lógicas, de cualquier mortal, pero impropias de su impecable bagaje. Era lo natural a los 40 años. En las fechas finales de aquel primer torneo Apertura de la historia, desarrollado entre agosto y diciembre del ‘90, comenzó a circular el rumor de su adiós.

Quizás allí, entre esas paredes, mientras se desarrollaba el segundo tiempo de un encuentro que finalmente Vélez perdió por 2-1, maduró definitivamente su idea del adiós. No fue fácil. Nunca lo es dejar atrás una pasión que ocupaba casi todo. Para el Pato no solo era un divertimento. El fútbol era su oficio y como un verdadero profesional lo asumió desde el momento del debut, allá en la lejanía de 1969, cuando Carmelo Faraone le dio la chance de volar de palo a palo, debutando en Quilmes.

Su inmensa carrera merecía una despedida acorde. Y el destino jugó sus cartas para redondear la historia. Dos equipos eran los que llegaban con posibilidades a esa última fecha de pelear por el primer puesto: Newell´s, que tenía como entrenador a un joven que allí estaba dirigiendo su primer torneo. Marcelo Bielsa había encontrado rápidamente el equipo, amalgamando a la vieja guardia (Martino - Llop - Scoponi) con los chicos que él tan bien conocía por haberlos tenido en las inferiores (Gamboa - Pochettino - Berizzo - Franco). Se jugarían su chance visitando a San Lorenzo en la cancha de Ferro Carril Oeste.

Un punto por detrás aparecía River Plate. Un cuadro muy completo, bajo el comando de Daniel Passarella, que era el último campeón del fútbol argentino. Manejaba el pressing como pocos, con el despliegue sin concesiones de Zapata y Astrada en la mitad de cancha, que robaban pelotas sin parar, llevando a que el ingenio de Víctor Hugo Morales los apodara “Los pac man”, por su voracidad para el quite incesante. Juan José Rossi y la Bruja Berti armaban juego para abastecer a la efectiva pareja despareja de ataque. El Mencho Medina Bello era todo potencia, mientras que el Polillita Da Silva, goleador del torneo, era el refinamiento y la clase para definir.

Pero la primera novedad de la tarde apareció en Caballito. Cristian Ruffini ejecutó a la perfección un tiro libre que puso a Newell´s 1-0 y la tranquilidad de asegurar el título. Un rato después, Ricardo Gareca, insultado sistemáticamente por el público Millonario, enganchó una pelota con la zurda dentro del área, la bajó y con esa misma pierna fusiló cruzado a Passet para colocar a Vélez en ventaja.

Allí estaba el Pato. Como tantas veces. Dentro del exquisito menú de sus virtudes, estaba el de ser un especialista en atajar penales. Tuvo muchos, pero ninguno como aquel frente al polaco Deyna en el Gigante de Arroyito en el Mundial ‘78. Argentina ganaba 1-0 y el silencio de ese momento, cuando su rival tomó carrera, fue tan inmenso como la explosión cuando se arrojó sobre su izquierda para contener el remate. Se gritó más que un gol.

Pero había más. Ya había tenido dos grandes intervenciones antes del penal. Y aún faltaba su atajada cumbre. Luego de un córner, quedó un rechazo corto de la defensa de Vélez. De frente al arco, llegó Astrada y apenas desde unos metros afuera del área, remató con fuerza y ubicación. El Pato voló desmintiendo al documento, pareciendo un pibe, arqueándose en el aire y pegando el manotazo por sobre el travesaño. En la última del primer tiempo, el Mencho Medina Bello desbordó por derecha, lanzó un peligroso centro atrás, que Fillol desbarató con un mano. “¿Y con lo que estás atajando te vas a retirar Pato?”, preguntó Marcelo Araujo, en el relato para “Fútbol de Primera”, con una admiración que era patrimonio de todos.

River fue al ataque, tratando de no desesperarse. Tenía variantes de sobra, pero chocaba contra una defensa bien plantada y un arquero formidable. El empate llegó a los 61 minutos, cuando Da Silva le ganó a su marca, bajando la pelota con gran claridad, para poder vencer por única vez a Fillol, con un remate alto. La ilusión de ser primeros estaba tan solo a un gol. Vélez no aflojaba ni sacaba a ninguno de sus tres delanteros, que eran una amenaza permanente para un fondo Millonario desajustado y que muchas veces defendía con tres por el desenganche de Astrada. La famosa historia de la manta corta volvía a hacerse presente en un campo de juego.

Los futbolistas de Newell’s no se fueron a los vestuarios. Se quedaron amuchados en un breve espacio en derredor del banco de suplentes, con las radios portátiles pegadas a los oídos. en una preciosa postal futbolera. Con uno menos, pero con la misma convicción de toda esa tarde (y todo ese primer año de Passarella como entrenador), River siguió yendo al ataque, la única ley que conocía. En el último instante, perdió una pelota en ataque y yo no quedaban fuerzas para volver. El lateral Bidevich rechazó alto y lejos, más allá de la mitad de la cancha donde picaron, como tres flechas, los delanteros de Vélez. Le cayó al Gallego González sobre la izquierda, con Gareca en el centro y Zárate del otro lado. El goleador espero la salida desesperada de Basualdo, para tocarla despacio a un palo.

A los 35 años, Marcelo Bielsa se daba el gusto de ganar el primer torneo de su carrera como entrenador, en el certamen en el que debutaba. En los hombros de un hincha, que había invadido el campo de juego, le pidió a otro su camiseta y comenzó, como enajenado, a repetir: “Newell´s, carajo, Newell´s”, mientras apuntaba a esa casaca que aprendió a amar desde pibe y de la cual es símbolo.

Había sido una tarde especial, como reconoció años después: “Me enorgullece porque siento que fue una herencia fuerte que le dejé a mis hijos. Ellos saben que soy hincha de River y lo que siento por el club. Lo que yo le di a Vélez esa tarde, se lo había dado a River durante 10 años seguidos. Si yo no hubiese actuado de esa manera, el hincha Millonario que se rompió las manos aplaudiéndome durante tanto tiempo, hubiese dicho ‘aplaudí a un bastardo, a un traidor’. Pero no, a pesar del dolor que tenían esa tarde, porque yo atajé muy bien y ellos perdieron el campeonato, deben haber sentido que valió la pena el reconocimiento que me manifestaron mientras fui su arquero. Mis hijos, hasta el día de hoy, me lo reconocen y esa es una de las mejores herencias”.

Fuente: telam

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