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11/10/2025

Soledad Deza: “‘Belén’ es una historia de libertad construida en desventaja, pero a propósito de la unión de un montón de esfuerzos”

Fuente: telam

La abogada feminista que defendió a la joven tucumana y logró su libertad y la anulación de la condena a ocho años de prisión por sufrir un aborto espontáneo, recuerda los detalles del caso que fue producto de la pacatería social, la ignorancia médica y la incompetencia —o falta de voluntad, de perspectiva de género o saña— judicial. Pero que también fue emblema de la lucha feminista, una que Dolores Fonzi llevó a la pantalla grande

>Si este texto fuera una crónica, probablemente las primeras palabras serían las mismas que abren el tráiler de la película: una chica de campera rosa con flores, rulos largos, voz atormentada, ante un tribunal: “Yo no parí ningún bebé”.

O podría comenzar con la potencia de los grupos de mujeres pintando banderas en distintos puntos del país, atándose pañuelos verdes a las muñecas, levantando carteles en lo que fue la primera marcha nacional organizada por la Mesa Provincial para la Libertad de Belén: representantes de diferentes organizaciones progresistas, feministas y de derechos humanos que llevaban meses trabajando y manifestándose para hacer visible la causa y exigir la anulación de la condena. Y que el 12 de agosto de 2016 lograron extenderla por Argentina. Mujeres unidas al grito de: “Todas somos Belén”. Porque, es cierto: cualquier persona con útero podría serlo.

Pero no es crónica. Es diálogo. Uno en el que Soledad Deza, en medio del furor por la película que dirige y protagoniza Dolores Fonzi —en la que se pone en su piel— recuerda cómo se enteró de lo que le sucedió a Belén; cómo se movió para sacarla. Porque saberla presa, víctima de un sistema abúlico, apoltronado en una sociedad conservadora en la que la maternidad era —¿era?— mandato obligatorio, un sistema al que le bastaron una acusación de aborto, una hemorragia y un feto supuestamente encontrado a la misma hora que nadie vio, para encerrarla, no la dejaba dormir. Un diálogo en el que también recuerda cómo en veinte semanas puso el caso de Belén en escena, lo impulsó fronteras afuera y lo resolvió. Y cómo vive hoy que su historia, llevada al cine, sea la candidata argentina en la preselección de “Mejor film internacional” en los Oscar y en el rubro de “Mejor película iberoamericana” en los Goya.

Entonces empieza de otra manera.

Empieza con una Belén presa. Empequeñecida. Una Belén que lleva 24 meses privada de su libertad “preventivamente”. A la que hicieron creer que era culpable de algo que no terminaba de decodificar, pero a esas alturas se había convencido: tenía que ser culpable de algo porque eso le habían dicho hasta el hartazgo. Porque en la prensa hegemónica que construye discursos era “la matahijos”. Porque abortar en Tucumán, en el año 2014, era un asesinato. No importaba si ella sabía o no que estaba embarazada. Si había sido una decisión o un hecho fisiológico. La ignorancia patriarcal sobre el organismo de un cuerpo que gesta descansa, encuentra aval, en el poder del mandato férreo. En el poder del relato.

Empieza con una Belén encerrada y sometida que un día recibe una visita inesperada: una abogada feminista que le dice que ella no es culpable de nada. Que es víctima. Que confíe. Que la va a sacar. Y le da un libro: Jaque a la reina. Uno que la abogada había escrito junto a otras dos colegas —Alejandra Iriarte y Mariana Álvarez—, en el que recorren, con perspectiva de género, los laberintos que atraviesan las mujeres para abortar en Tucumán, los escollos y costos para acceder a la salud. Entre las historias está la de María Magdalena —otro nombre ficticio puesto por Soledad, su primer caso de este tipo—: una joven acusada y procesada por aborto que Deza había defendido. Un precedente de Belén.

