03/11/2025
El bar porteño que fue despacho de un vicepresidente y al que los clientes ruegan entrar a tomar café aunque esté cerrado
Fuente: telam
Varela Varelita abrió hace 75 años y es uno de los Bares Notables de la Ciudad. El lomito completo es su plato estrella, su administrador empezó como lavacopas y hay un candidato al Nobel que lo visita
>Hay una especie de subgénero humorístico en el que los chistes siempre empiezan así: “Entran a un bar...”. Y los que entran al bar pueden ser un español, un italiano, un húngaro y un correntino. O Sigmund Freud, Maradona, Amelita Baltar y Michael Jackson. O un dentista, un rinoceronte, un bombero voluntario y una cebra.
Esto, lo que sigue, no es un chiste. Esta es la historia de un bar porteño, el Varela Varelita, al que entra cualquiera y en el que esa parece ser una -de las más importantes- condiciones de su éxito. En este bar hay parroquianos, varones sobre todo, que vienen absolutamente todas las mañanas en busca del café de siempre, el mozo de siempre, los vecinos de mesa de siempre, el olor, el ruido, las ventanas y, a través de esas ventanas, el mundo de siempre.
Pasan de Política a Internacionales y a Deportes y a Policiales, comen una medialuna o un sandwich y se devuelven al mundo en la esquina de Scalabrini Ortiz y Parguay, donde el Varela Varelita empezó a existir hace 75 años, aunque llamándose Ricky.
Hay cuatro jubiladas, vecinas del bar, que una vez por semana juegan en una mesa al Burako. Cubren las mesas con su paño verde, una pide un café, las otras tres, un vaso de agua. Es fin de mes, no da para más consumo que ese, pero saben que nadie las va a instar a consumir más ni a que se apuren para que alguien nuevo ocupe la mesa. Esa es otra de las claves de este bar en el que el paisaje empieza a cambiar a la hora del vermú, cuando el sol baja.
A la noche, la edad promedio del Varela Varelita baja y el ticket promedio de consumo, sube. Una caja que durante el día cobra sobre todo cafés, medialunas y algunos almuerzos, a la noche cobra cervezas, tragos, cenas. Y los cobra hasta bastante más tarde que hace algunos años atrás: el bar ya no cierra a las 11 de la noche como máximo, sino que extendió su horario hasta no menos de la una de la madrugada.Cuando Javier Giménez llegó de Goya, Corrientes, donde nació, consiguió trabajo en un puesto de flores que todavía existe en la esquina de Scalabrini Ortiz, en Palermo. Esa esquina que se le iba a hacer carne. El bar en diagonal al puesto en el que se quedaba dormido mientras trabajaba de noche ya estaba ahí desde hacía décadas.
Ya se llamaba Varela Varelita, un nombre que más de un parroquiano atribuyó al que llevaba una orquesta típica de tango que brilló en los años cuarenta y cincuenta, pero que tiene una explicación mucho más sencilla. En algún momento, un español de apellido Varela compró el bar y fue autorreferencial.Giménez no había cumplido ni 20 años cuando llegó de Corrientes a Palermo a vender flores de noche. Para no dormirse (tanto) en los turnos con menos ventas, ayudaba al diariero que todavía tiene el puesto justo en la vereda que el bar tiene sobre la calle Paraguay. En ese entonces, había que armar los distintos suplementos de papel de cada diario y Javier se convirtió en una especie de mano derecha del diariero: un hombre de confianza.
“En un momento, los cinco gallegos que habían comprado el bar necesitaron a alguien más para lavar las copas, estar detrás de la barra, y el diariero me recomendó a mí, y así entré”, cuenta Giménez. Era 1991 o 1992, Javier no se acuerda bien, pero sí se acuerda qué había venido a hacer desde Goya a Buenos Aires: “Me vine a la capital a ‘hacer la América’ como dicen”, le cuenta a Infobae en una de las mesas de este bar al que él le dice “boliche” y del que, más de treinta años después de la recomendación del diariero para que se sumara como lavacopas, es uno de los dos dueños principales.“Aprendí a hacer todo. A lavar las copas, a cocinar, a organizar el trabajo, a atender a los clientes, a tratar con los proveedores, a entender los costos y los precios, a buscar por dónde se podía mejorar el funcionamiento. Todo”, dice Javier, que tiene dos ojos pero parece que tiene uno extra por cada mesa de este bar que es su casa, y uno en la cocina, y otro en la barra, y otro en la puerta por la que entran y salen clientes de los que sabe su nombre y su vida, y los dos ojos bien puestos en esta mesa, en esta conversación.“Yo creo que el secreto de que funcionemos bien es que cuidamos la calidad del producto que le ofrecemos al cliente y le cuidamos el bolsillo al mismo tiempo”. En Varela Varelita, un café con dos medialunas cuesta 5.500 pesos, una cerveza de litro se consigue desde 9.000 y viene con el tradicional triolet de papitas, palitos y maní, y el plato emblema del lugar, un sandwich de lomito completo, cuesta 13.000 pesos.
