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09/11/2025

Cafetines de Buenos Aires: el adiós al Manhattan Club Grand Café, la histórica cúpula neoyorquina y un símbolo del menemismo

Fuente: telam

Desde 1995, la mítica confitería ocupa una esquina emblemática del barrio de Belgrano, en avenida Cabildo y La Pampa. Su demolición es inminente y su cierre definitivo despierta la nostalgia de los años noventa y revive debates sobre la identidad urbana, la sostenibilidad de los locales gastronómicos y el paso del tiempo en Buenos Aires

>Los vecinos de Belgrano están asistiendo a la despedida de una construcción que se volvió icónica para el barrio: la cúpula que imitaba al edificio Chrysler de Nueva York y servía de remate al Manhattan Club Grand Café. El café, como tal, abrió en diciembre de 1995 en la esquina de Avenida Cabildo y La Pampa. Fue en el mismo lugar que había ocupado la antigua Confitería Salamanca. El cambio cultural que significó la década menemista también alcanzó a la gastronomía. Hasta entonces, el café, el bar, la pizzería y el restaurante eran opciones que se diferenciaban entre sí. Pero a partir de los 90, apareció el concepto de pizza café que pasó a cubrir todas las necesidades de la clientela y a toda hora. En ese período surgieron las famosas cadenas de pizzerías café como, por ejemplo, las que llevaban de nombre a ríos de España. Aunque la esquina de Cabildo y Pampa, en el epicentro de Belgrano, ostentaba otras aspiraciones.

En una nota periodística escrita por Alfredo Sainz para el diario La Nación, el empresario dueño de la cadena con nombre de ríos expresó: “Los pizza café fueron un formato menemista surgido como una reconversión de los tradicionales bares de gallegos de las esquinas”. Si para muestra sirve un botón basta un botón, aquí les dejo la mencionada Confitería. Y concluye el gastronómico fluvial: “El modelo del pizza café hoy es insostenible desde el punto de vista de costos. No hay local que pueda soportar el gasto de personal que significa tener un cocinero, un pastelero y un pizzero, por eso la vuelta a la especialización es inevitable”. Aclaración: el artículo fue publicado en 2012, para cuando el Manhattan Club Grand Café comenzó a otear los primeros nubarrones económicos en el horizonte.

¿Y cómo era este mega café de esquina de doble altura? El diseño llevó la firma del estudio de arquitectura Kicherer & Bardach. El propio Leandro Bardach explica la propuesta en sus redes sociales: “El ingreso es por la misma esquina/ochava de la avenida Cabildo y La Pampa, un enclave comercial de gran actividad. La doble altura bañada de luz que corresponde a la barra, la cascada y la gran claraboya, es como un nuevo exterior dentro del salón. Casi todo el perímetro que limita con la vía pública está aventanado (...) Todo el Grand Café honra no sólo al New York de los 30s y 40s, sino que expresa el signo social y político que Buenos Aires vivía en los dolarizados años 90”. Y para describir la barra escribe: “La barra bajo la cascada y el techo vidriado, forma un verdadero escenario para el servicio. Como continuidad de la cocina, es activadora y dinámica en la mejor tradición de la gastronomía. El acero inoxidable performa un art deco sobrio y eficaz”. Sin más.

Con el cierre del Grand Café está confirmada la desaparición de la cúpula. La demolición del local es inminente. Lo mismo ocurrió en su momento con el Manhattan cuando reemplazó a la Salamanca. Digo. La falsa cúpula de la Chrysler tuvo un comienzo no exento de polémicas entre viejos vecinos de Belgrano. Sin embargo, luego de tres décadas, se había convertido en un punto referencial para la barriada. Recuerdo que lo mismo le pasó al Obelisco, otro icónico símbolo del Art Decó, que tuvo repetidos intentos de demolición, pero que va camino a celebrar sus primeros cien años.

Pero la comidilla del barrio sirve para desempolvar otra historia. Una capa arqueológica oculta por el progreso ocurrida en la misma esquina de Cabildo y Pampa. En verdad, el hecho sucedió en la vereda de enfrente, en la noroeste, la que en la actualidad ocupa una entidad bancaria. En ese solar, hacia mediados del siglo XIX, existió la pulpería La Blanqueada.

Hubo tres pulperías muy célebres: La Banderita quedaba en la esquina de Montes de Oca y Suárez, Barracas, fue la que más sobrevivió, hasta que cerró para siempre en 1983; otra fue La Pulpería del Caballito, desde 1821 en Rivadavia y Emilio Mitre, la única del trío que le dio nombre a un barrio; la tercera fue La Blanqueada.