—[De ese primer encuentro] yo me acuerdo una campera rosa. Me acuerdo una Belén superculpabilizada, una Belén desolada, una persona arrasada en su subjetividad. A la vez desconfiada, con razón, por supuesto. Absolutamente descreída de ese momento en el que yo le decía: “Mirá, vos no deberías estar acá, vos sos una víctima. Esto funciona así, así, así“. Y le llevé el libro Jaque a la reina, tal y como está en la película. Charlamos mucho, mucho, mucho, nos abrazamos. Me acuerdo de que lloramos las dos, mucho. Producto de que éramos dos personas que pudiendo haber estado en la misma situación, una estaba en un lugar y la otra en el otro por razones tan accidentales como injustas. Ella tenía que preparar sus últimas palabras porque el último día de su juicio, que es cuando la imputada dice sus últimas palabras y el tribunal dicta el veredicto, iba a ser el martes siguiente [N. de la R.: tres días después de ese primer encuentro que fue un sábado]. Y fui el lunes, no me dejaron entrar, pero después la vi el día de la condena. En el interín traté de hablar con la defensora, como está ahí, en la película. La defensora llegó tarde…Y bueno, yo tomé ese día, el día de la condena, la representación de Belén. Y por qué te cuento esto, porque la vez siguiente que yo la fui a ver, después de que ella no solo escuchó de mí, sino que leyó en un libro que existía otra mujer que había pasado por lo mismo, yo ya la encontré parada de otra forma. Y me parece que eso también es parte de lo que podemos hacer cada uno, cada una desde nuestros lugares de poder mínimos: acercarle un derecho a otra persona. Por eso yo siempre enseño en la facultad que operadores del derecho no somos solamente los abogados y las abogadas. Por ahí dentro de los procesos, sí. Pero todas las personas que conocemos un derecho y se lo podemos acercar a alguien estamos operando, de alguna forma, mayor justicia.

—Fuiste a una escuela de monjas; creciste en Tucumán que, como tantas provincias del interior, suele tener una idiosincrasia de corte más conservador: ¿cómo te convertiste en abogada feminista?

—Entonces tu propia experiencia te marcó también en lo profesional.

—Y sí porque uno puede estudiar muchos temas y puede tener todos los fundamentos teóricos de la interseccionalidad, del feminismo, pero creo que, al menos en mi caso, no digo que todas las trayectorias sean iguales, esa experiencia encarnó las desigualdades estructurales, me las puso enfrente.

—Exactamente. María Magdalena, con 26 años, llega también con un dolor de estómago, no sabía que estaba embarazada. Llega con su mamá y su esposo, una madrugada, a la maternidad Nuestra Señora de las Mercedes —que es la segunda en partos de América Latina, la más importante de Tucumán—. Ella ya tenía tres chiquitos. Le diagnostican un aborto pero la acusan de habérselo provocado. Ella dice que no sabía que estaba embarazada; la médica de guardia le dice que si se moría ni flores le iban a llevar a la tumba. La legran sin anestesia. Pero a diferencia de Belén, y me parece a mí que eso también hacen las defensas, María Magdalena estuvo tres años procesada pero no estuvo presa nunca y fue absuelta en el año 2015. Ese fue mi primer caso.

—¿Y vos te enteraste de ese caso y dijiste: “Voy”? ¿Cómo supiste de María Magdalena?

—Y llevaba, en ese momento, dos años presa...

—Veinticuatro meses presa. Porque su juicio se hizo dos días antes de que venciera la preventiva. El encarcelamiento preventivo tiene un máximo de dos años. Entonces, su investigación duró un mes pero la tuvieron arrumbada ahí veintitrés meses, y le hicieron el juicio en 48 horas y la condenaron el tercer día.

