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15/11/2025

Procesiones latinoamericanas: la manifestación más poderosa de identidad y fe en un continente que, a su manera, sigue creyendo

Fuente: telam

Para una región que vio pasar imperios, dictaduras y revoluciones, estas celebraciones no son un simple desfile religioso: son una suerte de liturgia de la resistencia; espacios donde se entrelazan la cultura, la política y la fe de los pueblos que se niegan a olvidar sus raíces, sus historias y sus milagros

>Hay un hilo invisible, pero inquebrantable, que une a la inmensa y diversa geografía latinoamericana. No es el idioma, aunque el español y el portugués marquen nuestra cartografía cultural. Tampoco es la historia, que se descompone en miles de matices y disputas. Ese hilo conductor es, quizá, la manifestación más íntima y poderosa de nuestra identidad: la fe popular. Una fe que no reside en los libros de teología, ni en los dogmas abstractos, sino que habita en las calles, en la marea humana que se desborda, en el sudor de los cargadores y en el clamor de las multitudes. Una fe que se hace carne en el ritual colectivo de las procesiones, un fenómeno que se repite, con sus peculiaridades y dramas, desde los Andes hasta el Caribe, desde la selva amazónica hasta el desierto andino.

En los Andes peruanos, la Semana Santa de Ayacucho es una de las celebraciones más emblemáticas. Culmina en la noche del sábado de Gloria con la procesión del Señor Resucitado. Pero no es una procesión cualquiera. En medio de la oscuridad total de la Plaza Mayor, la figura de Cristo Resucitado, en un anda monumental de casi diez metros y adornada con flores y cirios, emerge de la catedral. Es un momento de catarsis colectiva, el triunfo de la vida sobre la muerte, de la luz sobre la tiniebla.

Desde los Andes, nos movemos hacia la selva amazónica, a la ciudad brasileña de Belém. Cada octubre, millones de personas se congregan en el Cirio de Nazaré, una de las mayores procesiones marianas del mundo y reconocida por la UNESCO como “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”. No es un desfile, es un éxodo de fe. La procesión traslada la imagen de Nuestra Señora de Nazaret desde la catedral hasta el santuario, un recorrido que se convierte en un mar humano de devotos.

En Guayaquil, Ecuador, el Viernes Santo se viste de luto y penitencia con la procesión del Señor del Consuelo. Esta manifestación de fe, que convoca a cientos de miles de personas, recorre el popular suburbio de la ciudad, una zona marcada por la pobreza y la marginalidad. La imagen de un Cristo crucificado, escoltada por la de la Virgen María, se convierte en el epicentro de un clamor popular que pide consuelo ante el sufrimiento cotidiano.

La Semana Santa en la colonial y barroca Antigua Guatemala es una explosión de color y tradición. Las calles, empedradas y flanqueadas por iglesias centenarias, se convierten en un lienzo efímero de fe. Miles de devotos crean, con paciencia y maestría, alfombras de aserrín teñido con imágenes religiosas, flores y frutas, para que las majestuosas andas de las procesiones pasen por encima.

En Venezuela, un país sacudido por la crisis política, económica y social, la procesión de la Divina Pastora se ha convertido en un símbolo de esperanza y resistencia. Cada 14 de enero, en la ciudad de Barquisimeto, millones de fieles acompañan a la imagen de la Virgen en un recorrido de varios kilómetros. Es la peregrinación mariana más grande del país y una de las más multitudinarias de América Latina.

En la bulliciosa Lima, el mes de octubre se tiñe de morado. La procesión del Señor de los Milagros, una de las más grandes y antiguas del mundo, paraliza la ciudad en un acto de fe que trasciende las clases sociales y los orígenes. La imagen, pintada en una pared del antiguo barrio de Pachacamilla por un esclavo angoleño en el siglo XVII y que resistió milagrosamente varios terremotos, se ha convertido en el símbolo de la fe del pueblo peruano.

En la tranquila Salta, al norte de Argentina, la devoción al Señor y la Virgen del Milagro es el eje de la vida religiosa. Cada septiembre, el pacto de fidelidad que el pueblo salteño renovó hace más de tres siglos se materializa en una procesión que congrega a cientos de miles de peregrinos. La fe al Milagro nació en el siglo XVII, cuando una serie de terremotos asoló la región. El terremoto cesó tras sacar las imágenes del Señor y la Virgen, que habían llegado en el mismo barco desde España.

Estas procesiones, más allá de su significado religioso, son una ventana a la idiosincrasia de los pueblos latinoamericanos. Son espacios donde se entrelazan la historia, la cultura, la política y la fe. Son la expresión de una religiosidad popular que, aunque a veces desconcierte al observador externo, es el pilar de la identidad de millones de personas.

Fuente: telam

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