22/08/2025
El crudo recuerdo de la familia que sobrevivió a la inundación en el techo de su casa en Bahía Blanca: “Todavía hay partes con agua”

Fuente: telam
En marzo, Dina Caporossi y su familia escaparon de la inundación trepando al techo con una carpa. La historia de una noche que lo cambió todo, la ayuda que llegó de los vecinos y un proyecto de ley que busca evitar que vuelva a pasar
>Aún con un nudo en la garganta, Dina Estela Caporossi revive el tiempo en que su familia se resguardó adentro de una carpa, armada de apuro en el techo de su casa, mientras caía la tormenta que el 7 de marzo azotó a Bahía Blanca. El agua, primero, les tapó los tobillos; al rato, un desprendimiento de pared hizo que les llegara a la cintura. Estaban inundados.
La familia vive a media cuadra del canal Maldonado y aunque había alerta naranja por tormentas para ese día, ya estaban acostumbrados a que esas advertencias no pasaran a mayores. Pero esa mañana, a modo de prevención, nadie salió ni a la escuela ni al trabajo. “Pero nadie pensó que las cosas llegaran a ser extremas”, cuenta.
Todo empezó con una alerta naranja que parecía no ser diferente a otras. Ya había pasado antes: tormentas intensas, calles anegadas, quedarse en casa por precaución. Dina y Diego estaban con sus tres hijos —Ciro, Galo y Vito— y se acostaron como cualquier otra noche. “Nunca pensamos que nos íbamos a despertar con el agua adentro”, dice la mujer. Pero esa mañana del 7 de marzo, cuando bajó de la cama y sintió que el piso estaba cubierto, todo cambió en segundos. “El agua me llegaba hasta los tobillos... y empezaba a subir”, recuerda.
En segundos, la casa que tanto amor y esfuerzo tenía adentro se convirtió en un canal. “Era el paso del agua entre dos calles”, explica. No podían salir, las puertas estaban trabadas por la presión del agua, y por más agua que subía. La comunicación con el exterior se cortó: “Ya no teníamos señal, no podíamos llamar a nadie, no sabíamos si el resto de nuestra familia estaba bien”, revive y la piel se le eriza... En medio del caos, había que decidir rápido. “Uno de mis hijos necesita medicación, así que agarré eso, los teléfonos, a nuestra gata... y subimos al techo, descalzos y en pijama. Con lo puesto”, cuenta.
Así, el techo se volvió refugio improvisado. “Al principio pensamos en escondernos debajo del tanque de agua, pero no entrábamos todos. Entonces armamos la carpa y nos quedamos ahí, intentando no entrar en pánico”. Aún era verano, pero el agua, la lluvia y el viento lo hacían todo más duro. “Estábamos empapados, embarrados y el frío calaba hondo. Pero lo peor era no saber cuánto iba a durar todo eso, si el agua iba a seguir subiendo, si alguien venía a rescatarnos”. Fue tanta la desesperación que vivió que aún hoy no puede estimar cuánto tiempo estuvieron en ese techo.La incertidumbre más grande era por los chicos. Dina cuenta que al principio los más pequeños lloraban, sin entender lo que pasaba. ¡Bah! ¡Nadie lo entendía!... “Cuando todavía podíamos movernos dentro de la casa, les dije: ‘Empiecen a levantar sus cosas, traten de salvar lo que puedan’. Pero después de la ola, les tuve que decir: ‘Dejen todo, subamos al techo’”. No había explicaciones posibles, admite. “Yo tampoco entendía lo que estaba pasando. Solo quería mantenerlos a salvo”, asegura emocionada.“La casa estaba llena de agua, salía hasta por las ventanas. No me respondía. No había forma de entrar a su casa”, recuerda la desesperación. Volvió a su casa con el corazón en la garganta. “En ese momento, no era angustia lo sentimos: era supervivencia. Solo pensás en cómo seguir, cómo aguantar... Después sí, la angustia te cae encima. Pero en ese momento, es puro desconcierto. Tu casa, tu lugar seguro, ya no existe más”.
