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03/11/2025

¿Cómo un país de luchadoras por la libertad se transformó en uno de aspirantes a amas de casa?

Fuente: telam

La periodista Julia Ioffe analiza en “Motherland” la trayectoria femenina en Rusia, donde los logros educativos y profesionales coexistieron con restricciones y retrocesos, marcando un complejo proceso de cambio y resistencia

>En 1990, cuando Julia Ioffe tenía 7 años, su familia dejó una Unión Soviética en colapso para instalarse en los suburbios de Maryland. Sus nuevos compañeros nunca le permitieron olvidar que era “la rara chica rusa”, pero el desprecio, deja claro, era mutuo. Al crecer, menospreciaba a los niños estadounidenses que alardeaban de ver un musical de Broadway o de vacacionar en Florida. Su idea de diversión era ir a la ópera y leer a Pushkin.

Ioffe afirma que tales logros no eran tan excepcionales. En su libro Motherland: A Feminist History of Modern Russia, From Revolution to Autocracy, explica que sus antepasadas eran producto de un sistema y una cultura que buscaron eliminar las diferencias sociales entre mujeres y hombres con el objetivo de crear una “nueva persona soviética”: “Yo descendía de mujeres que eran doctoras, científicas e ingenieras, mujeres que no cambiaban su apellido, producto de lo que consideraba el mayor experimento feminista del mundo”.

La primera generación de jóvenes tras la revolución luchó contra la invasión nazi de la Unión Soviética; siete décadas después, Ioffe escribía sobre una clase en la Academia de la Vida de Moscú, un centro de educación femenina donde se dictaban cursos como “El arte de la coquetería de la A a la Z” y “Cómo tocar la flauta mágica: El arte de la felación”. Para Ioffe, este cambio era desconcertante. ¿Cómo un país de luchadoras por la libertad se transformó en un país de aspirantes a amas de casa?

Se había cansado de los libros centrados en los hombres en el poder, como Lenin o Jruschov. Quería narrar la “gran historia” del país a través de esposas e hijas cercanas al Kremlin y mostrar la experiencia de los ciudadanos corrientes.

El resultado es un relato cautivador, a la vez panorámico e íntimo. Ioffe presenta a Alexandra Kollontai, nacida en 1872 en una familia aristocrática antes de convertirse en revolucionaria marxista. Tras la Revolución Bolchevique de 1917, fue comisaria de bienestar social y ayudó a garantizar que las mujeres tuvieran derecho a licencia de maternidad y a la igualdad en el matrimonio y la educación superior.

Sus políticas resultaron tan atractivas que aparecieron en la propaganda soviética para promover la revolución mundial. Según un folleto, las mujeres rusas soviéticas vivían en “un país de cuento de hadas”.

Pero “Motherland” también muestra que los hombres soviéticos que controlaban el país no siempre alentaron ni mantuvieron la igualdad radical. Cuando impulsaron la llamada igualdad, muchas veces fue para castigar a las mujeres por su relación con hombres que contrariaban al Kremlin. En Kazajistán, el Campo de Akmolinsk para Esposas de Traidores a la Patria era solo un nodo en la vasta red del Gulag. Los niños nacidos en cautiverio eran enviados a orfanatos donde a veces sufrían tanto abandono que no aprendían a hablar. Una madre comparó los sonidos que hacían esos niños con “los lamentos apagados de las palomas”.

La maternidad resultó ser una constante obsesión del régimen soviético. El aborto fue legalizado, prohibido y legalizado de nuevo. Stalin introdujo un impuesto a la falta de hijos. Tras el desastre demográfico de la Segunda Guerra Mundial, la nueva superpotencia necesitaba una población en aumento. Ioffe apunta que la estrategia de desarrollo de Stalin se basó mayormente en el “enorme sacrificio humano”.

Junto a la historia oficial, Ioffe reconstruye una privada. Una bisabuela sobrevivió a un pogromo. Otra, la pediatra, fue forzada por la policía secreta a trabajar en un hospital militar durante la Segunda Guerra Mundial. Las mujeres de su familia comprenderían que los logros profesionales no significaban suspender las tareas domésticas.

Cuando la economía soviética se estancó en los años setenta y ochenta, la escasez de bienes de consumo dificultó el trabajo doméstico. Conseguir pañales desechables o lavadoras era imposible.

“Cuando decidí estudiar historia y literatura rusa en la universidad, mi padre me advirtió que nuestro país era una patria sin futuro”, recuerda Ioffe. Volvió a Estados Unidos en 2012 y ahora está convencida de que tenía razón. Explica que Putin ha recurrido a “valores tradicionales” para consolidar el control. Su conclusión es implacable. “Había surgido una nueva Rusia, bastante parecida a la anterior”, escribe. Si nota un cambio, es este: Al igual que con el breve florecimiento de la emancipación, todas las personas que amaba allá ya no están.

Fuente: telam

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