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23/08/2025

Secuestrado, torturado y asesinado: la desaparición forzada de Felipe Vallese, el caso que anticipó el plan sistemático de la dictadura

Fuente: telam

El 23 de agosto de 1962, poco antes de la medianoche, un joven militante de la Juventud Peronista fue secuestrado en Buenos Aires por un grupo de policías y nunca volvió a aparecer. La investigación del periodista Pedro Barraza que pudo reconstruir su calvario, desde la captura hasta la muerte en la tortura, y permitió condenar a los perpetradores, aunque solo por el secuestro porque el cuerpo de Vallese nunca fue encontrado

>Los lectores que compraron el diario El Mundo la mañana del sábado 25 de agosto de 1962 se enteraron – porque en esa época el precio del dólar no era importante – que la moneda estadounidense había cerrado a 125,50 en el Banco Nación después de una caída de más de tres pesos durante la jornada del viernes. También supieron que los jefes de las tres Fuerzas Armadas se habían reunido para buscar una “salida constitucional estable” al gobierno provisional que encabezaba José María Guido, un simulacro de democracia instalado en el país después del golpe de Estado que había derrocado al presidente Arturo Frondizi casi cinco meses antes. Quienes se adentraron en las páginas del diario se toparon, también, con una noticia extraña. Se trataba de una crónica sugestivamente titulada “Como en Chicago” y que se refería a un suceso ocurrido dos días antes, la noche del miércoles 23. Tanto el título – que aludía una ciudad norteamericana signada por la violencia mafiosa –, como el comienzo del texto, “Rarísimo suceso”, dejaban en claro que se trataba de algo no habitual, que causaba extrañeza.

Se trataba, efectivamente, de algo raro. En la Argentina de principios de los ‘60 esas cosas no pasaban. Había secuestros, claro, pero las víctimas eran personas adineradas por las que rápidamente los delincuentes pedían rescate. No era este el caso. Más abajo, el texto relataba que varios vecinos, alarmados por los pedidos de ayuda del hombre, salieron a la calle, pero que debieron retroceder cuando un sujeto que empuñaba una pistola.45 les gritó: “Esto no es para ustedes. Píquenselas si no quieren ligarla”. Los vecinos volvieron a meterse en sus casas y varios llamaron a la policía.

Al día siguiente, el cronista de El Mundo se acercó a la comisaría correspondiente al barrio, la 50, y preguntó. La respuesta contradijo a los vecinos. “No sabemos nada, es la primera noticia que tenemos”, le respondió el oficial de guardia. Que la policía no supiera – o dijera no saber – nada era más extraño aún. Para entonces ya se sabía que el secuestrado se llamaba Felipe Vallese, un joven de 22 años que distaba de ser adinerado, y era delegado gremial en la fábrica metalúrgica TEA y militante de la Juventud Peronista. Pertenecía a lo que se conocía como “la Resistencia Peronista”. Los argentinos de la época sabían de la violencia política, estaban aún frescos los antecedentes del bombardeo a la Plaza de Mayo en junio de 1955 – aunque poco se hablaba de él – y de los fusilamientos clandestinos en un basural de José León Suárez un año más tarde. Tampoco la detención de un delegado o de un militante político no era un hecho extraño en 1962, pero que no apareciera, sí lo era. Por esos años, la siniestra figura del detenido – desaparecido todavía no se había acuñado con sangre. Y Felipe Vallese había desaparecido para nunca más aparecer.

Quienes militaban en la Juventud Peronista con Vallese supieron desde un primer momento que había sido secuestrado por fuerzas policiales. Casi simultáneamente a su desaparición, en otros operativos la Policía de la Provincia de Buenos Aires detuvo también al hermano mayor de Felipe, Ítalo, y a los militantes peronistas Osvaldo Abdala, Francisco Sánchez, Elba de la Peña, Rosa Salas, Mercedes Cerviño de Adaro y a tres niños de entre 3 y 10 años que están con ellos. Pero todos ellos aparecieron, luego de ser interrogados y torturados. En cambio, Felipe Vallese no.

