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24/08/2025

María Negroni: “Yo no le pido a la literatura que me entetenga”

Fuente: telam

Charla con la celebrada escritora argentina a propósito de “Colección permanente”, su nuevo libro, en el que consolida un recorrido por los pliegues de la escritura y la lectura a través del cruce entre el ensayo, la autobiografía, la biografía y la entrevista apócrifa

>María Negroni escribe y hace tiempo que enseña a escribir, pero antes enseña a leer y a distinguir lecturas que ofrecen mucho más que una historia o una anécdota: lo que enseña María es a buscar un lenguaje, una forma de contar, una singularidad allí donde, asegura, no existe una página en blanco porque “todo ya ha sido escrito”.

Poeta, ensayista, narradora, docente, María Negroni nació en Rosario y vivió muchos años en Nueva York. Es autora de libros como Elegía a Joseph Cornell, Islandia, Objeto Satie, El sueño de Úrsula, La anunciación, Archivo Dickinson, Pequeño mundo ilustrado, El corazón del daño (un libro que la hizo llegar a nuevos públicos y que tuvo una celebrada versión teatral dirigida por Alejandro Tantanian y protagonizada por Marilú Marini) y Cartas extraordinarias.

María Negroni tiene un doctorado en literatura latinoamericana por la Universidad de Columbia y es la creadora y directora de la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF). Recientemente Random House publicó Colección permanente, su nuevo libro, en el que una vez más cruza de manera singular el ensayo con la autobiografía y la biografía y suma la entrevista apócrifa como género para consolidar un recorrido por los pliegues de la escritura y la lectura.

— Cuando se habla de géneros o de formas narrativas, cuando se habla de escribir bien o mal, hay un concepto que repetís y es el de que, como lectora, leés y te interesan las escrituras. Podríamos empezar por ahí. ¿Qué significa exactamente leer “escrituras”?

— A ver, es interesante porque podemos empezar por el revés, lo contrario de eso. Mucha gente te dice “Sí, ese libro me resulta muy entretenido”. Y yo digo: bueno, yo no le pido a la literatura que me entretenga. De hecho, los libros entretenidos me aburren profundamente. Lo que me seduce en un libro es eso, la escritura. ¿Y qué es la escritura? Porque esa sería la pregunta.

— La escritura es un corrimiento de la anécdota o del tema o de la trama a una especie de incursión al instrumento mismo, que es el lenguaje. Entonces, en algunos libros hay escritura; en otros, no. ¿Sabés quién hablaba de esto?, Marguerite Duras. Ella decía: hay libros que no tienen autor. Autor o autora, ¿no? Que son libros donde no pasa nada a nivel del lenguaje. No hay un temperamento que se tensa de una determinada manera. Ella decía que en realidad existe una subliteratura, la descalificaba absolutamente. O sea que en las mesas de las librerías hay muchos libros que se venden como literatura pero que no lo son: son entretenimientos. Lo que pasa es que para entretenerme, no sé, prefiero otra cosa.

— Estaríamos hablando de literatura/entretenimiento versus literatura/arte. Sería así.

— Y estamos hablando del lenguaje.

— El lenguaje además es una cosa impresionante. El lenguaje es como el mundo. Ya lo decía Wittgenstein, ¿no? La amplitud de mi lenguaje es la amplitud de mi mundo. Entonces, viene muy al caso con lo que está pasando ahora con el lenguaje, que hay una degradación tremenda, a todo nivel. Entonces es como que todo se aplana, los significados se calcifican. No hay espacio para la incertidumbre del sentido, para las dudas, la ambivalencia, la ambigüedad.

— Elegante, sí. Elegante. Digna..

— Exacto. Ahora, en Colección permanente hay mucha reflexión acerca de todas estas cosas. Hay mucha cita, mucha paráfrasis. Sos más de reescribir lo que dijeron otros. Eso forma parte de tu estilo, o de tu género, diría, ¿no?

— En tu libro anterior, Cartas extraordinarias, utilizabas frases, conceptos, ideas de autores en forma de cartas; que es el mismo trabajo, en un punto. Esto me hace pensar en las formas del lenguaje y en la pregunta acerca de qué es un autor. Tal vez es alguien que hace crujir o implosionar el lenguaje. Con lo cual, termina teniendo un lenguaje propio.

