Sábado 6 de Septiembre de 2025

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05/09/2025

Qué leer esta semana: el libro de la vieja, secretos de Fangio y una “espía” en la Unión Soviética

Fuente: telam

Novela, biografía, la crónica personal de una investigación en Moscú. Todos están también en formato digital

>Qué leí, qué me llegó, qué quiero leer. De eso se trata esta columna. Libros de los que ya puedo opinar y otros que me atraen y aquí cuento por qué.

Después, de Fangio, una biografía del corredor que no esquivó la polémica. El periodista Pablo Morosi hizo unas cien entrevista y llegó a lugares incómodos.

Vamos a ellos:

“La única persona que no me agobia es Blanca”, dice la protagonista de Ruth, la novela de Adriana Riva. La protagonista es médica, es judía y tiene 82 años. Blanca es la señora de la limpieza.

Ruth vive sola, tiene dos hijos de los que habla con un poquitín de desprecio, tiene una amiga con la que habla por Whatsapp y que es, se diría, la persona a la que le abre su corazón. Tiene recuerdo del que fue su marido y que ya murió: nunca lo critica pero vamos viendo, suavemente, todo lo que él le impuso, todo lo que ella no hizo porque a él no le gusta, no quería, no elegía. Lo deja caer, para quien pueda levantarlo. Mientras, ella lo recuerda como algo más trascendental: > Ruth está viva, muy viva, tiene un sentido del humor filoso y una crítica a lo que ve en el presente que, por momentos, recuerda al protagonista de Los vientos, ese cuento donde Mario Vargas Llosa colocó un alter ego. (El cuerpo, sus dolores, sus limitaciones, las caídas, son tema cotidiano con Fanny, su amiga. “Me duelen ocho partes del cuerpo: la uña del dedo índice derecho, la mandíbula, la cabeza, las cervicales, las dos rodillas, los dos pies”, dice, en una enumeración que no deja de dar algo de risa.

También se ocupa del difícil vínculo de ella y sus contemporáneas con sus hijos, que a veces deciden por ellas hasta las cosas más íntimas: “¿Cómo es posible creer que uno cuida de una madre cuando piensa en su madre como un problema? ¿Y con qué derecho se viste con un camisón a las 18 h a una persona que vive sola y a la que le cuesta dormir? Una cosa es elegir vivir en camisón y otra muy distinta es que alguien te imponga uno“.

Ruth tiene 82 años, tiene todas las pruebas y señales de que tiene 82 años pero, como nos pasa a todos los que nos vamos poniendo grandes, no lo puede creer. “Después de cierta edad, somos inmigrantes en el tiempo”, reflexiona. Una delicia, pura delicia.

En Fangio, el periodista Pablo Morosireconstruye la vida del Chueco desde su niñez y juventud en Balcarce, sus primeras carreras y el nacimiento del Equipo Argentino, hasta su consagración internacional, su retiro y el papel como presidente de Mercedes-Benz Argentina.

Tanto trabajo llegó, incluso, al peculiar secuestro en Cuba, que marcó uno de los episodios menos conocidos en la vida de Juan Manuel Fangio. También a su actitud pragmática frente al poder: tuvo tratos con los gobiernos conservadores durante su etapa en Balcarce, se mantuvo cercano a Juan Domingo Perón y a Evita durante el auge del peronismo, apoyó públicamente a la Junta Militar encabezada por Jorge Rafael Videla y, posteriormente, expresó simpatía hacia Carlos Saúl Menem.

Además de su perfil político, también fue conocido por mantener relaciones con numerosas mujeres y por la existencia de hijos que nunca reconoció.

En 1966, un grupo de estudiantes británicos y una australiana, Sheila Fitzpatrick, recibieron una advertencia en el sótano del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino Unido antes de partir hacia la Unión Soviética: “todos los rusos son espías y ustedes serán vistos igual”, según relata la autora en un artículo publicado en la London Review of Books. El ambiente de la Guerra Fría marcó la experiencia, con instrucciones estrictas para evitar cualquier contacto comprometedor y reportar cualquier incidente a la embajada.

La obsesión por el espionaje impregnaba la vida cotidiana en Moscú. Fitzpatrick recuerda que la pregunta “¿crees que X es un espía?” era habitual entre los estudiantes, y que incluso los soviéticos la interrogaban directamente: “¿Eres una espía?”. La definición de espionaje era difusa; para las autoridades soviéticas, cualquier extranjero que buscara información sensible podía ser considerado sospechoso. Los estudiantes, además, debían entregar un informe detallado al British Council al finalizar su estancia, lo que alimentaba la incertidumbre sobre su propio papel.

El acceso a los archivos soviéticos representó uno de los mayores desafíos. Fitzpatrick relata la dificultad para obtener permisos, la vigilancia constante y la falta de catálogos accesibles para extranjeros. Solo tras una intervención emocional ante el director de un archivo, logró que le concedieran acceso a nuevos materiales: seguían siendo considerados secretos de Estado.

Durante su estancia, Fitzpatrick fue objeto de una denuncia pública en el diario Sovetskaia Rossiia, donde se la acusó de ser una “falsificadora burguesa” cuyo trabajo buscaba desacreditar al socialismo. El artículo, firmado por V. Golant, la vinculaba a actividades de espionaje. Sin embargo, un error en la identificación de su nombre permitió que su verdadera identidad pasara inadvertida para las autoridades.

Fuente: telam

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