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04/12/2025

Una monumental torre diseñada por Norman Foster transforma el horizonte urbano de Manhattan

Fuente: telam

El monumental edificio de JP Morgan, diseñado por el estudio de arquitectura de Norman Foster, genera debate sobre el papel de las corporaciones en la configuración de los espacios urbanos

>En el corazón de Manhattan, una nueva silueta ha irrumpido en el horizonte: la sede global de JP Morgan, un coloso de bronce y acero que domina la ciudad con una presencia imponente. Este edificio, que se eleva hasta los 423 metros y alberga sesenta plantas, no solo redefine el perfil de Nueva York, sino que también simboliza el poderío de la mayor entidad bancaria del mundo.

El diseño ha estado a cargo de Foster+Partners, bajo la dirección de Norman Foster, quien a sus noventa años no es ajeno a la creación de sedes bancarias monumentales. Su torre para HSBC en Hong Kong, inaugurada en 1986, fue en su momento el edificio más caro del mundo y se caracterizaba por una estructura redundante de puentes de acero. En comparación, la nueva torre de JP Morgan parece un bulldozer revestido de bronce dispuesto a pulverizar cualquier obstáculo.

La estructura utiliza 95 mil toneladas de acero, una cifra que supera en un 60% la empleada en el Empire State Building, a pesar de que este último es más alto y cuenta con mayor superficie. Un ingeniero calculó que, si se aplanara todo ese acero en una cinta de 30 milímetros de ancho por 5 milímetros de grosor, podría dar la vuelta al mundo dos veces, una imagen que ilustra la ambición global del banco.

A nivel de calle, el edificio resulta igual de dominante. Se apoya en enormes columnas de acero que se abren en abanico en cada esquina, sujetando la base como si fueran los dedos de Nosferatu. Estas columnas, diseñadas para esquivar las vías del tren subterráneas, sostienen la masa del edificio sobre nuevas franjas de “espacio público” de propiedad privada, donde los escalones y jardineras parecen pensados para desalentar la permanencia. Hacia el oeste, en Madison Avenue, la torre se presenta con una pared de granito tallado, obra de Maya Lin, que logra que la piedra real parezca un decorado de parque temático, adornada con musgo en las grietas.

El interior mantiene la escala monumental: muros de travertino acanalado, extraído de una sola cantera en Italia, se elevan a lo largo de un vestíbulo de veinticuatro metros de altura, flanqueando una gran escalera y dos enormes pinturas de Gerhard Richter. Los ascensores transportan a los 10 mil empleados a un universo vertical de bienestar corporativo, que incluye una zona de restauración con diecinueve restaurantes —con servicio de entrega directa al escritorio—, peluquería, salas de meditación, gimnasio, clínica médica y hasta un pub. Las plantas de oficinas, libres de columnas, cuentan con iluminación adaptada al ritmo circadiano, creando un entorno cuidadosamente calibrado y aislado del exterior, al estilo de un casino de Las Vegas, con la intención de que los empleados permanezcan en sus puestos el mayor tiempo posible.

La teatralidad no se limita al día. Cada noche, la cima de la torre se transforma en una corona resplandeciente, con luces que ascienden por la fachada como si se tratara de una copa de champán gigante. Esta instalación, obra del artista estadounidense Leo Villareal, responsable de la reciente iluminación de los puentes del Támesis, a veces evoca un ojo de Sauron y en otras ocasiones parece un vacío pulsante.

Más allá de su ostentación, la construcción de la torre implicó la demolición de un edificio de oficinas perfectamente funcional: la sede de Union Carbide, de cincuenta y dos plantas, diseñada en 1960 por Natalie de Bois en SOM. Este edificio, un monolito de estilo Mies van der Rohe, había sido renovado y mejorado ambientalmente en 2012, una intervención que JP Morgan calificó entonces como “la mayor renovación ecológica de una sede corporativa en el mundo”. Solo siete años después, el mismo banco lo demolió, convirtiéndolo en el edificio más alto jamás derribado de forma intencionada, para reemplazarlo por una torre casi el doble de alta, pero con solo ocho plantas adicionales.

La explicación de este fenómeno se encuentra en una modificación urbanística de 2017. Ante el temor de que East Midtown perdiera atractivo frente a los nuevos desarrollos de Hudson Yards, la ciudad permitió la venta de “derechos aéreos” de edificios históricos que no ocupaban todo el volumen permitido en sus parcelas. JP Morgan adquirió 65 mil metros cuadrados de derechos de Grand Central Station y 5 mil metros cuadrados de la iglesia de St Bartholomew, lo que le permitió ampliar su torre mucho más allá de los límites habituales.

[Fotos: Nigel Young/Foster + Partners]

Fuente: telam

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