— Exacto. Pero con una salvedad, diría, un agregado. Que vos decís que yo parafraseo, lo que sea, la literatura se hace con la literatura. O sea que eso de la página vacía es falso. La página está siempre llena porque todo lo que nosotros pensamos, sentimos, odiamos, etcétera, etcétera, todo ya ha sido pensado, odiado, amado, ¿entendés? O sea, ya se ha escrito. Lo han escrito desde Gilgamesh para acá. Lo que quieras. Entonces, uno no escribe desde la nada.

— Ni siquiera la experiencia es absolutamente propia, es humana. O sea, de la condición humana que nos toca, nos ha tocado desde siglos y siglos, que vienen de atrás.

— Construcción. Entonces, estás trabajando con un material que ya ha sido mil veces manipulado, armado, construido, destruido, reconstruido. Y vos tenés que armarte como un caminito ahí por donde, dos cosas, uno es ir más abajo de vos misma, o sea, como yo digo: el descenso es fundamental. El descenso que hacían los héroes épicos y que todavía hacemos cuando escribimos, que es la desnudez, y después de la desnudez, ir más abajo a ver qué hay. O sea, uno escribe con ese material, que es como un material volcánico que está ahí pero al que no siempre uno accede porque, además, da mucho miedo, ¿no? Entonces, por un lado, eso de bajar. Y, por otro lado, incorporar a todas esas maravillas, porque para mí es una alegría enorme encontrar las voces, las sensibilidades afines.

— Claro, encontrar a alguien que se ha emocionado con lo mismo, que se sintió perturbado por lo mismo. El otro día estaba leyendo un libro que todavía no salió, en donde están compiladas las entrevistas que le hicieron a Néstor Sánchez, que está por publicar su hijo. La investigación es de Federico Barea, un amigo.

— Sí, un autor que a mí me encanta. Y en un momento el tipo dice: “Detesto las novelas que se pueden contar por teléfono”. Y yo digo: bueno, qué claridad. Como que en realidad la literatura no pasa por ahí. No pasa por la historia.

— Y, sí. A ver, la infancia tiene que ver con la imaginación, que es un derecho al que hemos renunciado. Como que parecería que no hay espacio... La imaginación es un territorio maravilloso, de muchísima libertad. Entonces, yo creo que hay algo que perdemos al volvernos, o quizás habría que decir al quedarnos, adultos. Porque la adultez no es algo en lo que uno se vuelve como que crece: uno decrece en la adultez. Se queda adulto. Entonces, a mí me parece que hay algo que perdemos ahí y que el arte es para los adultos un poco el equivalente del juego en la infancia. Es un juego complejo ¿no? Un juego peligroso muchas veces; un juego difícil, contradictorio, complejo. Pero, al fin y al cabo, es un juego que produce mucho placer a cualquier persona que crea.

— Claro, total. Exacto.

— No, no, es fascinante. No tengo claridad sobre el tema pero sí podría decir que es interesante, vos usaste la palabra insumo. Entonces todo eso lo tiene, lo que le falta, porque yo te decía ahí, te hablaba del descenso y te hablaba de buscar la fisura adentro de esos insumos. Yo creo que eso todavía la inteligencia artificial no lo hace. No sé si lo hará.

— Pero es que es cierto que uno tiene que encontrar ese lugar que te permita pasar a algo nuevo. O sea, el arte y la belleza tienen que ver con el asombro. Cuando yo digo algo o escribo algo o alguien pinta algo que me sorprende, ése sería el indicador de que hay belleza ahí. La belleza es eso, es la ruptura de lo esperado.

— Una vez le pregunté a Burucúa qué era la belleza y pensó un momento y me dijo: la belleza es un resplandor.

— Cuando escribís, ¿te leés y decís: no, esto es sentido común o esto “es demasiado” y te corregís?

— ¿”Me van a entender”?

— ¿Te preocupa eso?