Más tarde, el periplo de Felipe Vallese desde el momento de su secuestro hasta su muerte fue reconstruido por una minuciosa investigación del periodista Pedro Leopoldo Barraza, a quien sus colegas apodaban “El Tarta”, por su tartamudez. De la misma manera obsesiva y minuciosa que Rodolfo Walsh había investigado los fusilamientos del 9 de junio de 1956 en el basural de José León Suárez, Barraza buscó descubrir la suerte corrida por Vallese y sacarla a la luz. La investigación fue publicada en ocho notas, primero en el periódico 18 de Marzo y después en el semanario Compañero. Allí “El Tarta” desnudó una serie de encubrimientos judiciales y policiales para ocultar que Vallese había muerto en una sesión de torturas y que su cadáver fue desaparecido.

El periodista descubrió que a Felipe Vallese lo venían vigilando desde días antes de su secuestro y reconstruyó a través de varios testimonios la presencia de autos sospechosos que rondaban la zona donde finalmente lo “levantaron”, exactamente después de que otro vehículo hiciera señas de luces, “marcándolo” a la camioneta dentro de la cual lo metieron a rastras y se lo llevaron. La investigación estableció que lo hirieron en la cabeza en el momento del secuestro y que llegó en mal estado a la Comisaría 1ª de San Martín, donde fue torturado por un oficial llamado Juan Fiorillo, cuyo nombre trascenderá muchos años después por su participación en crímenes de lesa humanidad. Allí le preguntaron por primera vez por Alberto Rearte.

Cuando fue liberado, el preso común a quien Vallese le dio su nombre avisó a la UOM, y el abogado del sindicato, Fernando Torres, realizó la denuncia y le pidió al juez federal de San Martín que ordenara el allanamiento de la subcomisaría de Villa Lynch. En una evidente complicidad con el encubrimiento, el magistrado se negó a allanar la repartición policial y simplemente le pidió informes al comisario, que le respondió que allí no tenían detenida a ninguna de las personas que buscan. También pidió informes a la Federal – porque Felipe Vallese había sido secuestrado en la Capital - y le contestaron con una negativa. Hasta allí llegó la “investigación” judicial.

Para entonces los compañeros del militante secuestrado habían iniciado una fuerte campaña reclamando su libertad. A consecuencia de ella, el 3 de septiembre, la Bonaerense reconoció en un comunicado que tenía detenido a un grupo de personas en José Ingenieros por los delitos de portación de armas y tenencia de panfletos. En la lista figuraban todos menos Felipe Vallese. No podían incluirlo porque ya estaba muerto.

En las ocho entregas de su investigación, tituladas “El infierno de Felipe Vallese”, Barraza – que por entonces tenía 22 años, igual que el desaparecido – pudo reconstruir la captura, la inteligencia previa, los lugares donde estuvo detenido, por quiénes fue torturado y el nombre del médico que controló las sesiones de picana. Además, publicó decenas de nombres de perpetradores, cómplices y encubridores de su muerte. “Se estaba demostrando que en nuestro país un hombre puede desaparecer, puede conocerse a sus secuestradores, con nombres y apellidos, y no pasar absolutamente nada”, escribió en la edición de Compañero del 5 de julio de 1963.

Pedro Leopoldo Barraza y su compañero Carlos Laham fueron asesinados por la Triple A el 13 de octubre de 1974. Sus cuerpos fueron encontrados maniatados, con tela adhesiva tapándoles los ojos, en un baldío de Villa Soldati. “El Tarta” recibió 25 impactos de bala. Fiorillo – que por entonces lideraba una patota de la Triple A - nunca le perdonó que lo expusiera en la investigación sobre la desaparición de Vallese. José López Rega – creador e ideólogo de la banda parapolicial – lo tenía “marcado” por otro motivo: haber sido el primero en apodarlo “El Brujo” en una reseña periodística de su delirante libro “Astrología Esotérica”.

Fuente: telam

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