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17/11/2025

La tragedia del misionero que visitó la isla más peligrosa del mundo con regalos para una tribu caníbal y fue asesinado a flechazos

Fuente: telam

John Allen Chau tenía 26 años cuando el 17 de noviembre pasado intentó descender a Sentinel del Norte, un lugar remoto del Océano Índico. Muchos creen que detrás de su misión evangelizadora había otro propósito: ¿quería provocar el Apocalipsis para la segunda llegada de Jesús?

>Existe un lugar en el Océano Índico que no figura en los itinerarios turísticos. No es un destino, es un final. Hace siete años, un joven estadounidense de 26 años llamado John Allen Chau decidió que esa ley no se aplicaba a él. O, más bien, que existía una ley superior que lo obligaba a violarla.

El mundo conoció su nombre el 17 de noviembre, cuando la noticia explotó:Chau no era un novato. Era un espíritu aventurero, un médico de emergencias en el desierto, un entrenador de fútbol internacional y un montañista experimentado. Su cuenta de Instagram era un catálogo de viajes a lugares remotos, desde África hasta Asia. Pero debajo del explorador vibraba una convicción más profunda, una que lo consumía todo. John Allen Chau estaba convencido de que la única manera de hacer llegar su creencia en Dios y en Jesús era visitando aquellos rincones donde la “palabra” aún no había resonado.

Chau, miembro del grupo misionero “All Nations Family”, había planeado esta incursión durante años. A partir de 2015, realizó al menos cuatro viajes a las Islas Andamán y Nicobar, acercándose y estudiando el perímetro.

Su diario de viajes, recuperado de los pescadores, es la crónica de una fatalidad anunciada. Es un testimonio escalofriante de la disonancia entre su fe y la realidad que se le venía encima.

El 14 de noviembre, llegaron a la isla. Al día siguiente, Chau se subió a un kayak y remó hacia la orilla cargado con regalos: peces, una pelota de fútbol, tijeras. Intentó hablarles en su idioma, Xhosa, sin éxito. Los sentineleses, descritos como bajos de estatura, con el pelo ensortijado y la piel oscura, emergieron de la jungla. Sus rostros no mostraban curiosidad, sino furia.

“Grité: ‘Mi nombre es John, te amo y Jesús te ama’”, escribió Chau en su diario. La respuesta fue inmediata. Un joven de la tribu tensó su arco y disparó. La flecha le atravesó la Biblia que Chau llevaba pegada al pecho, salvándole la vida.

Esa noche, su diario reflejó la profunda fractura en su psique: “¿Por qué este hermoso lugar tiene que tener tanta muerte aquí? Espero que esta no sea una de mis últimas notas, pero si lo es, que ‘para Dios sea la Gloria’”. Y luego, escribió una frase que reveló el terror que su fe no lograba sofocar: El 16 de noviembre, entregó sus últimas notas a los pescadores. Les dijo que volvería a remar a la isla y que lo recogieran al día siguiente. Sabía que su aventura podía costarle la vida. Los pescadores contaron a la policía que vieron por última vez a Chau con vida el viernes.

A la mañana siguiente, el sábado 17 de noviembre, los pescadores vieron el desenlace desde la distancia prudencial del barco: observaron a los nativos arrastrar el cuerpo de Chau por la arena blanca y luego enterrarlo. La misión había terminado.

La familia de Chau publicó un comunicado perdonando a los asesinos. Ellos estaban convencidos de que su hijo Siete personas, incluidos los cinco pescadores, fueron arrestadas por ayudarlo. Los sentineleses, por supuesto, fueron librados de culpa y cargos. Samuel Brownback, entonces Embajador en General para la Libertad de Religión Internacional de EE. UU., lo confirmó: el crimen no tuvo imputados.

Pero a medida que el asombro inicial se disipaba, emergió una explicación nueva y mucho más inquietante. ¿Y si la muerte de Chau no fue un accidente trágico en un intento de evangelización, sino el objetivo mismo? ¿Por qué volvió después de que una flecha casi le quitara la vida?

Suena a delirio, pero los documentos de su propia iglesia lo respaldan con una claridad aterradora. La “Declaración de Fe” de All Nations Family, en su punto 11, detalla esta creencia: “Creemos y estamos orando por una gran cosecha de almas y el surgimiento de una iglesia victoriosa al final de la era que experimentará una pureza y un poder sin precedentes para predicar el evangelio como un ‘testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin’”.

Esta teoría reformula cada acción de Chau. Su primer intento no fue un fracaso, fue un testimonio. La flecha en la Biblia no fue una advertencia, fue una señal de que Satanás protegía la isla. Y su segunda incursión, la que sabía que podría ser mortal, no era una misión de conversión, era una misión de sacrificio.

¿Se vio a sí mismo como el catalizador que forzaría la mano de Dios y desencadenaría el fin de los tiempos? Ya no era un simple misionero. Era, en su propia mente, el hombre que iniciaría el Apocalipsis.

Hoy, siete años después, la Isla Sentinel del Norte sigue envuelta en su misterio. Las olas borraron las huellas de Chau, y la selva se tragó el lugar de su tumba. Los sentineleses siguen allí, ajenos al Dios, al debate y al joven que creyó que su sangre podía acelerar la segunda venida del Señor a la tierra. El enigma de John Allen Chau no es por qué murió, sino por qué estaba tan desesperado por hacerlo.

Fuente: telam

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