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04/12/2025

La vida misteriosa de la “Venus de la calle Corrientes”, la vedette que se ocultó para ser recordada como una diva eterna

Fuente: telam

Nélida Roca murió hace 26 años, el 4 de diciembre de 1999. Fue una estrella de los tiempos de oro del teatro de revista que atraía al público con un gran magnetismo. En el escenario hacía gala de su vestuario europeo, agotaba funciones y cuando se bajaba el telón, nada se sabía de ella

>Tenía presencia. Una presencia única, que la hizo destacar por sobre todas las vedettes de su época. Y eso que Nélida Roca formó parte de la época de oro de la revista porteña, cuando la Calle Corrientes brillaba con carteleras que invitaban a no perderse los espectáculos que encabezaban Dringue Farías, Adolfo Stray, Pelele, Tato Bores, Juan Verdaguer, Pepe Arias y Jorge Porcel, entre muchos otros grandes del humor. Sin embargo, la estrella a la que todos querían ir a ver era ella.

Nélida Mercedes Musso, tal su verdadero nombre, había nacido el 30 de mayo de 1929 en la ciudad de Buenos Aires. Tenía alma de artista. Pero, como era de esperar en aquellos tiempos, sus padres, una italiano genovés y una gallega, no la apoyaron en su vocación. Ellos esperaban que Pucci, como la llamaban en su hogar, se casara como “toda mujer de bien” con un hombre trabajador, formara una familia y se convirtiera en una esposa y madre abnegada. De manera que ella terminó contrayendo enlace con el músico de jazz Julio Rivera Roca cuando tenía apenas 16 años de edad, en un intento por cumplir el mandato.

De su marido, a quien acompañaba en sus giras, tomó el apellido con el que tiempo después se haría famosa. Pero la oportunidad le llegó de casualidad en 1948, cuando estaba en la Confitería Richmond cantando junto a su esposo y su orquesta. El dueño del Teatro Maipo, Luis César Amadori, la vio y quedó subyugado ante sus encantos. Sabía que, más allá de su mucho o poco talento, tenía un gran potencial como vedette. Y decidió convocarla para formar parte de la obra El Teatro Maipo. Ella, obviamente, aceptó. Y, de un día para el otro, se convirtió en una estrella.

Fue Carlos A. Petit, dueño del teatro El Nacional, quien le dio un consejo que Nélida cumplió al pie de la letra hasta el final de sus días. “De la vida de una vedette no se debe conocer nada”, le dijo el empresario en sus inicios. Y, desde ese momento, la Roca hizo del misterio su sello personal. Sólo se la podía ver en el escenario, montada con atuendos que ella misma traía de Europa para diferenciarse del resto de sus colegas. Y, para eso, muchas veces había que recurrir a la reventa de entradas, ya que en la mayoría de las funciones los tickets se agotaban.

De lo poco que se supo de ella, gracias a una entrevista que le brindó a Pipo Mancera en la década del ’60, se puede mencionar que era hincha de River Plate, que era tímida por naturaleza y que cuidaba su silueta salteándose el desayuno y el almuerzo. Fuera de eso, en tiempos en los que la prensa del corazón era mucho más cuidadosa, tras la separación de su primer marido se habló de varios de los amoríos de Nélida. Algunos con los que llegó a formalizar y, otros, con los que no.

Nadie podía imaginar, entonces, cuáles eran sus intenciones. Se suponía que ella, la vedette número uno de la Argentina, iba a ser la encargada de abrirle el camino a las nuevas generaciones. Y, de hecho, en La Revista de Oro, en la que compartía el protagónico con Jorge Porcel, se la vio impulsando la carrera de una joven llamada Susana Giménez. Pero, evidentemente, Nélida entendió que su ciclo ya se había cumplido. De manera que ese terminó siendo su último espectáculo.

Sabiendo que como vedette tenía una carrera corta, la artista siempre se preocupó por su futuro. Cuentan que cada lunes, cuando cobraba su cachet, iba a comprar departamentos pensando en lo que sería su jubilación. Y, cuando tomó la decisión de bajarse de las tablas, nunca más escuchó ninguna propuesta, por más tentadora que fuera. Porque, además, ella quería que el público la recordara en su plenitud. Así que, tras veinticinco años de carrera, optó por reclutarse en el ostracismo.

Murió el 4 de diciembre de 1999, a los 70 años. Y, tal como Nélida quería, todos se quedaron con la imagen de ella arriba de un escenario, con su cuerpo imponente adornado por brillos y plumas. La realidad, sin embargo, es que en los últimos años de su vida la vedette había sufrido un verdadero martirio a causa de una enfermedad autoinmune que fue limitando su capacidad motriz y que la había obligado a convivir con el dolor, que intentó mitigar con tratamientos en Cuba. Pero ya nada quedaba de esa mujer que llenaba teatros. Y ella se encargó de que, salvo un grupo muy íntimo, no hubiera testigos de esa situación.

Fuente: telam

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