Desde arriba del techo, la ciudad era otra. No quedaban calles, ni esquinas, ni árboles completamente visibles: todo era agua y más agua. A medida que la lluvia aflojaba, empezaron a escucharse voces. Eran los vecinos, que salían como podían a ver quién estaba bien, quién necesitaba ayuda. Algunos caminaban con el agua hasta el pecho, otros desde los techos gritaban nombres, buscando respuestas. “Eso también fue un alivio, porque decís: ‘Bueno, no estamos solos en esto’. Se había empezado a formar gente que ayudaba. Y eso te cambia todo”, admite emocionada Dina.La salida tampoco fue simple. Las puertas de la casa estaban trabadas por la presión del agua acumulada. “Un vecino empezó a hacer fuerza desde afuera. Nosotros tirábamos desde adentro. Empezó a salir una cantidad de agua, cosas de todos lados, barro… y cuando se destrabó, fue como una liberación”. No tenían adónde ir, pero otro vecino ofreció su dúplex como refugio. Un nuevo alivio.
Aunque también estaba inundado en planta baja, arriba había espacio para amontonarse como se pudiera. La cuestión era estar a salvo. “Estábamos con los chicos, con la gata. Después empezó a llegar más gente, con sus animales, con bebés, personas mayores. Nadie entraba cómodo, pero estábamos vivos”, dice y respira hondo.Esa noche la pasaron en un centro de evacuados del Ejército, donde la desorganización también era parte del paisaje y de lo inesperado. “Había abuelos, chicos, animales. Se hizo lo que se pudo. No había ropa, no había mucho, pero por lo menos había un baño y algo caliente para tomar”. Recién más tarde un amigo logró comunicarse. “No sé cómo consiguió señal, pero nos rescató. Esa noche dormimos en lo de él. Poder sacarnos la ropa mojada, tomar algo caliente... eso también te salva”. En la noche, en medio del intento número mil para conciliar el sueño, las lágrimas pidieron permiso para salir.
Cuando finalmente Dina y su familia volvieron a su casa, la adrenalina había empezado a bajar y el verdadero golpe emocional recién comenzaba. “Ahí fue más angustiante que nunca, porque vimos todo. Nuestra casita estaba dada vuelta, completamente embarrada. Fue muy duro”. Tras años de esfuerzo y cariño invertidos en ese hogar, lo que quedaba era apenas un esqueleto mojado. “No sabés por dónde empezar. Todo lo que tocábamos estaba destruido”, cuenta con la voz entrecortada.Pero también fue en esos días donde la solidaridad floreció con más fuerza. Amigos, vecinos y desconocidos llegaron con baldes, detergente, lavandina, colchones, comida. “Hubo gente que no conocíamos que pasaba y nos dejaba una lavandina o un detergente para limpiar. Otros traían tortas fritas para los que estábamos limpiando”. El barrio entero se puso en pie para limpiar y comenzar de nuevo. “Así como el agua se llevó muchas cosas, también nos trajo una red de apoyo inmensa. Sin esa ayuda, no sé cómo hubiéramos hecho”.
Al mismo tiempo, supieron que toda Argentina estaba movilizada para darles ayuda y comenzaron a ver llegar camiones con toneladas de donaciones, El trauma dejó marcas. Su esposo necesitó ayuda psicológica, una de las tantas asistencias que se ofrecieron luego del desastre. Reconoce que al principio se levantaba todos los días llorando. “Me secaba las lágrimas y me ponía a limpiar. Después, salir a trabajar me hizo bien. Sentía que también era una forma de devolver algo de todo lo que recibimos”.Ante la creciente frecuencia e intensidad de catástrofes climáticas, un grupo de organizaciones sociales y ambientales —entre ellas la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN)— impulsa un proyecto de ley para reformar el régimen de los Aportes del Tesoro Nacional (ATN). La propuesta busca que esos fondos, actualmente manejados de forma discrecional por el Ejecutivo nacional, se destinen específicamente a prevenir y atender emergencias ambientales como inundaciones, incendios, olas de calor y sequías.
A diferencia de otras propuestas recientes, como la presentada por los gobernadores —que plantea una redistribución automática de los ATN pero sin destino específico—, esta iniciativa incorpora un enfoque ambiental explícito. “Buscamos anticiparnos a los impactos de la crisis climática y transformar fondos que hoy son discrecionales en una herramienta federal, transparente y orientada a reducir los riesgos”, explicó Camila Mercure, coordinadora del área de Política Climática de FARN.
Desde FARN remarcan que eventos como el de Bahía Blanca, que dejó víctimas fatales, cientos de evacuados y miles de viviendas destruidas, ponen en evidencia la falta de políticas públicas para enfrentar los impactos del cambio climático. Dina lo resume con claridad: “Lo peor no fue perder cosas, fue sentir que estábamos solos
Fuente: telam
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