—A ver, yo creo que hay varias cuestiones. Por un lado hay una gran dosis de desinformación. Estos temas deberían estar dentro de la formación de grado de todo el personal de salud, independientemente de la disciplina a la que se dediquen —porque es la Medicina, pero es el Trabajo Social, es la Enfermería, es la Salud Mental—, todas deberían ofrecer una formación en eventos obstétricos y en atención, todas las disciplinas deberían incluir capacitación sobre los derechos de los pacientes. Medicina legal se suele pensar, dentro de las profesiones, no como un campo que ve cuáles son las obligaciones del personal de salud y cuáles son los derechos de las usuarias, sino en términos forenses: ven autopsias, lesionología y demás. Así, hay una fase del ejercicio de las profesiones, que es la que junta obligaciones del personal de salud y derechos de las usuarias, que no se ve. Entonces, la ignorancia por un lado. Y por otro, también los prejuicios que históricamente han desanudado los derechos de la atención de mujeres que abortan. Al contrario de lo que ocurre con alguien que va a atenderse por una apendicitis o alguien que llega con un cuadro clínico de un abdomen agudo o un cólico, que tiene claramente derechos, la persona que aborta es sospechada desde el inicio y se la trata como una delincuente. En esa unión de ignorancia y prejuicios hay también un sesgo de género que me parece a mí que se construye dentro de las disciplinas de la salud y del derecho, porque ahí hay una cosa unida que ha marginado las experiencias de las mujeres en ambos campos disciplinares: hay una mujer y se presume que por el hecho de tener útero sabe que está embarazada, sabe cuál es la edad gestacional, sabe cuáles son los síntomas compatibles con un aborto o con un parto de manera tal de poder evitarlo. Presumen que todas las mujeres tienen el mismo acceso a bienes y servicios de forma tal de poder contar con la ayuda que permita evitar estos eventos. La presunción de inocencia, que es una garantía constitucional, desaparece para el caso de las mujeres. ¿Por qué? Por esa ignorancia y por esos prejuicios.

—Lo que no termino de comprender es por qué, si ella fue a un hospital, los médicos vieron qué es lo que sucedió en su cuerpo, aún así la inculparon de algo que era evidente que no había ocurrido. De repente se arma toda una escena para incriminarla. Esto que contás que ella va a un baño cuando empieza con la hemorragia y después encuentran —o dicen que encuentran— en otro baño del lugar un feto, que vos concluís que se lo plantan, todo suena delirante. ¿Cómo fue eso?

—¿Pero alguien lo vio? ¿efectivamente estaba o dijeron que había un feto?

—Cuando a vos te llaman por teléfono y te enterás del caso de Belén, ¿lo primero que hacés es ir a la cárcel a verla?

—Y a partir de que tomaste su defensa, ¿cómo fue? ¿Cuándo te planteaste que al margen del proceso judicial tenías que hacer algo más que ejerciera presión social y se arma la Mesa por la Libertad de Belén?

—Y ahí nace “Belén”.

—Cuando dijiste “empezamos a juntarnos todos los lunes a las seis de la tarde”, salvando distancias, se me vinieron a la cabeza las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo cuando deciden juntarse todos los jueves a la misma hora en la Plaza. Hay cosas que nos enseña la historia.

—¿Y en qué momento el caso adquiere mayor popularidad y se vuelve ícono de la lucha por los derechos de las mujeres y de la marea verde?

—¿Y ese cambio se reflejó también en la prensa hegemónica tucumana? Esos que titulaban “La matahijo”, cuando empezaron a ver todo lo que se estaba gestando, ¿cambiaron de actitud?

—¿Qué decía Belén cuando, de repente, en tus visitas sucesivas le contabas todo lo que se estaba generando? Después de veinticuatro meses encerrada, en unas semanas se había levantado todo un revuelo nacional alrededor de ella. ¿Cómo fue su reacción, su transformación?

—¿Y adentro de la cárcel eso le trajo consecuencias?

—Es fuerte escucharlo, imagino vivirlo... ¿Y cómo fue cuando te enteraste que se iba a hacer una película?

—¿Y cómo estás viviendo todo lo que está pasando con la película ahora?

Fuente: telam

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