— Mencionaste a Sarlo, el título de su último libro, — Claro, claro. Sí, no me preocupa mucho pero sí me lo han dicho: “qué difícil escribís”. Bueno, no sé, no para mí. Yo me entiendo, digamos. Y además, claro, por ejemplo, más que sobre mí, que no importa, por ejemplo, ahora estoy leyendo un libro de un filósofo, un tipo muy erudito, un vasco que se llama Ramón Andrés. Y ha escrito muchísimos libros, entre ellos uno que se llama Pensar y no caer. Y vos lo leés y es muy difícil, lo tengo casi que estudiar. Ahora, a mí ese libro no me aburre en absoluto.

— Me desafía, digo: ah, este hombre. Y de repente me encuentro con esos resplandores… Una cosa laboriosa porque mezcla la matemática con la filosofía. Es complicado, pero esos momentos a mí me hacen el libro.

— Puede ser. Y además también están las entrevistas, que son como, creo yo, los momentos de humor, ¿no? Porque ahí es como que les hago decir a los otros cosas que obviamente pienso yo.

— Obvio.

— Es una forma de la biografía pero digamos que me meto con Huidobro. Por ejemplo, yo sé que a Huidobro no le interesaba Neruda pero hago que le pregunten qué cosas no le gustan, y él dice: los chihuahuas, las artesanías, Neruda, no necesariamente en ese orden. Entonces ahí me divierto mucho, también.

— No, no se terminan. Yo creo que, en primer lugar, las obsesiones no son muchas en cualquier escritor o escritora. Hay como una especie de gama, se cuentan con los dedos de una mano. Y a mí me parece que uno con el tiempo, con la experiencia, con la escritura misma, va a haciendo no un círculo, o sea, no volves a la obsesión en el mismo lugar, sino que vas haciendo una especie de espiral que va más arriba o más abajo pero encontrás la obsesión en otra tonalidad. Como si fuera el teclado del piano, la obsesión vuelve en otra tonalidad. Pero las obsesiones me parece que son siempre las mismas, que se van quizás suavizando, se les baja el un poco. A veces llevan la delantera, otras veces juegan atrás…

— Exacto. Exacto.

— Ay, sí, claro. Divino ese libro.

— Absolutamente, sí. Y Saer está medio como olvidado en este momento, viste.

— Exacto. Y algo que también yo menciono en el libro acerca de la obligación de lo actual.

— Bueno, es muy interesante cuando hablás de cómo el mercado termina absorbiendo los márgenes. Cómo algo que arranca en los márgenes es capturado rápidamente por el mercado… Y das como ejemplo la literatura escrita por mujeres y los temas de mujeres en los últimos años. Me interesa eso.

— Ahora, en relación a los temas de género hay en realidad un backlash contra todo aquello de los últimos años.

— Porque en todo caso se sigue publicando lo que se produjo.

— Bueno, pero si mirás lo que está pasando en general en términos políticos, sociales y culturales, eso va a llegar también.

— No, también al gusto.

— Sí. Y lo que estás diciendo también tiene que ver con el tema, con qué contás. Porque lo relevante es cómo lo contás, ¿no? Todos los temas valen de acuerdo a cómo son narrados. Todos podemos tener montones de historias para contar.

— No toda la pintura. No toda la música hecha por mujeres.

— Pero toda la vida hubo mucho de todo eso, la gran mayoría de lo que se producía se mantenía oculto.

— Hay dos hombres de los que quiero hablar con vos.

— Uno es Juan Gelman y otro es la figura del “querido maestro” que aparece en tu libro. Sobre Gelman contás algo muy interesante acerca de cómo lo conociste, cómo incluso se hospedó en tu casa, cómo se siguieron hablando, cómo te llamaba de pronto cuando estaba en Nueva York para leerte algo o para pedirte cierta bibliografía porque no la tenía encima. Tuve la suerte de conocerlo y de entrevistarlo y me gusta eso que contás de que era alguien que hacía reír a tus chicos. La verdad, era una persona encantadora, además de una bestia como poeta.

— Era una gran persona. Por eso, empecemos por Juan.

— Qué bien.

— Hospedar en tu casa...

— Toda esa intimidad de la escritura, además, ¿no? Un poema que acababa de escribir.

— Y con su historia personal, además. Su hijo y su nuera desaparecidos por la dictadura, ella embarazada. La recuperación de los restos de su hijo, luego el encuentro en Uruguay con su nieta Macarena, nacida en cautiverio.

Fuente: telam

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