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12/09/2025

Masacre de Rosario: la bomba de Montoneros que asesinó a nueve policías y a un matrimonio tras un partido de fútbol

Fuente: telam

Fue el 12 de septiembre de 1976. El atentado ostenta el triste récord de haber sido el más sangriento ocurrido en Santa Fe. El testimonio de la joven que sobrevivió a la explosión y vio morir a sus padres

>Silvina no conoció a su papá Carlos. El brutal atentado en el que murió junto a ocho de sus jóvenes compañeros policías le haría vivir lo peor de su vida. Su mamá no la quiso tener, la dio en adopción días después del hecho y ella, criatura inocente, estuvo deambulando entre una abuela de familia numerosa que le era imposible criarla, con una tía en Rosario y con familiares con los que sintió el destrato y el desamor.

Silvina explicó a Infobae que, tal vez por eso, su vida fue solitaria, que siempre le costó tener vínculos con la gente. Todo por el infierno que se abrió frente a ella esa tarde de domingo.

Ese 12 de septiembre de 1976 comenzaba una nueva edición del campeonato nacional, que se disputaría en dos rondas. En esa primera fecha Rosario Central, dirigido por Alfio Basile, recibía a Unión de Santa Fe. El local se impondría con dos goles de Patota Potente, mientras que Víctor Trossero, extremo derecho, había puesto el empate transitorio para la visita, en el que haría su debut el arquero Nery Pumpido, un santafesino de 19 años.

La Guardia de Infantería de la Policía se ocuparía del orden, y los policías estaban entusiasmados, porque era un medio de hacerse de unos pesos, aunque para otros el dinero era lo de menos, porque ir representaba el sueño de ver jugar a Rosario Central desde el campo de juego, ya que varios eran simpatizantes del equipo. Ese era el caso de Carlos González, que hacía un año que había ingresado a la policía, y que era el efectivo más joven que esa tarde cumpliría con el adicional.

Al terminar el encuentro, la treintena de policías subieron al micro Mercedes Benz, manejado por el suboficial Eduardo Ferrero, para regresar al cuartel. Cuando transitaban por la calle Junín, el vehículo sufrió el reventón de un neumático y el chofer hizo malabares para no terminar en un pozo en el pavimento.

En el cruce con la calle Rawson, una potente bomba con metales, clavos y bulones, impregnados de materia fecal, oculta en un Citroën 2CV rojo, fue hecha estallar a control remoto justo cuando el ómnibus pasaba a su lado.

Carlos Galeazzo, que reparaba su moto en vereda, fue herido, así como un niño que viajaba en un taxi delante del micro. Los impactantes daños causados en los frentes de las casas brindaron una magnitud del atentado, que se lo adjudicaría la agrupación terrorista Montoneros.

Oscar Walter Ledesma era un cordobés de 56 años radicado desde hacía mucho en Rosario, donde había conocido a su esposa Irene Dib, una santiagueña de entonces 42. Viajaban en un Renault 12 y el asiento de atrás iba acostada su hija Andrea, de 10. Era fotógrafo social y tenía un negocio de óptica, como reseña Manfroni y Villarruel en el libro “Los otros muertos”.

Cuando se acalló el sonido de la detonación, la criatura sintió que tenía sangre en el rostro y tocó a sus padres, que no se movían. Se bajó y se sentó sobre la falda de su mamá. Como ella no reaccionaba, descendió y alguien la acercó a una casa, donde le limpiaron la frente, le pusieron hielo y la llevaron a un centro asistencial donde la recogieron familiares. No había tomado conciencia que sus padres estaban muertos.

El primero en llegar a la escena fue el policía Juan Ibarra, quien en su patrullero subió a algunas de las víctimas y las llevó al hospital.

Los heridos fueron trasladados al Hospital Central, al Italiano, al Español, a la Mutual Policial y a un sanatorio privado. El conductor Ferrero, malherido de la cadera, fue llevado en un auto a la Asistencia Pública. Sufrió varias operaciones y perdió la movilidad de una de sus piernas y en el rostro le quedaron cicatrices. Otros policías sufrirían problemas de audición por el impacto de las esquirlas en sus cascos.

Fueron velados en el Salón Blanco de la jefatura de policía de Rosario y sepultados en el cementerio local.

En 2011 un grupo de familiares lograron que se reabriese la investigación. La causa cayó en el juzgado federal número 4 a cargo de Marcelo Bailaque, pero en mayo de 2020, el fiscal federal de Rosario Javier Arzubi Calvo pidió la prescripción de la causa, porque el hecho no configuraba un delito de lesa humanidad.

A Andrea, que le quedaría una cicatriz en su frente y una esquirla que no pudieron quitar, vivió seis años con una abuela que seis años después murió de cáncer, y fue a vivir con unos tíos. Perdió el negocio de su papá y se habían robado sus implementos de trabajo.

Cuando se abrió el Museo de la Memoria, hizo gestiones ante la Secretaría de Derechos Humanos para que se exhibiera una foto de sus padres, pero le respondieron que su caso no reunía las condiciones.

De chica era de carácter rebelde y eran constantes sus abandonos del hogar de la abuela materna. Vio en el casamiento una forma de cortar los lazos, pero a los seis años se separó. Tiene un hijo, Lucas Emanuel –“dos nombres bíblicos” destaca– que ya tiene 31 años y está en la Prefectura.

En los actos conmemorativos, que se hacen los 12 de septiembre a la hora del atentado en la esquina de Junín y Rawson donde hay un monumento, Silvina se encontraba con López, quien había cambiado el turno con su papá. El hombre le pedía perdón llorando, porque por ese cambiazo ella había perdido a su papá, pero ella siempre le respondió que así era el destino. López, chaqueño, murió durante la pandemia.

Ella se gana la vida como profesora de patín y vive en Fray Luis Beltrán, que forma parte del Gran Rosario. En noviembre cumple los 50 años y hoy viernes estará presente en el acto, programado para las cuatro de la tarde en la esquina en cuestión.

Gauna explicó que hace cerca de 12 años que se organiza el acto, pero desde el regreso de la democracia fue un hecho ignorado y soslayado por el poder político y policial.

Fuente: telam

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