Hacia 1850 La Blanqueada era un caserío modesto pintado de blanco erigido alrededor de la pulpería. El color provenía del tratamiento a base de conchillas obtenidas del yacimiento conocido como La Calera, explotado en el siglo XVIII por monjes franciscanos, cercano a las barrancas. La mina de cal era famosa porque servía de referencia como punto medio en el camino a los pagos de San Isidro. Por entonces los terrenos pertenecían al partido de Flores. En 1855 sus vecinos solicitaron al gobierno provincial que fundara un nuevo pueblo. El proyecto lo tomó el propio gobernador Valentín Alsina otorgándole al poblado el nombre de Belgrano. El primer censo poblacional de 1869 arrojó que Belgrano tenía 2760 habitantes.

Se desconoce cuándo comenzó a funcionar la Pulpería La Blanqueada. Sí existen testimonios de su existencia desde la época de Rosas. La pulpería era un claro alto de carretas en el camino. En el número 6 de la revista Buenos Aires nos cuenta, Elisa Casella de Calderón apunta que: “Las carretas que iban al norte en busca de melones, sandías, zapallos y frutas de sus montes, sobre todo duraznos, con que proveer a Buenos Aires, se detenían allí después de haber cumplido lo que daba en llamarse ‘medio día de carretas’. Esta expresión se usaba para determinar que, partiendo de Plaza Lorea en las primeras horas de la mañana, llegaban al mediodía a la actual plaza Pueyrredón en Flores, en tanto que las que iban hacia el norte empleaban el mismo tiempo para llegar a Las Blanqueadas. Ambos tramos cubrían una distancia de 9 km (unas dos leguas) cada uno”.

Cito a esta historiadora para promover el ejercicio de imaginar los tiempos rosistas cuando una pulpería sencilla, de mobiliario rústico, mostrador enrejado, caballos y carretas atadas en palenques, con paisanos refrescándose, una imagen autóctona que podrían haber pintado desde Prilidiano Pueyrredón a Florencio Molina Campos, ocupaba el cruce de caminos donde un siglo y medio más tarde se reverenció a la cultura yanqui. Por entonces, el nombre oficial de la actual Avenida Cabildo era Camino del Alto. Así se le decía a los senderos que corrían por la parte alta de las barrancas. Del mismo modo que los caminos orilleros se llamaban del Bajo.

Años más tarde, en 1870, al momento de la sucesión hereditaria, documentos de la época cuentan que la Pulpería La Blanqueada estaba compuesta por diez habitaciones de material que daban al exterior, con tirantes de quebracho, entrada por dos puertas de dos hojas cada una, una quinta a la que se accedía por un camino arbolado por 22 paraísos, con 250 durazneros y perales de buena clase, seis nísperos, cinco damascos, tres limoneros, cuatro guallabas, dos laureles, cuatro tilos, 264 varas lineales de romero y alhucema, 85 pies de parra pequeña y doce suspiros de Venus.

Reitero. Fue a partir de la pulpería, más el caserío lindante llamado Las Blanqueadas, que se consolidó un pueblo moderno y pujante, convertido en municipio autónomo y que, antes de anexarse a la Capital Federal en 1887, sirvió de sede como Capital de la Nación. Los hechos tuvieron lugar en 1880. Carlos Tejedor, a la sazón gobernador de la provincia de Buenos Aires, se alzó en armas contra el gobierno nacional. El motivo: el de siempre. El asunto de la federalización se venía discutiendo y los porteños no querían ceder sus privilegios. Ante la escalada de violencia, el presidente Nicolás Avellaneda decidió trasladar la Capital a Belgrano. Las precarias construcciones cercanas a la vieja pulpería habían sido reemplazadas por imponentes viviendas de familias acomodadas reconvertidas en refugio temporario de funcionarios públicos. Belgrano se había desarrollado.

¿Y qué fue lo que pasó con el Manhattan Club Grand Café? En principio, desde sus orígenes, la dificultad surgió por la cantidad de socios. Comenzaron siendo 30. Lo que es decir, nadie tenía demasiado para perder ni para ganar. Los puntitos siguieron repartiéndose entre proveedores. La calidad del servicio comenzó a decaer y a escatimarse el mantenimiento edilicio. Luego de la pandemia por Covid 19 se formó una cooperativa y la administración quedó en manos de los empleados que hicieron lo que pudieron con los escasos recursos. Perdimos todos. Adiós Manhattan. Bye Bye New York. Quedamos como cuando vinimos de España. En Pampa y la vía.

Fuente: telam

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