15/11/2025
“Mis recuerdos son las únicas partes de mí que aún pueden caminar”: Hanif Kureishi publica “A pedazos”, crónica del dolor
Fuente: telam
La nueva obra del escritor británico convierte la inmovilidad en materia literaria urgente, abriendo un debate sobre la empatía, el lenguaje y el papel de la comunidad digital en la reconstrucción personal
>El 26 de diciembre de 2022, durante unas vacaciones en Roma, el polifacético escritor Hanif Kureishi sufrió una caída. Miraba fútbol por televisión, de pronto sintió un mareo, su cuerpo se desplomó y su columna vertebral se destrozó y quedó parapléjico. En cuestión de horas su mente entró en una narrativa que ningún escritor imagina para sí mismo. La parálisis se convirtió en la narradora de sus días. El dolor se convirtió en la estructura de sus frases.
Una de las cualidades más reveladoras de A pedazos reside en la forma en que se escribió inicialmente para un público digital. Las primeras entradas se publicaron en Twitter e Instagram, plataformas que normalmente son hostiles a la profundidad. Sin embargo, las respuestas se convirtieron en un coro: miles de desconocidos enviando ánimos, preguntas, recuerdos, bromas, oraciones. Fue un experimento inesperado de supervivencia comunitaria. Este es quizás el elemento más contemporáneo del libro. Las memorias solían ser retrospectivas. Exigían la ilusión de la distancia. Ahora, la enfermedad se puede publicar en tiempo real. El escritor se convierte en reportero, sujeto y testigo a la vez.
En parte diario íntimo, en parte mecanismo de supervivencia, A pedazos es el registro recopilado de estos mensajes: la crónica de una conciencia que se niega a abandonarse a sí misma. Existe una tradición de memorias escritas desde el límite de la vida, desde la enfermedad, desde la convalecencia, pero el caso de este libro de Kureishi trae la novedad de la inmediatez de las redes sociales: las memorias públicas, en tiempo real y con la periodicidad necesaria. Este libro es el resultado de días y días de feeds.Kureishi escribe sobre su cuerpo a partir de que su cuerpo se ha convertido en un problema. Por ejemplo, la primera vez que entra al gimnasio del hospital cae en la cuenta de que nunca antes había entrado a un gimnasio en su vida. Su cuerpo, que ahora no siente, deberá aprender todo de nuevo y su mente también. La pregunta que se hace Kureishi es: “¿Quién soy ahora?“ pero luego va al hueso: ¿Qué queda del escritor cuando el cuerpo que escribió ya no existe?En sus notas, describe la experiencia de despertarse con un cuerpo que no se levanta como “una forma de ser borrado”. Las manos que antes escribían novelas ya no podían sostener un tenedor. Las piernas que le llevaban por Londres ahora existían como peso en lugar de como acción. Sin embargo, también ocurrió algo más: escribir, por primera vez en décadas, se convirtió en un acto urgente en lugar de profesional. Sin la capacidad de moverse, el lenguaje se convirtió en movimiento. Las palabras se convirtieron en músculos. “Así es como viajo ahora”, escribió. “Envío mis frases por delante de mí”.
Todo el libro destila sinceridad brutal: no hay tiempo para la metáfora o la retórica; es un texto urgente y sencillo pero también de la mirada crítica de sus alrededores. Kureishi fue siempre un gran observador de su entorno y este libro es el que mejor lo demuestra. Esta sencillez es quizás la elección estética más radical de A pedazos. Kureishi describe un cuerpo con claridad clínica. No son capítulos ordenados, pero hay un hilo de Ariadna que entrelaza las tardes, las noches de insomnio a la espera de que llegue alguien a copiar lo que estuvo pensando, misivas de un hombre que apenas sabía lo que su cuerpo le permitiría hacer al día siguiente. Los fragmentos tienen coherencia y forman un mapa de una mente que se resiste a la desesperación a través de la narración. En el libro, las entradas fluyen con un ritmo extraño y tranquilo: dolor, memoria, humor, desesperación, gratitud, anhelo erótico, observación política. Kureishi nunca es indiferente y ya no se trata solo de diagnosticar y llevar registro de la convalecencia sino también de observar con ojo crítico al sistema que lo alberga y a las personas que lo atienden, cuya profesionalidad y devoción le devuelven la fe. El grupo de especialistas está mayormente compuesto por mujeres inmigrantes cuyo trabajo mantiene unido al país, sometido a la austeridad, sostenido por una compasión que los gobiernos no pueden legislar. La enfermedad lo obliga a depender de los demás, pero la dependencia revela la verdad política. “El Estado británico”, observa, “es muy bueno con el papeleo y muy malo con los cuerpos”.El dolor da forma a la estética del libro. Las frases se acortan. La sintaxis se vuelve más concisa. El dolor exige economía lingüística. Tiene su propia temporalidad: impredecible, cíclica, intrusiva. Kureishi no idealiza el dolor; lo analiza. El dolor no se convierte en el centro moral de la narración, sino en su clima. Y no tiene pudor en contar su frustración, los desencuentros con Isabella, la ausencia de seres queridos, la presencia de otros, inesperados. Todo en este libro es un diario de supervivencia y resiliencia. Y el sexo no está ajeno a esta narración: la memoria erótica de Kureishi se convierte en su propia forma de rebeldía. Escribe sobre el anhelo y el deseo con una honestidad que resulta casi escandalosa en unas memorias médicas. La enfermedad no borra la sensualidad, sino que la destila. Y las experiencias hospitalarias de Kureishi —ser lavado, levantado, acomodado, estirado— conforman algunas de las escenas más claras del libro. El autor se vuelve un experto en los cuidados de enfermería e incorpora todo ese nuevo lenguaje. La carga erótica y la vulnerabilidad de ser tocado por extraños complican la indignidad de la dependencia.
El cuerpo que antes le servía en silencio ahora habla, no a través del movimiento, sino a través de la negación. Se convierte en un personaje. Negocia con su columna vertebral. Negocia con sus piernas. Escucha los estados de ánimo de su sistema nervioso. Y el dolor se convierte en clima moral. Gobierna el estado de ánimo, interrumpe el significado, dicta la atención. El dolor le obliga a ver el sufrimiento de los demás con nueva agudeza. La enfermedad enseña la empatía no a través de la filosofía, sino del agotamiento.Por otro lado, el público se convierte en otro personaje inesperado. Miles de desconocidos —el equipo de atención digital— le responden. Le ofrecen historias, confesiones, palabras de ánimo. Le ayudan a construir su nuevo yo. Se trata de unas memorias en forma de diálogo, no de monólogo; un testimonio comunitario más que una reflexión solitaria. Y finalmente toda esta interacción provoca también la reconstrucción del escritor. No del intelectual público, ni del finalista del Booker, ni del provocador, sino del hombre que se despierta cada día dentro del mismo cuerpo inmóvil y utiliza la observación como andamio.La caída le quitó mucho a Kureishi. Pero les dio a él y a la literatura algo extraordinario: una nueva definición de la autobiografía, una nueva relación entre el escritor y el público, una nueva comprensión del mundo de la escritura. Las últimas palabras del libro se encuentran entre las más simples y poderosas: “Sigo aquí. Sigo escribiendo. Eso tendrá que ser suficiente”.
Fuente: telam
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