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05/12/2025

El día en que Moreno declaró la guerra a los privilegios y un brindis desató una tormenta

Fuente: telam

Buenos Aires era una fiesta permanente cuando se conoció el triunfo de Suipacha. En una cena de Saavedra -ya en un enfrentamiento sin retorno con Mariano Moreno- un augurio no previsto provocó un hecho político con irremediables consecuencias para el secretario de la Primera Junta

>Desde el momento en que a puro galope entró a la ciudad de Buenos Aires el capitán de patricios Roque Tollo, la ciudad fue escenario de una fiesta interminable. El hombre traía la bandera española capturada en Suipacha, la primera victoria de nuestras armas, librada el 7 de noviembre de 1810 en las márgenes del río del mismo nombre, en la actual Bolivia. El parte que entregó en nombre del general Antonio González Balcarce (por esa acción sería ascendido a brigadier por la Junta) reseñaba que el enemigo había perdido sus fusiles, artillería, municiones y bagajes, que todo lo había abandonado en su fuga, que habían tenido muertos y heridos. La novedad sirvió para dejar en el olvido el revés que se había sufrido en Cotagaita el 27 de octubre.

En la noche del miércoles 5 de diciembre se organizó una cena en el Regimiento de Patricios para festejar el triunfo. Estuvo muy concurrida, y eran mayoría los partidarios de Cornelio Saavedra, presidente de la Junta de Gobierno.

Vivía en la actual calle Reconquista, entre Corrientes y Lavalle, y era jefe del Regimiento de Patricios, una unidad creada luego de que se echaran a los ingleses en 1806. Al parecer, cuando se lo nombró, quiso justificarse con el “quisieron que fuese presidente”. Él mismo asegura en su autobiografía: “Solicité al tiempo del recibimiento se me excusase de aquel nuevo empleo, no sólo por la falta de experiencia y de luces para desempeñarlo, sino también porque habiendo tan públicamente dado la cara en la revolución de aquellos días no quería se creyese había tenido el particular interés de adquirir empleos y honores por aquel medio”.

Según Francisco Javier D’Elío, gobernador de Montevideo y último virrey del Río de la Plata, Saavedra era un “zorro astuto” que encubría “la ambición más desenfrenada”.

En la cena en cuestión había derecho de admisión: los centinelas tenían la orden de dejar ingresar a todo aquel que vistiese uniforme militar, y los civiles podían entrar siempre y cuando estuviesen identificados con Saavedra.

Moreno era un abogado de 31 años que en su juventud había estado al borde de la muerte por una viruela y cuando fue a estudiar a Chuquisaca, en el viaje sufrió de fuertes ataques de reumatismo. El plan de su papá era que fuese cura, aunque el joven Mariano terminaría graduándose en leyes, y volvió a Buenos Aires casado con María Guadalupe Cuenca y con un hijo, Marianito. Por sus reiterativas descomposturas, los médicos le tenían indicado cuidarse en las comidas.

Fue de los últimos en plegarse a la revolución. Durante el cabildo abierto del día 22, permaneció parado en un rincón sin hablar. Temía que las cosas no salieran según lo planeado y terminasen todos en la horca, tal como lo manifestó.

Para él, la revolución supuso un cúmulo de sorpresas: no esperaba ser nombrado secretario de gobierno y de guerra. Y él sorprendió a todos con su accionar frenético, sin descanso, con decisiones que debían tomarse sin pérdida de tiempo. Soñaba con un sistema republicano y con una constitución. Enseguida se notaron las diferencias con Saavedra, quien aludiría a Moreno como “el malvado Robespierre”, que deseaba ir con cautela y siempre miraba qué ocurría en Europa, temeroso de que la suerte de España cambiase.

En la Junta no todos vieron con buenos ojos que Saavedra se moviera con el carruaje que había pertenecido al virrey Cisneros, y se quejaban de la diferencia de sueldos. Mientras don Cornelio, que se había hecho ascender a brigadier, ganaba 8 mil pesos, los otros percibían tres mil. Hubo otros, como Azcuénaga, que donó su sueldo, así como hizo con los anteriores puestos que había ocupado en el Estado.

El que embromó la cuestión fue el capitán de Húsares Atanasio Duarte, producto del alcohol y de ser más papista que el papa.

Uno de sus hermanos había matado a un hombre en una pelea y, para eludir a la justicia, se había ido a pelear con Artigas, y el otro era predicador mercedario.

El escándalo se desató y Saavedra intentó minimizarlo. Habló de “ridícula imputación” y que el responsable del desatino había sido un hombre “cargado de vino y de licores” y que todos los detalles Moreno los supo a través de un joven empleado que trabajaba con él. “¡Qué importancia, qué bulto se dio a esta bobada!”, se indignó Saavedra.

Los siete miembros de la junta que estaban en Buenos Aires -Castelli estaba en el norte y Belgrano en Paraguay- firmaron el documento.

“Es el dogma de la igualdad el que inspira el decreto; es la furia contra el ceremonial vacuo y ridículo; la indignación contra los serviles que especulan con la lisonja; la angustia por elevar el nivel de las costumbres del pueblo; la vehemencia de arrancarlo de la abyección por un golpe de decreto y conseguir que el común de los hombres no tenga en los ojos la principal guía de la razón”.

Existían cuestiones más delicadas por las que Saavedra y Moreno se enfrentarían, y que sería la incorporación de los diputados del interior, que a esa altura muchos ya estaban en la ciudad, y sobresalía del grupo el Deán Funes. Los partidarios de Saavedra instaban por sumarlos al gobierno y los de Moreno que formasen un congreso que dictase una constitución. Al estar el sector morenista en desventaja, el joven secretario dio un paso al costado, pidió se le asignase una misión al exterior y así salió de escena. En circunstancias que nunca fueron aclaradas, falleció en altamar el 4 de marzo de 1811.

Si bien Moreno estuvo apoyado por la mayoría de la juventud de la ciudad, como reseña Ignacio Núñez en sus Noticias Históricas, se ganó más enemigos, como los españoles, los militares y los juristas más veteranos porque Moreno citaba demasiado a Rousseau y a Montesquieu y no a Santo Tomás o San Agustín.

Fuentes: Vida y memorias de Mariano Moreno, por Manuel Moreno; Noticias Históricas, de Ignacio Núñez; Memorias curiosas, de Juan Manuel Beruti; La Gaceta de Buenos Aires

Fuente: telam

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