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22/10/2025

El deseo y la identidad toman protagonismo en la poesía de Florencia Dapiaggi

Fuente: telam

la publicación revela una mirada fresca sobre placer, límites y autodefinición en la literatura joven argentina

>A los 22 años, “Para mí, este libro se decantó por el cuerpo y el erotismo. Siento que cuando empecé a escribir sobre mi propio deseo como mujer y como lesbiana, tuve que derribar un montón de tabúes”, expresó Dapiaggi, abriendo el juego a una conversación donde la poesía trasciende la palabra y se transforma en acto de autoconocimiento y rebeldía.

Dueña de una sensibilidad intensa, Florencia no teme mostrarse vulnerable. En Cerezas y fuego, el deseo, la identidad y el tránsito hacia la adultez se entrelazan en un poemario con mirada contemporánea. Desde chica Dapiaggi tenia dificultades para expresar sus sentimientos, pero en la poesía encontró un lugar en donde podía refugiarse. Escrito entre los 18 y los 20 años, el nuevo poemario es resultado de un proceso de transición y cambio.

El origen de Cerezas y Fuego se remonta a los años de confinamiento, cuando Florencia, recién egresada del colegio y comenzando la universidad, volcó en la escritura sus experiencias de encierro, descubrimiento y los primeros pasos en la intensidad del centro porteño. “El primer poema, que es como un prólogo largo, tiene esta cuestión de salir de las primeras salidas después de la pandemia. La ciudad me parecía enorme”, relató.

A diferencia de su debut con Ella es mi chica solar, donde predominaba la tristeza y cierta timidez a la hora de habitar el mundo, en Cerezas y fuego aparece una voz poética marcada por la culpa, el perdón y la construcción de carácter: “Siento que el libro tiene dos partes, dos voces: una con miedo, con culpa de sentir, de ser, y otra que se va asomando de a poco, como una llama lenta que se va avivando”.

Desde las primeras páginas de Cerezas y Fuego, el cuerpo emerge como un territorio múltiple: es estética, es afecto y también política. Florencia sitúa su poesía en la exploración del deseo, el erotismo y la ruptura del tabú, iluminando una zona aún incómoda en la literatura joven argentina. “Para mí este libro tiene dos vertientes súper interesantes: una es el erotismo como placer, aprender a pasarla bien también, porque siento que a nosotras, las mujeres, eso nos lo enseñan con el tiempo”, reflexionó.

Su reivindicación del goce no es solo literaria, sino vital, e insiste en legitimar el cuerpo real y el placer propio. “No me interesa hablar de si tengo una cinturita ni ajustarme a modelos hegemónicos. Me gusta escribir sobre lo que me da placer y cómo se articulan esas sensaciones en la poesía”.

El salto ocurre cuando decide apropiarse del lenguaje: “Hubo un momento en el que me sentí muy cómoda mencionando hasta partes del cuerpo en el poema. Como, ¿por qué no puedo usar la palabra ‘pezón’? Es parte de mi cuerpo. Si no, la poesía sigue pecando de mental. Yo busqué conciliar lo físico y lo sensible en mis textos”.

La autora desafía los estereotipos y pone en jaque la mirada ajena, reconociendo las tensiones propias de una sexualidad femenina expuesta al juicio social y marcada por la vergüenza. “Muchas veces, nuestro deseo está mitad sumergido en algo súper ajeno, que es lo social, y la otra mitad cargado de vergüenza. ‘Me da vergüenza sentirme deseada, desear a otra persona. ¿Cómo me va a dar vergüenza algo que es mi novia?’”. Pero esa contradicción es resignificada: “Cuando escribo, trato que la poesía le ponga nombre y lenguaje al deseo. Es la única forma de apropiármelo”.

En su vida personal y en su escritura, su relación actual representa un punto de quiebre y aprendizaje. “Es muy lindo porque hay poemas en los que alterno entre lo que siento yo y lo que imagino que siente ella. Cuando leía en voz alta los poemas de La miel en los dedos, sentía ese ciclo del placer propio y el placer de la otra. Creo que lo mejor del amor, y de la poesía, es ese ida y vuelta donde las dos personas se encuentran de verdad”.

Así, Cerezas y fuego orbita entre la sensibilidad y la política, entre el cuerpo y la palabra, entre la confesión y el activismo. Florencia insistió: “No hay nada más sensible que el cuerpo. Yo leí muchos libros sobre esto, pero lo real es que el deseo existe cuando nombrás lo que sentís”.

Asumirse y reivindicarse es un trayecto lleno de vértigo, pero hoy Dapiaggi se reconoce en paz con su identidad. Mientras tanto, en ese proceso, los versos fueron refugio: “la poesía es como un lugar acolchonado, lindo, donde puedo decir todo lo que me pasa”, confesó.

En la intimidad del proceso creativo de Flor, la poesía se cocina como un entramado de referencias, intuiciones, rutinas y ruptura de moldes. Si bien Cerezas y fuego es profundamente personal, su arquitectura responde a una búsqueda colectiva de sentido y a las huellas de quienes la antecedieron. “Me gusta mucho que el libro tenga capítulos. Se lo robé a la narrativa y lo traje a la poesía. Pude separar el poemario en siete capítulos porque me di cuenta de que había siete emociones que se repetían mucho, siete estados que podía agarrar y ordenar”.

A la hora de pensar en lo que está por venir, Florencia Dapiaggi se muestra cauta y entusiasta a la vez. Su recorrido como autora joven no parece tener intención de encasillarse o repetirse. “Estoy probando nuevas cosas, buscando otras formas de contar, pero la poesía nunca me abandona. Yo puedo dejar de hacer un proyecto poético, pero la poesía está en mí, es mi manera de vivir y de entender el mundo”.

Fuente: telam

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