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16/09/2025

Llega “Belén”, la película: ¿Se acuerdan, chicas, de cuando salíamos a la calle a pelear por nuestros derechos?

Fuente: telam

Esta semana se estrena el film de Dolores Fonzi basado en la historia de una joven tucumana que pasó casi tres años presa, luego de ser falsamente acusada de provocarse un aborto y asesinar al bebé

>La pesadilla de Belén, que no se llama Belén pero cuyo anonimato se respeta como deberían haberse respetado sus derechos, comenzó el 21 de marzo de 2014, cuando llegó a la guardia del Hospital Avellaneda, de San Miguel de Tucumán, con intensos dolores abdominales. Tenía entonces 25 años, la acompañaba su madre.

Belén había tenido un aborto espontáneo y ni siquiera sabía que estaba embarazada; se enteró en el hospital público, cuando después de las pérdidas la trasladaron a Ginecología y un médico le explicó que estaba pasando por un aborto espontáneo de un embarazo de dos meses, y que iba a practicarle un legrado, procedimiento terapéutico para terminar de raspar y extraer tejido del interior del útero.

Pero alguien, alguienes, uno solo, muchos, por ceguera ideológica, por fanatismo religioso, por conservadurismo social, decidieron/inventaron que ella misma se había provocado un aborto. Aseguraban que estaba embarazada de ocho meses. No solo las palabras de la muchacha contradecían esta certeza: el jean y la camperita ajustada que vestía Belén esa madrugada también desmentían la versión. Nadie luego, en los años del oprobio, con ella encerrada y con una multitud de mujeres pidiendo por su libertad en Tucumán y en todo el país, recordaría haberla visto en ese hospital como una mujer con panza de embarazada sino como una chica joven en estado de dolor. Joven, pobre, abandonada por el sistema y hostigada por la Justicia.

Lo que figuró luego en el expediente judicial y en las versiones populares más indignas era un supuesto feto expulsado y asesinado en el baño. Un supuesto feto a veces femenino, a veces masculino, que supuestamente ella misma habría parido y asesinado. La versión fue sumando contornos: era un feto de 32 semanas, la propia Belén había cortado el cordón umbilical y lo había matado, lo había encontrado en uno de los baños del hospital una enfermera que se dispuso a meter la mano con un guante en el inodoro.

En el quirófano, al despertarse de la anestesia por el legrado, lo primero que vio fue a un enfermero que, mientras la trataba de “hija de puta”, le mostraba lo que supuestamente era el bebé que ella había parido y asesinado y luego vio a la policía, que la llevó esposada, directo a la cárcel. Recién en 2016 y gracias a labor profesional de la abogada católica y feminista Soledad Deza (Mujeres x Mujeres), el trabajo del movimiento de mujeres, organizaciones humanitarias y la presión de la calle, Belén pudo tener un nuevo juicio y, a partir de entonces, quedar en libertad. En 2017 fue absuelta.

Mientras Belén sufría en prisión y en los tribunales, las mujeres abandonábamos el silencio y la voz baja y comenzábamos a tomar las calles para exigir nuestros derechos y el final de toda clase de violencias sobre nosotras y sobre nuestros cuerpos. El 3 de junio de 2015, multitudes de mujeres y también de hombres de todas las edades llegaron hasta las plazas del país para decir “Basta de femicidios”. Nacía #NiUnaMenos, una consigna poderosa y en línea con el Nunca Más que se acuñó luego de la última dictadura militar; un movimiento masivo que daba lugar a la conciencia colectiva de las pequeñas y grandes violencias que atravesamos las mujeres a lo largo de nuestra vida.

Desde el principio supimos que lo que buscábamos no era, o al menos no exclusivamente, una forma de desahogo colectivo de frustración. Nos proponíamos exigir acciones concretas, no solo de la política y la Justicia, sino también de otros sectores de la sociedad civil, como los medios de comunicación. Queríamos autocríticas sobre la forma en que se presentaban los casos de femicidio, a menudo centrándose en el estilo de vida de la víctima, revictimizándola una y otra vez por su forma de vestir, los hombres con los que salía o el tipo de fotos que publicaba en las redes. También en el caso Belén asistimos a esa revictimización, muchas veces por verdadera ideología y otras, simplemente, por pereza intelectual.

Ese primer #NiUnaMenos y los que siguieron fueron un llamado a la solidaridad. Había que ayudar a las mujeres víctimas de violencia doméstica a salir de esa trampa. El grito silencioso de las mujeres que sufren o han sufrido violencia de género debía escucharse no porque se tratara de una causa noble sino por algo mucho más fundamental: no se trataba de un tema de género sino de derechos humanos.

(Otro día, en otra nota, tal vez nos ocupemos de contar cómo, pese a la ley, en muchos lugares del país aún hay profesionales que se resisten y se las arreglan para obstaculizar la realización de la práctica).

Este jueves 18 de septiembre se estrena en los cines Belén, una película producida por K & S y dirigida y protagonizada por Dolores Fonzi, que reconstruye aquella historia de dolor, injusticia y lucha popular en Tucumán. Tomando como base el libro Somos Belén (Planeta), de Ana Correa, que tuvo prólogo de Margaret Atwood, Dolores escribió el guión junto con la actriz Laura Paredes, quien también actúa en en la película. Ya habían escrito juntas el guión de Blondi, la primera y celebrada película de Fonzi. Ambas confirman que juntas son dinamita a la hora de crear historias sensibles, potentes y atractivas.

Fonzi, como Soledad Deza, transmite empatía, convicción y polenta; Laura Paredes, como la socia de Deza y Julieta Cardinali, como la abogada de oficio más detestable del mundo, tienen momentos de lucimiento, así como Luis Machín y César Troncoso. Una conmovedora revelación es Camila Pláate, como Julieta/Belén, que es el rostro mismo del desamparo. Una línea especial para Sergio Prina (como el sensible marido de Deza) y Liliana Juárez, como la desesperada madre de Julieta: dos tremendos actores que protagonizaron años atrás Pero si este abanico de razones no alcanzara, creo que Belén es una película que hay que ver porque llega en un momento bisagra de la política, en la Argentina pero también en el mundo. Un momento que no pocos consideran un cambio de era para la humanidad; un tiempo de violencia retórica y de crueldad obscena y celebrada. Cuando la ola de extrema derecha tomó la posta en el terreno ideológico y comenzó a ganar elecciones en países muy diferentes entre sí, los avances en materia de derechos de las mujeres y de la comunidad LGBT+ (y también de la cultura, del arte, la ciencia, la educación y varios planos más) fueron envasados al vacío, víctimas del reduccionismo que asocia esos avances a lo que algunos descalifican como la hegemonía de la cultura woke y la política de la cancelación.

Llega Belén, la película, y verla y emocionarnos con ella nos recuerda una vez más que los derechos conseguidos no llegaron solos ni cayeron del cielo sino que los ganamos. Que hubo mucha pasión, trabajo y conciencia en aquello que se hizo durante tantos años con la palabra, con las acciones y con la presencia multitudinaria en la calle. Que nadie regaló nada. No parece fácil que puedan convencernos de que estuvo mal, que fue un error o que fue discriminatorio para con los hombres exigir leyes que amparen a las mujeres de toda clase de violencia.

¿Qué clase de delirio sería ése?

Fuente: telam

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