“Hay clientes que, incluso, cuando estuvimos en obra y tuvimos que cerrar, nos pidieron encarecidamente pasar y tomarse su café de siempre. Fue impresionante, es como que querían sí o sí estar acá, en su lugar de todos los días”, le cuenta Ayelén Giménez a Infobae. Es la hija de Javier, tiene 32 años y, desde hace algunos años, tiene también una parte de la sociedad del bar.
Fue una idea de su papá y del otro accionista mayoritario: cada uno de ellos dos tiene el 40% de la sociedad, y entre los dos compraron el 20% restante cuando se fue otro socio, y se las dieron en partes iguales a siete trabajadores del bar. Algunos de ellos, con más de veinte años de trabajo en el lugar. “Nos lo fueron pagando de a poco, y ahora tienen su parte”, explica Javier.“A mi viejo en chiste le decimos ‘el correntino empresario’. Pero más allá del chiste, a mí me emociona mucho ver lo que consiguió, porque vino con una mano atrás y otra adelante, y se esforzó y sigue laburando sin parar para que el bar mantenga su clientela, y la cuide, y la agrande”, se emociona Ayelén.
Acá hay escudos de Racing o de Boca o del equipo del que sea hincha el cliente, o una cámara de fotos si le gusta la fotografía, o un libro si ocupa su mesa siempre con uno para leer. Un guiño que quiere decir “acá te prestamos atención y te conocemos”.
Hay clientes que ya superaron ese estadío y se convirtieron en amigos. “Una vez por semana se juega un fútbol en el que hay clientes y trabajadores varones, y una vez por semana, un mixto. Y además acá se arman unas discusiones de mesa a mesa que terminan en cosas increíbles. Una vez se empezaron a desafiar a ver de dónde era el mejor salamín de la Argentina, y cada uno trajo de un lugar distinto. De Colonia Caroya, de Tandil, de Mercedes, de varios lados. Y se armó una especie de Mundial de Salamín a puertas cerradas, elegimos el mejor entre los clientes y nosotros y todo había empezado en esa charla de mesa a mesa”, cuenta Javier.En abril de este año, cuando Varela Varelita festejó sus primeros 75 años, la esquina (dentro del salón y en la vereda) se llenó de muchos de esos clientes que, en medio de espectáculos musicales, literarios y, claro, gastronomía, decidieron festejar el “boliche” del que se sienten parte.
No es de los que van todos los días, pero casi. Carlos “Chacho” Álvarez es uno de los clientes habituales del Varela Varelita desde hace décadas. Aunque se mudó, nunca estuvo a más tres o cuatro cuadras del bar que frecuenta desde antes de que el Frepaso, a mediados de los noventa, se convirtiera en una fuerza política con potencial electoral.Pero el ex vicepresidente, que renunció a su cargo un año y dos meses antes de que lo hiciera el entonces Presidente, no es la única figura pública que, con mayor o menor frecuencia, ocupó u ocupa una mesa en “El Varela”.
César Aira, histórico vecino del barrio de Flores, nunca fue habitué, pero sí ha frecuentado el bar con mayor o menor asiduidad. Las visitas del autor, el argentino más candidateado cada vez que se acerca la fecha de entrega del Nobel de Literatura, son para Giménez un motivo de orgullo: “Un candidato al Nobel se sienta cada tanto en nuestras mesas. ¿Cómo no nos vamos a poner anchos con eso? Es un número uno en el mundo >La crisis de 2001, como a toda la Argentina, puso al bar contra la espada y la pared. La pandemia los tuvo cerrados durante varios meses, aunque apenas pudieron empezaron a cocinar para vender a través de take away y delivery, las dos modalidades que mantuvieron a flote a miles de locales gastronómicos durante el brote de coronavirus.
Javier es el que tiene entre sus manos el timón del barco. Él fue el que, hacia 2018, decidió que el bar permaneciera abierto al menos hasta la una de la madrugada, aunque a medida que se acerca el fin de semana eso se extiende y hay noches que terminan a las cuatro o cinco de la mañana. Él fue el que decidió que, en medio de una ampliación, era importante volver a un piso en forma de damero. “Es un detalle, pero así era el boliche antes y así son los boliches históricos. Entrás y enseguida te metés en ese mundo”, dice.
El Instagram del Varela Varelita define así al boliche que abrió sus puertas en 1950, en el que un lavacopas se transformó en dueño y alma máter, y en el que los socios mayoritarios invitaron a sus trabajadores más antiguos a convertirse también en propietarios: “Administrado por sus dueños, mágico por sus clientes”.
Fuente: telam
Compartir
Comentarios
Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!



