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30/09/2025

Manuel Borja-Villel: “El museo, si no se transforma, se vuelve irrelevante”

Fuente: telam

El ex director del Museo Reina Sofía dialogó con Infobae Cultura sobre su experiencia en el espacio español, la política cultural, el neo colonialismo y el futuro, entre otros temas

>“El museo tiene que ser el espacio donde se habiliten fricciones y encuentros, incluso los que duelen”, dice el español Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía entre 2008 y 2023.

La trayectoria de Borja-Villel (1957) en la gestión cultural comenzó en 1990, cuando dirigió la Fundación Antoni Tàpies en Barcelona hasta 1998, periodo en el que organizó exposiciones de artistas como Louise Bourgeois, Brassaï, Lygia Clark, Hans Haacke y Krzysztof Wodiczko. Posteriormente, entre 1998 y 2007, estuvo al frente del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), donde continuó promoviendo muestras de figuras relevantes del arte contemporáneo, hasta su paso por el Reina Sofía y, en la actualidad, se desempeña como asesor museístico de la Generalitat de Cataluña, liderando el proyecto “Museo Habitado”, una propuesta que busca cuestionar la institución del museo tradicional y explorar alternativas para el futuro.

“La idea surgió en una serie de debates en la época de la pandemia, cuando se cerraron todos los museos”, rememora, “y pensamos que esta hiper producción de eventos tal vez se iba a terminar. Entonces nos preguntamos: ¿y si el museo en vez de visitarlo, hubiera que habitarlo?”

Para él, la clave está en la apropiación activa y comunal del espacio y sus relatos: “Habitar significa hacerse suyo el museo. Y hacerse de uno la historia tiene que ver con una serie de conceptos, entre ellos la oralidad, pero no la mera transmisión verbal, sino la posibilidad de resignificar. Por ejemplo, cuando te cuento la historia de nuestro país, vos la hacés tuya; cuando la contás a otros, vuelve a transformarse y así se va creando conocimiento colectivo”.

Esta apuesta por el saber vivo y móvil implica, ante todo, implicación y responsabilidad: “Eso quiere decir agencia: uno no es un consumidor pasivo, te tenés que implicar, cuestionando incluso la tradición de las colecciones. Las colecciones públicas, igual que las privadas, están basadas en la idea de propiedad. Pero, aunque sean públicas, igualmente terminan ocultando la mayor parte de lo que atesoran: el 95% de lo que guardan no se muestra nunca”.

Para Borja-Villel, además, resulta urgente pensar la cultura como una red de relaciones, y no como un cúmulo de objetos. “Hay que entender la cultura como relación, donde lo importante es el intervalo, lo que queda entre las opciones, más que la síntesis”.

Desde esta perspectiva, Borja-Villel impulsa una reflexión incómoda pero necesaria: “No podemos seguir hablando de inclusión solo desde lo occidental, como si fuera sumar piezas a una vitrina. Habitar es apropiarse, transformar y dejar que la historia resuene, aunque incomode. El museo tiene que ser el espacio donde se habiliten fricciones y encuentros, incluso los que duelen”.

Aterrizar la teoría en la realidad cotidiana de los museos no es un desafío menor. Borja-Villel ha experimentado de primera mano las resistencias institucionales y burocráticas que surgen cuando se intenta transformar verdaderamente el sentido de un museo. Desde su gestión en el Reina Sofía y su mirada crítica al modelo europeo, explica cómo las prácticas museísticas se ven condicionadas por estructuras administrativas, leyes, y la micropolítica interna del sector.

— Eso ha sido mi trabajo durante estos años. Hay algo que llamamos ‘entrar afuera’: un doble movimiento, uno hacia fuera y otro hacia adentro. Lo discursivo, cambiar los relatos y colaborar, a veces se logra, pero lo complejo es modificar la estructura. Los museos no solo son discursos, también son normas, leyes, micropolítica, y ahí entrás en una maraña: leyes salariales, cultura precarizada… todo está atravesado por estructuras de violencia interna.

— En España y Europa, por ejemplo, no podés contratar a nadie por más de 15.000 euros salvo que pase por concurso público si querés trabajar con artistas o académicos de manera directa. Eso te obliga a precarizar o a buscar rodeos. Hay leyes que son muy estrictas, y si te salís de ellas, podés terminar criminalizado, incluso por un simple cambio en un proyecto ya aprobado.

¿Te fue posible impulsar cambios estructurales en el Reina Sofía?

En ese sentido, ¿hasta dónde llega la autonomía de un museo público para plantear un modelo alternativo?

— Adentro de la legalidad podés hacer mucho solo si hay voluntad y complicidad política. En el Reina lo logramos porque la ministra confió y apoyó el proyecto. Cambiar en serio implica modificar estatutos, redes de colaboración y alianzas con colectivos fuera del Estado. Pero no todo depende de la dirección; necesitás al Estado y abogados dispuestos a pelear esos cambios.

— Totalmente. De lo contrario, todo queda en enunciados que nunca se traducen en prácticas reales o cambios duraderos. La transformación auténtica es política, requiere gestión, consenso, alianzas y mucha perseverancia.

— Cuando empecé, la palabra consenso en España era todo lo que detestábamos. Venía de la transición democrática, de un mito enorme. Después, consenso en la ciudad, la Barcelona olímpica, te decían que el 90% estaba de acuerdo, etcétera. Se creó una ingeniería del consenso, que es irreal.

¿Qué alternativas existen cuando la transformación institucional topa con el desinterés o la hostilidad del Estado?

¿Cuál fue tu experiencia concreta con estas redes culturales?

¿Hay temas difíciles de abordar dentro de un museo abierto?

¿Deberían los museos ser espacios de confrontación antes que de armonía?

¿La precariedad y la falta de recursos afectan de igual manera a todos los museos?

¿Qué falta para que la solidaridad cultural dependa menos del mercado y los Estados?

¿Qué rol real tiene hoy el mercado en la vida cultural y en la autoridad artística de los museos?

Desde hace un tiempo, comenzó un nuevo fenómeno de mercado más allá de las obras: la venta de los archivos de los artistas fallecidos, ¿qué desafíos o riesgos ves en ello?

¿Se puede garantizar la accesibilidad y conservación sin seguir alimentando viejas dinámicas coloniales?

Con lo que decís, pareciera que no hay lugar para resignificar el intercambio y la colaboración, más allá de la lógica de mercado

Frente a todos estos desafíos, ¿qué futuro ves para los museos?

¿Qué papel debe tener el museo en las sociedades polarizadas y atravesadas por censuras y desigualdades?

¿Y cómo debería relacionarse el museo con los contextos y las culturas locales, sobre todo en el Sur global?

¿Qué mensaje les dejarías a quienes trabajan hoy en museos o instituciones culturales?

Fuente: telam

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